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De Lenin a la guerra de las galaxias

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Darth Vader, el malo de la película
El 23 de octubre del año pasado en Odesa, la ciudad ucraniana del Mar Negro, derribaron una estatua de Lenin que llevaba décadas sobre el pedestal, para sustituirla por Darth Vader, el personaje de la película “La guerra de las galaxias”. ¿Pretendían sustituir los fascistas ucranianos la realidad por la ficción?, ¿nos obligan a elegir entre el malo de la película (Darth Vader) y el malo de la historia (Lenin)?, ¿quién es peor de los dos?

No está tan claro que la saga de películas de George Lucas sea ficción. Hace un par de años la agencia de noticias Europa Press difundía un despacho titulado “¿A qué velocidad vuela el Halcón Milenario?” (1), es decir, la nave espacial de la película. Ya no se trata sólo de una película de Hollywood sino de los medios de comunicación, que no sólo hablan de la realidad como si fuera ficción, sino de la ficción como si fuera realidad.

Era la clásica noticia imbécil con la que las cadenas de televisión abren los noticiarios para hacer publicidad encubierta del estreno de una nueva película de la interminable saga, más galáctica que el Real Madrid. Basta hacer una búsqueda en internet para darse cuenta de que la inmensa mayoría de las “noticias” de prensa sobre “La guerra de las galaxias” son una colección de banalidades convertidas en reclamos publicitarios para vender algo.

En ese mercado está la clave de que en 2012 la multinacional Walt Disney pagara 4.000 millones de dólares por la adquisición de los estudios Lucas, fundados por el cineasta que dirigió las películas galácticas. Uno de los tentáculos de los estudios, Lucas Licensing, no es más que una oficina de gestión y recaudación del dinero generado por las patentes sobre la parafernalia (“merchandising”) asociada a las películas.

En 2011 dichas patentes reportaron 3.000 millones de dólares a los estudios Lucas. Entre 1977 y 2012 las ventas de juguetes, camisetas, tazas, mochilas y demás habían alcanzado los 20.000 millones de dólares, con 4.400 millones en entradas de cine y 3.800 en DVD, VHS y demás mercancías para las tiendas de chuches, como El Corte Inglés.

La multinacional Fox estrenó “La guerra de las galaxias” en 1977 y hasta ahora la saga es la más taquillera de la historia del cine. La primera película costó once millones de dólares y, sólo en Estados Unidos, acabó recaudando más de 460.

Pero todo esto no tiene nada que ver con el cine. En las Navidades del estreno la empresa Kenner, que había comprado la patente sobre la quincalla galáctica, se vio desbordada por la demanda de chatarrería. Tuvo que expedir unos certificados que le permitían al comprador canjearlos por cuatro figuras cuando el almacén se volviera a llenar de mercancía. Al año siguiente la empresa se embolsó unos cien millones de dólares. Entre 1978 y 1985 se vendieron unos 300 millones de juguetes galácticos.

Para que le financiaran la película, George Lucas renunció a 500.000 dólares de su sueldo como director a cambio de reservarse la patente de la mercadería paralela, algo que, a mediados de los setenta, nadie valoraba en Hollywood.

Chewbacca el osito de peluche galáctico
La saga se retroalimenta de sí misma, de su éxito de ventas y de sus millones de víctimas abducidas por la iconografía. Tiene infinidad de seguidores en todo el mundo, a los que llaman “fans”, o sea, fanáticos porque en esta sociedad uno puede ser “fan” del Sporting de Gijón, de David Bisbal o de “La guerra de las galaxias” pero no en los asuntos políticos porque eso es extremismo, radicalismo y está mal visto. En las manifestaciones los convocantes deberían sustituir el puño en alto, que es una amenaza, por la espada láser y el disfraz de Darth Vader.

A lo largo de la vida, los “fans” nunca se liberan de algo que tiene todo el aspecto de constituir una enfermedad congénita. Es toda una técnica de ingeniería social. El capital primero lava el cerebro a los mayores para luego pasar a atacar a los niños indefensos por medio de los anteriores. Los padres sólo cuidan el cuerpo de los niños, no su cabeza. No dejan que los niños se lleven a la boca un chicle que se les ha caído al suelo pero les regalan el Halcón Milenario, un droide como C3PO o R2D2 o una máscara del clon guerrero.

No hay ningún niño al que sus familiares no le hayan torturado con algún juguete de “La guerra de las galaxias” en Navidades o el día de su cumpleaños. Pero el juguete es de plástico y no vale nada. Los precios astronómicos que pagan los incautos de los padres y familiares por un pedazo de plástico financian patentes internacionales.

Marx diría que la quincalla de “La guerra de las galaxias” no sólo tiene un valor de cambio sino un valor de uso. Las mercancías son iconos de una cultura invasora, lo mismo que las especies exóticas. Pero los ecologistas son como los padres que regalan la espada láser a sus hijos: se preocupan de los seres vivos pero no de los inertes. Nunca han cuidado el ecosistema natural.

El mercado no conoce límites. No son sólo juguetes sino toda una quincalla de corbatas, camisetas, pulseras, pijamas... En 1997 se lanzó al mercado una versión actualizada del Monopoly ambientada en las galaxias, sus personajes y sus gigantescas naves espaciales. En setiembre de cada año, puntualmente, PlanetaDeAgostini, propiedad del fascista Jose Manuel Lara, pone a la venta en los kioskos el típico coleccionable con relatos, muñecos, relojes, DVD, cromos...

Los libros, álbumes, pósters, cromos y tebeos galácticos forman un cosmos. El listado de los libros de la saga da una idea de que la bodega de carga del Halcón Milenario tendría problemas para albergar la quincalla. Con la llegada de la era Disney, muchos de esos libros han sido descartados como “inconvenientes”, pero dan para semanas y meses de lectura.

Tras los libros vienen las viejas grabaciones en VHS y Betamax que se regalaban el día de los Reyes Magos y los cumpleaños y que luego pasaban de mano en mano. La técnica nos condujo de ahí a los DVD, videojuegos...

Los antidisturbios galácticos
Hay millones de mercancías-iconos que llegan a millones de víctimas en todo el mundo. Casi nadie se ha librado de aquella invasión. Posiblemente sólo nos quede pedir asilo político en Corea del norte para escapar de Luke Skywalker, Chewbacca y los antidisturbios disfrazados de clones.

Los científicos, que viven en las nubes, aún se preguntan si hay vida fuera de este planeta. Precisamente donde hay más vida es allá. Es un universo, pero de patentes y derechos de autor. Los estudios de Lucas tienen una base de datos con 17.000 personajes de la saga y 20.000 años de historia a la que llaman el Holocrón. Hay material para hacer películas sin descanso. Además de una base de datos hay páginas web (2) dedicadas a desentrañar al detalle todos y cada uno de esos datos, naves espaciales, planetas, robots...

La chatarrería de “La guerra de las galaxias” es para niños, no para niñas. En la saga apenas aparecen 800 personajes femeninos, cuando deberían ser la mitad, un fallo garrafal que esperemos que Disney resuelva en el futuro hasta equilibrar los porcentajes con un número suficiente de princesas galácticas.

Gracias a “La guerra de las galaxias” el inglés ha calado entre nosotros. Antes nos referíamos así, en castellano, a la película; ahora decimos “Star wars” porque estamos a la altura de los tiempos. Nos compramos un diccionario en casa para no quedar en ridículo cuando nos hablan de ewoks, droides, jedi, sith... De ahí pasamos al manual, la gramática, los adverbios y el pretérito pluscuamperfecto del verbo to fuck...

Pero la verdadera faena es que vayas a Olot de viaje y los restaurantes tengan el menú en catalán. Hay que poner el grito en el cielo porque de lo contrario los catalanes nos acabarán imponiendo su idioma y su cultura a los españoles.

(1) https://www.europapress.es/cultura/cine-00128/noticia-velocidad-vuela-halcon-milenario-20141214113743.html
(2) https://latino.starwars.com/banco-de-datos

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