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Religión y clases sociales en Líbano

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Dirigentes drusos
El profesor Fawwaz Traboulsi, de la Universidad Americana de Beirut, ha publicado “Clases sociales y poder político en Líbano”, un estudio que, a pesar de su título, versa también sobre el mosaico de religiones de aquel país y, en definitiva, sobre la correspondencia entre una clase social y su conciencia, en este caso la conciencia religiosa, que explica muchos fenómenos sociales y políticos de los que las luchas religiosas forman parte, en especial en Oriente Medio, que es la cuna de las religiones monoteístas más influyentes del mundo.

Traboulsi empieza situando al Líbano en el feudalismo, que califica como “tardío”, y a dos confesiones religiosas, a los drusos y maronitas (cristianos) caracterizadas por un reparto desigual de las posiciones económicas y del poder político. Con excepción de unos pocos clanes maronitas, las clases dominantes eran los propietarios de tierras drusos, mientras que los cristianos desempeñaban profesiones de tipo más bien urbano, como comerciantes, prestamistas, artesanos, granjeros y trabajadores.

Bajo el Imperio Otomano la escisión entre ambos colectivos se profundizó porque los cristianos se asociaron al capitalismo que llegó a la costa libanesa, especialmente al comercio de seda y, sobre todo por la posibilidad que tuvieron desde el siglo XVIII de acceder de manera privilegiada a una educación extranjera.

A mediados del siglo XIX el levantamiento campesino y la subsiguiente guerra civil de 1840 a 1861 acabaron con el triunfo de los drusos, a pesar de lo cual, de forma paradógica, entraron en una profunda crisis por el declive del feudalismo. Los cristianos perdieron en el campo de batalla pero ganaron en el terreno económico, constituyéndose en la fuerza dominante dentro del mosaico de las seis religiones más importantes.

Ese periodo alcanza hasta la desaparición del Imperio Otomano en 1915, con la Primera Guerra Mundial. Líbano se convierte en una República y su Presidente es siempre cristiano, tiene el poder político, dirige el ejército y el Banco de Líbano. Además del poder político y económico, los maronitas tienen una formación académica superior de la que carecen las demás confesiones y un contacto privilegiado con los núcleos imperialistas más importantes del mundo, especialmente franceses. Como cualquier población portuaria, los maronitas viven de puertas afuera, son cosmopolitas. La cultura cristiana del Líbano es un cuerpo extraño en Oriente Medio. Es la misma que en cualquier otra metrópoli extranjera.

Traboulsi subraya algo que quienes tenemos una formación cristiana difícilmente tomamos en consideración: en Líbano -menos que en ningún otro sitio- no existe identidad propia fuera de la religión. Es lo que los islamistas llaman en árabe la “Umma” y que penosamente se puede traducir como algo que está a medio camino entre la “comunidad” y la “humanidad”. Si no tuviera un sentido despectivo, podríamos traducirlo también como “tribu”. Eso que los sociólogos occidentales llaman “movilidad social” está recortado. Como dice Traboulsi, “las religiones son resistentes a las leyes del mercado”. En Líbano, por ejemplo, normalmente nadie busca trabajo: hay alguien que te da trabajo, un determinado tipo de trabajo. Los derechos políticos, sociales y culturales dependen de la religión a la que uno pertenezca. En Líbano la religión no se elige como tampoco se elige la cuna o la clase social en la que alguien nace. Se nace druso como se nace rico y cuando es posible elegir y se elige, uno ya ha adquirido una cierta formación de la que nunca se desprende del todo.

La amalgama entre la religión y la política, otorgan a la autoridad religiosa un poder político típico de las autocracias, con la diferencia que en Líbano coexisten seis autocracias distintas. La adscripción religiosa de cada cual se convierte mecánicamente en una adscripción política, en la pertenencia a un partido político. Las movilizaciones ideológicas se visten a la vez como movilizaciones confesionales y las guerra son guerras de religión: se invocan y se justifican en el nombre de dios, de algún profeta o de la vida eterna. Aunque eso se atribuye en exclusiva a los islamistas, Traboulsi deja claro que se refiere a todas las confesiones, es decir, también a los cristianos y a los drusos.

El componente religioso de una clase social le da una fuerza extraordinaria, porque es capaz de llegar allá donde cualquier otra ideología, como la atea, no llega. Por eso la religión es el prototipo de ideología por antonomasia, la ideología en estado puro. Además, las religiones y las ideologías no son capaces de salir fuera de sí mismas, de manera que generan ideologías de las ideologías, es decir, que parecen tener vida propia, hasta el punto de creer que son ellas las impulsoras y no las impulsadas. Entonces Líbano parece un supermercado de religiones como España parece un mercado de partidos políticos, con la diferencia de que mientras al primero le niegan el estatuto de democracia, al otro le ponen como el prototipo de ella.

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