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Channel: La lucha es el único camino
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Ni independentzia ni sozialismoa

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Juan Manuel Olarieta

Desde hace medio siglo el binomio independencia y socialismo ha sido una constante, tanto de las organizaciones como de las movilizaciones en Euskal Herria, una consigna tan sencilla que parece esculpida en la misma piedra. Constituye la seña de identidad de todo un movimiento popular, la izquierda abertzale, que con ello se quiere diferenciar de los españolistas porque quiere la independencia y del PNV porque quiere el socialismo.

Sin embargo, a pesar de la importancia que tiene para sus propias aspiraciones, dicho movimiento apenas ha sido capaz de avanzar más allá de la expresión de sus propios deseos. No hay una línea política que conduzca hacia dicho objetivo porque, a pesar de su sencillez, una consigna tan elemental envuelve una explicación compleja.

La independencia y el socialismo son dos batallas cuya naturaleza social y política es diferente. Los problemas no derivan, pues, de la consigna en sí sino de las explicaciones que se han tratado de articular en torno a ella, en su mayor parte (por no decir completamente) erróneas. No me refiero ahora a que (en Euskal Herria y fuera de allá) hay quien no sabe lo que es el socialismo. Tampoco me refiero a que (en Euskal Herria y fuera de allá) hay quien no sabe lo que es la independencia. Lo que trato de decir es que, además, hay quien no es capaz de articular un movimiento con otro, y un ejemplo de ello lo constituyen quienes afirman que se trata del mismo movimiento.

Por lo tanto, en lo que sigue daré por sentadas dos tesis: que la independencia y el socialismo expresan reivindicaciones diferentes y que el problema es la articulación de ambas en una única línea política, algo que históricamente siempre se ha planteado mal, de forma metafísica, como si fuera un asunto temporal del tipo “primero habrá una revolución socialista (en España) y luego, gracias a ello, las nacionalidades podrán decidir”; o bien “primero Euskal Herria logrará su independencia y luego será más fácil luchar por el el socialismo”. Ciertamente también hay quienes quieren que ambos procesos sean simultáneos y no estarían dispuestos a aceptar a uno sin el otro.

Cualquiera de esos planteamientos es más de lo mismo: una expresión subjetiva de los buenos deseos y las aspiraciones de cada cual. A lo máximo son hipótesis, más o menos descabelladas, que no tienen en cuenta ni la experiencia internacional ni la interna, es decir, quimeras y castillos de naipes.

Como cualquier otro fenómeno social, su explicación tiene que ser, a la vez, científica e histórica y hay que buscarla, pues, en el materialismo histórico. No es algo característico exclusivamente del movimiento en Euskal Herria, sino de algo más general que surge dentro del movimiento obrero desde los mismos orígenes del marxismo: a diferencia de la lucha de clases, la lucha contra la opresión nacional es de naturaleza democrática, se lleva a cabo en nombre de la democracia y su protagonista es toda una nación y, consiguientemente, tanto el proletariado como la burguesía, la grande y la pequeña. De ahí que la lucha contra la opresión nacional sea algo mucho más amplio que la lucha de clases. De ahí también que en este terreno el proletariado tenga exactamente los mismos derechos que la burguesía, y a la inversa: la burguesía tantos derechos como el proletariado.

Desde su mismo origen, hace ya más de un siglo, la línea política bolchevique, a diferencia de la menchevique, afirma que el proletariado debe asumir la dirección de toda lucha por las libertades democráticas y, por consiguiente, también la lucha por la liberación nacional. La entrada del capitalismo en su fase imperialista agudizó, si cabe, esa necesidad. El desarrollo del capitalismo en todo el mundo ha forzado, además, a que con el paso del tiempo ese protagonismo de la clase obrera en cualquier tipo de lucha sea creciente, incluida la lucha contra la opresión nacional.

Eso tiene múltiples consecuencias. El proletariado no sólo es una parte integrante de todo tipo de luchas, al lado de otros sectores sociales. Tampoco es una clase que por su cuantía resulte mayoritaria dentro de la nación y de las reivindicaciones nacionales. Lo que estoy afirmando es que la clase obrera debe dirigir todas y cada una de las luchas contra la opresión y, por lo tanto, también contra la opresión nacional y que en ninguna parte del mundo dichas luchas triunfarán si no están dirigidas por la clase obrera.

Llegados a este punto tocaría explicar lo que los leninistas entienden por “dirigir”, que no tiene nada que ver con lo que entienden otros y, en especial, con esa otra quimera a la que en Euskal Herria es corriente calificar de “vanguardia”. No obstante, creo que bastará con dejar un par de apuntes. El primero es el más importante: la clase obrera dirige todos los movimientos sobre la base de sus propios principios, de su propio partido y de su línea política, que nada tienen que ver con los de la burguesía. El segundo deriva del anterior: una clase social como el proletariado está en condiciones de dirigir todo un movimiento, como es el movimiento nacional, cuando no se confunde con él.

Por cualquier recorrido realmente científico que se pretenda plantear, la conclusión es siempre la misma: la liberación nacional no es posible si no está dirigida por la clase obrera y la clase obrera no puede dirigirla si se confunde con el propio movimiento, que es lo que ocurre en Euskal Herria con esa abigarrada demagogia que se arrastra desde hace tanto tiempo en torno a los famosos “frentes” y al no menos famoso “pueblo trabajador vasco” que no son sino otras tantas distracciones ideológicas y políticas.

La propia naturaleza heterogénea de un movimiento nacional conduce a la dispersión que, a falta de una verdadera vanguardia, se transforma rápidamente en degeneración, algunos de cuyos rasgos ya están presentes en Euskal Herria. Para el proletariado es imposible dirigir sin combatir de la manera más estricta esa tendencia de los movimientos nacionales a la dispersión (ideológica y política) porque es un rasgo típico de la burguesía que conduce a la capitulación, y en la medida en que la burguesía cree representar a la nación en su conjunto, considera que ese combate del proletariado, la lucha por la hegemonía, está enfilado no en su contra, en contra de la burguesía, sino en contra de toda la nación.

Uno de los rasgos que en el futuro diferenciará cada vez más a la clase obrera -y a su partido- en Euskal Herria, de la burguesía (grande y pequeña) es que deberá poner al desnudo todas sus viejas y conocidas artimañas (ideológicas y políticas). El objetivo de esa permanente batalla no es alejar a la burguesía del movimiento nacional, sino todo lo contrario, acercarla a él, lo cual significa poner a la burguesía bajo la dirección del proletariado, y no al revés, como ha ocurrido hasta ahora. De lo contrario, no habrá ni independencia ni socialismo.

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