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El Rey de Kurdistán quiso ser un aliado fiel del imperialismo (1)

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El dirigente kurdo Cheik Mahmud
El ejército colonial británico empezó a llegar a Mesopotamia en 1917. Dos años después ocupaban Bagdad y al norte de lo que hoy es Irak organizaron un encuentro con los notables kurdos de Suleimanya, una ciudad fronteriza con Irán. Querían preparar un gobierno provisional en Kurdistán o, más exactamente, en una parte de Kurdistán.

Después de la Revolución de Octubre, los imperialistas levantaron la bandera de la liberación de los pueblos y de las naciones oprimidas. No sólo los bolcheviques y la III Internacional eran los que hablaban entonces de emancipación.

Si los imperialistas no “liberaban” a los pueblos lo más probable es que se liberaran a sí mismos, y no podían correr ee riesgo. Por eso al final de la Primera Guerra Mundial, una guerra imperialista, en Londres, en París y en Washington sólo se hablaba del derecho de autodeterminación.

Los británicos eligieron a Cheikh Mahmud como futuro rey de Kurdistán. Terrateniente y jefe de la cofradía sufí Qadiriya, Mahmud era una de las personalidades más influyentes del norte de Irak.

El diseño del futuro reino de Kurdistán era consecuencia de factores internos al Imperio Británico: por razones estratégicas necesitaban tener la región bajo su control, pero no podían ocuparla militarmente, tanto por motivos logísticos como presupuestarios.

Como en India, necesitaban cipayos y eligieron a Mahmud como “hukumdar” (gobernador), un término cercano al de “emir”, es decir, una autoridad política y religiosa a la vez. Los británicos pusieron una vasta región en sus manos, aunque en cada provincia los delegados kurdos tenían a su lado a los “political officers” enviados por Londres vía Bagdad.

Pero esos “political officers” no tenían la misma opinión sobre la manera de regir Suleimanya. Mientras unos proponían imponer una administración indirecta, otros eran partidarios del modelo indio, es decir, el dominio directo de los funcionarios imperiales británicos.

La administración británica en aquel pedazo de Kurdistán nunca fue uniforme. Entre 1918 y 1923 impusieron el “Southern Kurdistan” (Sur de Kurdistán), administrado por los kurdos por sí mismos bajo la supervisión de los consejeros británicos. Luego cambiaron al control directo sobre el resto de las regiones kurdas, desde el Jebel Sinjar, al oeste, al Gran Zab, en el este.

La dominación británica levantó a la población kurda, encabezada por Mahmud, que nunca fue el patriarca dócil que esperaban en Londres. Hubo dos sublevaciones en 1919 y 1923-1924 que condujeron a los británicos a olvidarse de la independencia de Kuridistán para integrarlo finalmente en el nuevo Estado de Irak en 1926.

El primer gobierno de Mahmud duró poco, apenas los dos años de 1918 y 1919 porque el “emir” quiso extender su control a otras regiones de Kurdistán, como Kifri o Kirkuk, mientras que la divisa del Imperio Británico siempre fue la de “divide y vencerás”. En Londres siempre pensaron fragmentar su parte de Kurdistán en varios pedazos para mantener a todos ellos bajo su influencia.

A Mahmud le condenaron a muerte, pero luego lo acabaron desterrando a India y los colonialistas tuvieron que tomar el control de Suleimanya (“Southern Kurdistan”) en sus propias manos. Pero para entonces hablar de “control” era excesivo; los kurdos ya estaban en pie de guerra y volvieron a recurrir a Mahmud para que calmara los ánimos. El 10 octubre 1922 volvía a ser “hukumdar”, aunque él prefirió proclamarse a sí mismo “Rey de Kurdistán”.

Como los amantes que pasan de los brazos de uno a los del otro, los vasallos también cambian de protector y, finalmente, se arrojan a los pies de cualquiera. Al rey se le ocurrió la infeliz idea de pedir socorro a la Turquía kemalista surgida del desplome del Imperio Otomano, que era precisamente lo que los británicos pretendían impedir. Kurdistán estaba destinado a cumplir el papel de tapón entre Turquía y el Imperio Británico en Irak.

Como aquello no era lo pactado, el 16 de mayo de 1923 los británicos volvieron a ocupar Suleimanya, imponiendo un gobierno “autónomo” kurdo con el apoyo de notables dóciles, tras lo cual volvieron a abandonar Suleimanya, creyendo haber solucionado el asunto.

Pero Mahmud regresó el 11 de julio de 1923, esta vez por propia iniciativa. Ya no era el mismo; no podía pensar en ampliar los dominios de su “Kurdistán” ya que apenas controlaba una porción aún más reducida de la antigua Suleimanya.

La relación de Mahmud con los imperialistas fue un continuo tira y afloja. En diciembre de 1923 la RAF, la aviación británica bombardeó su cuartel general en Suleimanya. Los pilotos recibieron la orden de asesinarle, pero en ese momento el dirigente kurdo había acudido a rezar a la mezquita...

Su fracaso no impidió que en 1924 los británicos volvieran a imponer la administración directa, que ya habían incorporado la región de Mosul, donde estaban los pozos de petróleo, al nuevo Estado irakí. Su diseño respondió a la necesidad de asegurar el control de los monopolios británicos sobre el petróleo.

El resto de Kurdistán era menos interesante para el Imperio Británico, lo cual significaba que no merecía la pena gastar mucho dinero en ella.

A pesar de las promesas británicas de autonomía, en 1929 se firmó el Tratado anglo-irakí donde no se establecía ningún régimen especial para Kurdistán. Se produjeron levantamientos, el más importante de los cuales fue el del 6 de setiembre de 1930, cuando el ejército irakí disparó sobre una muchedumbre que se manifestaba en las calles contra el Tratado, matando a 15 personas. Los responsables del levantamiento fueron detenidos y juzgados luego en Bagdad.

Al año siguiente otra revuelta encabezada por Mahmud fue aplastada y toda Suleimanya fue incorporada a Irak.


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