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La sublevación de Kronstadt

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En marzo de 1921 los marineros de la fortaleza naval de Kronstadt, en el golfo de Finlandia, se levantaron contra el gobierno bolchevique y establecieron una comuna contrarrevolucionaria que sobrevivió durante 16 días, hasta que el gobierno presidido por Lenin envió al Ejército Rojo a través de un mar helado, que logró aplastarla. Defendiendo la revolución socialista perdieron la vida 1.385 soldados y oficiales del Ejército Rojo; otros 2.577 resultaron heridos.

El motín de Kronstadt es el centro de una polémica histórica en la que chocan tesis diametralmente opuestas. Sucede como con mayo de 1937 en Barcelona: lo que para los comunistas fue una contrarrevolución, los demás lo convierten en una revolución y, a falta de otros méritos, se desviven por apuntarse a ella. Hoy de Kronstadt sólo se acuerdan los anarquistas, pero es porque los demás han desaparecido. Ya no hay mencheviques, ni eseristas, ni zaristas, ni kadetes, ni guardias blancos. Entonces parece que quienes dirigieron Kronstadt fueron ellos, los anarquistas, una vez más enfrentados a los comunistas.

En Kronstadt y en mayo de 1937 se produce otra coincidencia: los anarquistas, que se consideran a sí mismos como revolucionarios, saltan al ruedo rodeados de muy malas compañías. En el caso de Kronstadt van de la mano de los reaccionarios, los zaristas y la guardia blanca, pero también de los reformistas, los mencheviques y los eseristas. La revolución francesa ya forjó una Santa Alianza en el bando opuesto. Las uniones sin principios, las coincidencias oportunistas, son típicas de cualquier revolución, donde siempre aparece, además, alguien que se cree más revolucionario que la misma revolución.

Los comunistas se han quedado solos y con fama de represores, ya no sólo de la reacción sino de los auténticos revolucionarios. ¿Cómo es posible que fuerzas sociales tan dispares aprieten sus filas contra los comunistas? Según los anarquistas Kronstadt fue la tercera revolución rusa, una continuación de las de febrero y octubre de 1917. Si eso es así, ¿cómo es posible que los reaccionarios, lo más negro del zarismo, la apoyen?, ¿es posible que la contrarrevolución defienda la revolución?

El ejemplo más clamoroso de esa Santa Alianza anarco-zarista se produjo el 10 de enero de 1994 cuando Boris Yeltsin se unió a ella para defender oficialmente la revuelta contra el poder soviético y rehabilitar la memoria de los amotinados. Contra la URSS siempre ha valido todo, cualquier argumento es bueno, ni siquiera las mentiras han importado nunca.

No obstante, cualquier mentira tiene las piernas cortas. La declaración de Yeltsin en 1994 condujo a un error capital por parte de los mentirosos, sobre todo de quienes se creen sus propias fabulaciones: abrió los archivos históricos, que luego condujeron a la publicación en 1999 de una enorme colección de documentos originales en la editorial de la Agencia Federal de Archivos de Rusia.

La leyenda de Kronstadt, como todas las demás leyendas antisoviéticas, se hundió. Los documentos confirman, sin ningún género de dudas, la naturaleza contrarrevolucionaria del alzamiento de Kronstadt.

Los impacientes no necesitaron tanto tiempo. En 1970 el historiador Paul Avrich, un anarquista originario de Odesa (Ucrania) y profesor de la Universidad de Queens, en Nueva York, ya descubrió documentos originales, como el “Memorándum para organizar un levantamiento en Kronstadt” de los zaristas en el que se detalla la situación militar y política dentro de la fortaleza y el plan para reclutar a un grupo de marineros para utilizarlos contra los soviets. En su obra sobre el levantamiento Avrich reconoció “que los bolcheviques estaban justificados en someter” a los amotinados de la fortaleza.

Sin embargo, Avrich también afirmó que no había ninguna evidencia de vínculos entre los marineros y los guardias blancos antes de la revuelta. Los comunistas estaban mintiendo al equiparar a ambos. Es más: las pruebas que proporcionaban era harto sospechosas ya que procedían de la Cheka, la temible policía soviética, y consistían en confesiones de los detenidos, seguramente obtenidas bajo torturas, etc.

Los documentos que se publicaron en 1999 son aplastantes y proceden de una gama de fuentes que no puede ser más variopinta, ya que además de las soviéticas, incluye informes de las potencias imperialistas, de los zaristas, mencheviques, eseristas y anarquistas. No hubo ninguna clase de torturas a los detenidos porque no hacía falta. Kronstadt fue una contrarrevolución. Los marineros que dirigieron el motín estaban en contacto y actuaban por cuenta de los zaristas. Las declaraciones de los que confesaron durante su detención coinciden exactamente con los testimonios de los 8.000 que escaparon.

Después de aplastar el motín la Cheka abrió una investigación que llevó a cabo Yakov S. Agranov, quien el 5 de abril de 1921 informó a la dirección de la policía soviética que “el levantamiento adquirió un carácter sistemático y fue dirigido por las experimentadas manos de los viejos generales”, o sea, por los más altos militares zaristas.

A los anarquistas se les llena la boca con la libertad. En la URSS ellos querían soviets libres y cuando hablan de "libres" se refieren a soviets libres de comunistas, por lo que no quieren acordarse de que el levantamiento empezó encarcelando al comisario de la Flota del Báltico, Nikolai Kuzmin y otros dirigentes comunistas para que no pudieran exponer sus puntos de vista en las asambleas y acallar los falsos rumores que propagaba la contrarrevolución. La libertad consiste en que sólo hablen ellos. El testimonio presencial de un comunista sobre la asamblea del soviet fue el siguiente:

“En medio de la conmoción y el pánico se pidió apresuradamente un nuevo voto sobre algo. Unos minutos después, el presidente de la reunión, Petrichenko, silenció a la asamblea y anunció que ‘El Comité Revolucionario, formado por este Presidium y elegido por ustedes, declara: 'todos los comunistas presentes deben ser detenidos y no deben ser puestos en libertad hasta que se aclare la situación'. En dos o tres minutos, todos los comunistas presentes fuimos detenidos por marineros armados”.

Stepan Petrichenko, según el anarquista Avrich, fue el marino de Kronstad más destacado en la dirección de la revuelta y previamente a ella ya había intentado unirse a los zaristas. Tras su fracaso huyó a Finlandia, se alió con los guardias blancos emigrados para imponer en la URSS una “dictadura militar temporal” que remplazara al gobierno soviético.

Unos 300 comunistas fueron detenidos en la sublevación; muchos más tuvieron que esconderse o huir. Aunque dicen que están en contra del poder, en Kronstadt, lo mismo que en la II República, los anarquistas se apoderaron de las cárceles. El comandante del presidio era el anarquista Stanislav Shustov, quien propuso fusilar a los comunistas detenidos y la amenaza de ejecuciones masivas de comunistas estuvo a punto de cumplirse. En la madrugada del 18 de marzo, Shustov puso una ametralladora fuera de la celda donde estaban 23 presos comunistas, que salvaron su vida gracias al avance del Ejército Rojo sobre el hielo.

Los amotinados suprimeron el soviet, elegido democráticamente, poniendo en su lugar a un “Comité Revolucionario Provisional” que -en contra de lo que dijo Petrichenko- se eligió a sí mismo y declaró que asumía todo el poder en la fortaleza naval, que es la manera en que los anarquistas acaban con el poder: quedándoselo para sí mismos.

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