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El derecho a existir es previo al derecho a decidir

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Juan Manuel Olarieta

Una de las grandes adquisiciones de cualquier ciencia son los conceptos. Son su quintaesencia y se obtienen después de años de desarrollo del conocimiento. Expresan la esencia de algo, lo que ese algo es. En ese momento de madurez del saber siempre hay alguien capaz de dar una definición suficientemente precisa del concepto.

Los conceptos y las categorías científicas, decía Lenin, ayudan a “conocer y dirigir” la naturaleza, la historia y la sociedad. Pero no se pueden tomar de una manera arbitraria ni mecánica, añade, sino que hay que  “deducirlas” partiendo de lo más simple, de lo fundamental.

Son tan importantes que, como escribió también Lenin, forman parte de las “categorías” sin las cuales la ciencia deja de ser un conocimiento articulado y preciso deducido del mundo real.

Por tratarse de descripciones, las definiciones son siempre un acercamiento a la realidad, algo aproximado, que es imposible de agotar. Es lo que le ocurre al concepto de “nación”, que es fundamental en el materialismo histórico.

Las naciones surgen con el capitalismo y, consecuentemente, es la burguesía quien formula su concepto. Por lo tanto, como cualquier otra categoría científica es algo acotado históricamente, es decir, ha tenido un principio y tendrá un final posteriormente. Por lo tanto, es absurdo hablar de naciones sin relacionar su surgimiento con el capitalismo. No hay naciones antes del surgimiento capitalismo. A diferencia del vino, las naciones no son añejas. Una nación tampoco es más nación que otra por el hecho de que tenga una historia anterior, porque tenga precedentes o una historia más dilatada en el tiempo.

Por situarlo históricamente, el concepto de nación surge en 1800 cuando la burguesía era una clase revolucionaria, en su época de ascenso. Como consecuencia del diferente desarrollo del capitalismo en cada país, la burguesía no dio uno único concepto de nación sino dos muy diferentes que son los que llegan hasta la actualidad.

Hay un concepto “alemán” de nación que surge del idealismo clásico y del romanticismo. Es el que hoy está más extendido y describe las naciones por sus rasgos culturales, antropológicos o su idioma. Se trata de un consecuencia del atraso y de la división política de Alemania en aquella época y lo que pretende es buscar la identidad de la nación o alemana por encima de su división política.

Hay un concepto “francés” de nación que surge como consecuencia de las revoluciones burguesas triunfantes, especialmente de la francesa y se caracteriza por su carácter político. Es el único concepto científico de nación. No hay otro. Ello es consecuencia del diferente grado de desarrollo en Alemania y Francia. Sólo un país que había llevado a cabo una revolución, como Francia, podía tener un concepto científico de esta naturaleza.

A pesar de su origen alemán, Marx y Engels tienen ese concepto “francés” de nación, el más avanzado, que toman directamente de la burguesía francesa. Ese concepto lo definió Stalin años después y es el que utiliza el movimiento comunista internacional. En esencia ese concepto de nación afirma dos cosas.

Primero, que las naciones son homogéneas, es decir, forman una unidad que es la misma en todas partes; lo que confiere unidad a una nación es el capitalismo, una economía basada en el mercado y en el intercambio que rompe la fragmentación interna propia del feudalismo y logra que los pueblos tengan identidad propia y característica y, en definitiva, se reconozcan a sí mismos como iguales

Segundo, que la naciones se diferencian unas frente a otras como tales unidades compactas y, por lo tanto, titulares de los mismos derechos.

Ahora bien, como suele ocurrir frecuentemente, una cosa es que alguien tenga derechos y otra distinta es que (los demás) se los reconozcan. Es la esencia de la opresión nacional planteada jurídicamente, donde lo fundamental no es el derecho a decidir sino el derecho a existir (como tal nación). Para que una nación pueda ejercitar sus derechos (decidir) antes debe existir y debe ser reconocida como tal.

Para mantener la opresión nacional, durante la transición los fascistas aparentaron burdamente que se pasaban de frenada e impusieron el “café para todos”, de tal modo que La Rioja se equiparó a naciones como Galicia, Catalunya o Euskal Herria. El estilo fascista ha tenido un éxito rotundo entre la pequeña burguesía, que ha inventado “naciones” por todas partes, surgidas como los caracoles tras al aguacero de los setenta. El “Estado de las Autonomías“, pues, se edificó para distraer la atención y perpetuar la opresión nacional, no para acabar con ella. Aquellas poblaciones que no forman naciones, no tienen derechos nacionales. Tendrán otro tipo de derechos, pero no esos.

Aquí y ahora la esencia de la opresión nacional es bien concreta: ¿reconoce el Estado español que Euskal Herria es una nación?, ¿lo ha reconocido alguna vez? Para que los vascos no se enfaden diré que esa pregunta hay que hacérsela también al Estado francés. Pero en ambos casos la pregunta no cambia la esencia del planteamiento: no se trata de si reconocen que Euskal Herria es una nación oprimida, sino algo mucho más simple aún: si reconocen que es una nación. El hecho de que la respuesta sea obviamente negativa es el fundamento de la opresión nacional. Esa opresión no es de naturaleza cultural, ni lingüística, sino política porque deriva de la naturaleza política de un Estado, por más que tenga manifestaciones de opresión cultural y de otro tipo que, no obstante, son siempre consecuencia de una opresión política.

Siguiendo con el planteamiento jurídico, hoy la lucha contra la opresión nacional está encaminada a conquistar el derecho a existir, el reconocimiento de Euskal Herria como nación, del que deriva el derecho a decidir de manera necesaria. Esa lucha no se dirige, pues, contra otra nación sino contra un Estado y tiene todas las connotaciones políticas propias del mismo, es decir, depende de la naturaleza política del Estado opresor y de la clase que lo regenta.

Las consecuencias de este planteamiento me parecen obvias: un movimiento (nacional o de cualquier otro tipo) que no sabe contra quién lucha está condenado al fracaso y, a la inversa, un movimiento que a cada paso fracasa de manera repetitiva es consecuencia de que no sabe contra quién se enfrenta, quién es su enemigo. Es infantilismo; le ocurre como los niños: no sabe lo que quiere. De ahí deriva esa frustración típica de una permanente inmadurez. Son movimientos frustrados que generan frustración a su alrededor.

Dada la confusión imperante creo necesario recordar otra obviedad: la lucha contra la opresión que llevan a cabo hoy las naciones oprimidas, es una parte, una de las varias luchas existentes, por lo que contra el Estado convergen numerosos movimientos que, además, son de diferente tipo. Lo que facilita la tarea de lucha contra la opresión nacional es eso precisamente: convergen en lo mismo a pesar de ser diferentes, y más aún, convergen a pesar de que hay quien pretende aprovechar esa diferencia para impedir la convergencia, es decir, para impedir que la convergencia se lleve a cabo de manera consciente y organizada y se convierta en toda una estrategia.

Cualquier línea política diferente a la que acabo de exponer está condenada al fracaso irremediablemente. Esa es justamente la experiencia de 2007. ¿A qué fracaso me refiero? Al del propio movimiento de liberación nacional, que no dará ni un sólo paso hacia adelante mientras no reconozca que sus enemigos no están sólo fuera, sino también dentro de sus filas. Esos enemigos se oponen a aquello por lo que dicen estar luchando. Son enemigos declarados de la independencia y el socialismo por más que se llenen la boca con ese tipo de consignas.

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