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Arana, un melancólico

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Nicolás Bianchi

Las humoradas de algunos españolazos retornan a la astracanada y la gracieta cachazuda. Para denigrar e insultar a Sabino Arana, fundador del Partido Nacionalista Vasco (PNV), recurren a su expediente académico en Barcelona. Escribe Sabino: "quiso mi madre (doña Pascuala, que así se llamaba esta señora) que me pusiera a estudiar (en 1883, con 18 años y en Barcelona) lo que a mí menos me gustaba: la carrera de leyes". O sea, pashaba del Derecho y los exámenes, al igual que su conocida fobia al baile "agarrao" en un hombre que, cuando se casó, se fue de luna de miel a Lourdes.

Zarandear a Sabino Arana (1865-1903) viene bien para, en realidad, darle una patada en el trasero al pueblo vasco que, por descontado, no era ni remotamente sabiniano. Y para ello nada mejor que echar mano del socorrido racismo aranista. ¿Fue racista Arana? El aranismo moderno, si se puede hablar así, entiende que no, pero admiten (J. C. Larronde) que sí era xenófobo e hispanófobo (sic). Si Sabino no fue racista fue porque no se entrenó más. Lo que sí es claro y meridiano es su feroz odio cerval a España (apenas usaba la expresión "Estado español"). Para él, su antiespañolismo y antimaketismo no son sino el resultado de la invasión española (primeras oleadas de inmigrantes con el desarrollo siderometalúrgico del País Vasco).

Ítem más: maketo no es igual a extranjero: maketos son todos los españoles y sólo los españoles. Un belga, pongamos por caso, o un inglés, no serían maketos, sino extranjeros. El concepto que el Aguilucho de Abando tiene de "raza" es telúrico, tectónico, terrenal. Sólo Dios es lo más (Juramento de Larrazábal, una cervecería en Begoña, un barrio de Bilbao, cerca de la Basílica de Begoña). La raza es para Arana el elemento definidor de la nación. Una raza definida por los apellidos (de aquí lo de "ocho apellidos vascos", como en la película taquillera). Si desaparece la raza vasca apaga y vámonos, ergo: desaparece la nación vasca. La raza es la "sustancia" mientras que la lengua, las instituciones y el carácter y las costumbres son "accidentes", dicho sea a la aristotélica manera. Su idea de nación es metafísica: cree que las naciones han existido desde siempre, desde toda la puta vida (como el españolismo rampante cree que Pelayo era "español"o Trajano, en fin... ), desde el tubalismo (Túbal, mítico nieto del no menos legendario Noé). La esencia de lo vasco sería, como para Larramendi (un sacerdote hugonote del siglo XVIII de la parte francesa de Euskadi), el baserritarra (el campesino), la anteiglesia (preurbana), el municipio... Ruralismo preindustrial, foral, ultramontano, melancólico. Lo que no quitó ni obstó a que jugara en Bolsa y comprara minas (su padre fue un armador naval semiarruinado al irrumpir los barcos con planchas metálicas y no de madera como los que hacía él).

Desconozco si es porque estas rotundeces sabinianas son inasumibles por el "posmoderno" aranismo de hoy, pero es la cosa que circula -a guisa de exculpación- la tesis marxista -involuntaria por parte de sus promotores, claro- de que Sabino era "hijo de su tiempo". De una época que justificaría sus abundosidades. Y es verdad.

Pero ocurre que también, por ejemplo, Tomás Meabe era hijo de aquellas témporas y de mendigoizale ("montañeros", "alpinistas" guardianes de la pureza aranista) se pasó a las filas del socialismo bien que semimístico. Determinismo, pues, pero hasta cierto punto.

Vemos, pues, al chovinismo granespañol sacando pecho echando mano de lo peor del antimaketismo excluyente y reaccionario de Arana para alimentar, de paso, la "fractura social" de la que se hablaba en Euskal Herria a principios de 2000, lo mismo el PSOE que el PP.

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