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En Hamburgo el gobierno de Merkel quería un baño de sangre y lo ha conseguido

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El jueves de la semana pasada un estudiante relataba al diario Hamburger Morgenpost la salvaje represión de la policía en Hamburgo por las protestas contra la reunión del G-20. Mientras desfilaban pacíficamente por la calle, fueron obligados por los antidisturbio a subirse a un muro de dos metros de alto y luego los obligaron a saltar desde lo alto, para acabar derribándolo a golpes para que cayeran todos. Fueron muchos los que se compieron los huesos, padeciendo dolorsas fracturas, mientras la policía les grutaba “¡Cerdos antifascistas!” Algunos aún permanecen en los hospitales.

En una carta abierta dirigida a Olaf Scholz, el alcalde socialdemócrata de Hamburgo, y a Andy Grote, del mismo partido, el colectivo que convocó las manifestaciones, Alles allen (Todo para todos), también narra el salvajismo policial en Hamburgo, el ataque del sábado por la tarde a un campamento organizado en un parque y a la propia manifestación por parte de comandos especiales de la policía.

Las agresiones policiales causaron un enorme número de heridos y lesionados, varios de ellos en la cabeza, a causa de golpes brutales, incluso contra personas que yacían tumbadas en el suelo.

A pesar de las agresiones de los antidisturbios, la defensa de la actuación policial ha pasado aun primer plano en la capaña electoral alemana, de manera unánime. Así cabía esperarlo por parte del gobierno de Merkel, que dio patente de corso a la policía. Pero si podemos extrañarnos de algo es de la posición de quienes ejercen de oposición y no se oponen a nada, y menos a las agresiones de la policía.

Tanto por parte del SPD, como de Die Linke (La Izquierda) o de Los Verdes hay plena unanimidad y ninguna diferencia con las fuerzas de la reacción, sino más bien al contrario. La “izquierda” justifica, aplaude y quiere más palos, más cabezas rotas y más manifestantes heridos.

A los que protestan no les defiende ningún diputado, ningún partido institucional, nadie que ocupe ningún cargo pública. Se tendrán que defender a sí mismos porque al gobierno no le basta con los porrazos sino que ha amenazado con acudir a los tribunales para encarcelar a los que han protestado en las calles en el ejercicio de uno de sus derechos más importantes: el de manifeistación.

Los enchufados, los vividores, la legión de parásitos de la política institucional aseguran unánimente que en Hamburgo no ha existido ninguna clase de violencia policial. Así lo ha asegurado en la televisión Olaf Scholz, el alcalde socialdemócrata de Hamburgo. Por definición, no hay más que un único tipo de violencia: aquella que los manifestantes llevan a cabo contra las instituciones, y no al revés.

Tras el baño de sangre, los políticos han quierido volver a lo suyo, a embaucar con la magia electoral, las votaciones y demás cuentos. Cuando el viernes Martin Schulz, candidato del SPD a la cancillería, llegó al barrio de Schanzen, en Hambrugo, con la sonrisa en los labios, se encontró con lo que no esperaba. Los vecinos empezaron a increparle “¡Aquí no tienes nada que hacer!”, “¡Sucio traidor!”, entre otros insultos de los que hasta el periódico Süddeutsche Zeitung se ha tenido que hacer eco.

Algunas declaraciones institucionales han sido más repugnantes que otras. El portavoz del grupo parlamentario de Los Verdes, Anjes Tjarks, ha dicho que la policía ha trabajado mucho y bien, por lo cual sus jefes derían dar a los mamporreros una gratificación en la próxima nómina, aumentar sus vacaciones y pagarles las horas extras que han empleado en aporrear a personas indefensas.

Alemania es la mejor demostración de que la oposición política no existe en el terreno institucional, de que no hay pluripartidismo y de que todos los grupos institucionales actúan al unísono. Para eso no hacen falta tantos partidos; con uno basta.

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