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La Unión Euroasiática se ha quedado en la vía muerta

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La Unión Euroasiática fue lanzada a bombo y platillo por Rusia en 2014. Forman parte de ella Armenia, Bielorrusia, Kajajistán y Kirguistán, además de Rusia. El Presidente kazajo, Nursultan Nazarbaev, impulsor del proyecto desde 1994, la calificó como una “bendición”.

No es otra cosa que un mercado capitalista de 180 millones de consumidores basado en la competencia que pretende impulsar unas economías muy alejadas de los circuitos mundiales más importantes, como Asia central y el Cáucaso. El PIB de todos los países es de 2.700 millones de dólares.

Como consecuencia de la crisis capitalista, el año pasado el mercado se contrajo un 14 por ciento y la reducción del flujo exterior fue un 17 por ciento menor respecto al año anterior. La recesión es especialmente preocupante en Bielorrusia, donde el PIB cayó un 3,5 por ciento en 2015 y las exportaciones a la Unión se desplomaron hasta el 35 por ciento.

Lo que mejor funciona de este mercado es la exportación de mano de obra kirguís y kazaja a Rusia, cuyas remesas son el único capítulo ascendente del mercado y salvan buena parte de la balanza de pagos de sus países respectivos.

La fuerza y la debilidad de la Unión es la sombra de la URSS. Los socios de Rusia no han encontrado la medida justa; necesitan a Rusia pero no quieren caer en una dependencia excesiva. En Astana ya no se escuchan cantos de sirena y, lo mismo que en la Unión Europea, han sugido partidos“nacionalistas” opuestos al proyecto, o lo que es lo mismo, opuestos a Rusia.

Lukashenko arroja balones fuera en Bielorrusia diciendo que Rusia es culpable de la recesión por su proteccionismo. En diciembre del año pasado no acudió a la cumbre que los países signatarios mantuvieron en San Petersburgo para aprobar el código aduanero.

La economía de Kirguistán se ve sacudida por el alza de las barreras aduaneras a las importaciones, especialmente de China y Turquía. En los bazares de numerosas capitales Asia central sobreviven a duras penas numerosos comerciantes que revenden las mercancías importadas de esos dos países. Sólo en el gran bazar de Bichkek trabajan 50.000 personas.

Pero la Unión Euroasiática es, sobre todo para Rusia, un proyecto geopolítico, mientras que en Bielorrusia y Kzajistán recuerdan que, sobre todo, no es más que unión “económica”, como aparece en su nombre oficial. A veces hablan de la Unión como de un “Caballo de Troya” de Rusia, y no les falta razón: el PIB de Rusia supone el 86 por ciento del total de la Unión.

Rusia impone las reglas de juego y las tarifas aduaneras que se pretenden aprobar no son más que una extensión de las suyas propias, que son bastante elevadas, a los demás países.

El plan inicial contaba con la incorporación de Ucrania a la Unión, algo que ahora resulta impensable. Ucrania hubiera aportado un mercado de 50 millones de consumidores y un potencial agro-industrial del que los socios de Rusia carecen, desequilibrando la correlación de fuerzas entre todos ellos. Por lo demás, tanto Kazajistán como Bielorrusia se esfuerzan por mantener buenas relaciones con el gobierno fascista de Kiev, algo que en Moscú no hace ninguna gracia.

La caída de los precios del petróleo también ha afectado muy negativamente a la Unión, además de a Rusia porque supone el 75 por ciento de las exportaciones y la mitad del presupuesto público. Los socios dependen de las importaciones del petróleo ruso y de las sacudidas de su precio en los mercados internacionales, causa inmediata de la recesión, de la devaluación de sus divisas y del alza del coste de la vida en Bielorrusia, Kazajistán y Kirguistán.

La presencia de China es el rtercer factor a tomar en consideración en la situación actual de la Unión, de su fuerza y de su debilidad. Como en otras regiones del mundo, China está tejiendo pacientemente sus redes económicas apoyándose en algo que Rusia no puede aportar a sus socios: opulencia financiera. En la cumbre anual de la Organización de Cooperación de Shanghai de 2012, el antiguo Presidente chino Hu Jintao lanzó el caramelo: 10.000 millones de dólares en inversiones para la región, todas ellas de carácter estratégico.

China ha firmado compromisos económicos a largo plazo con Kazajistán (2005 y 2012), Uzbekistán (2012), Tayikistán y Kirguistán (2013), además de impulsar la nueva Ruta de la Seda, también en 2013 o, en palabras del Financial Times, “el más vasto programa de diplomacia económica desde el Plan Marshall”, conocido en inglés por las siglas OBOR (“One belt, one road”), que comprende a 60 países y pretende conectar Asia con África y Europa (pasando por Oriente Medio).

Rusia no sabe cómo encajar ambos proyectos, el suyo propio y el chino, y ahora mismo no tiene capacidad financiera para mantener sus compromisos en infraestructuras con los países de la región, mientras los yuanes llegan a manos llenas. En julio del año pasado, durante la cumbre de Shanghai, China abrió una nueva línea de crédito para los países de la región de 12.000 millones de dólares. Los rusos no puyede asumir sus compromisos y los chinos han firmado 50 grandes proyectos industriales nuevos.

China tiene otra gran ventaja: sólo habla de dinero; la geoestrategia no entra en sus negociaciones, algo que los socios de la Unión agradecen. Cuando alguien llega con el talonario de cheques y no pide explicaciones, todo resulta mucho más fácil, sobre todo a la vista de titulares del Renmin Ribao, el portavoz del Partido Comunista de China, como éste de 2013: “La Unión Económica Euroasiática sólo sirve para mantener la dominación rusa en el espacio post-soviético”.

Fue una mala racha. Al año siguiente Putin y Xi Jinping se reunieron para tratar de ponerse de acuerdo y cooperar en los proyectos regioniales, “integrando a la Unión dentro de la Ruta de la Seda”. En 2015 se firmó una segunda declaración en la misma línea de ensamblar los dos proyectos en uno solo, que prevé crear una zona de librecambio entre la Unión y China.

En mayo del año pasado la colaboración continuó, en prueba de que sólo China (el dinero de China) puede sacar a la Unión de la vía muerta en la que se encuentra.

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