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La censura en los tiempos de la sociedad de ‘la información’

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Juan Manuel Olarieta

Con el cambio de siglo, la expansión de internet condujo a hablar —pomposamente— de la emergencia de una nueva sociedad “de la información”. Esta terminología procede de la Directiva 2000/31/CE del Parlamento Europeo y dos años después, en 2002, en España se aprobó una ley para promover esa “sociedad”, seguida de otra en 2007 con el mismo objetivo.

Como es típico, la verborrea legal engaña y difunde una concepción errónea de lo es la “información”. La ley de 2002 tiene una sección dedicada precisamente al “control” de la información y de la “sociedad de la información”. El objetivo era —más bien— el comercio electrónico, lo que aclara un poco las verdaderas intenciones de aquella ley: se trata del mercado, de capitalismo puro y duro, algo que tiene poco que ver con la información.

Desde la aprobación de aquellas leyes son muchos los que aseguran que, gracias a internet, ahora hay más información que antes. Algunos llegan a hablar de “transparencia” y otros de “infoxicación” por un exceso de datos que, además, no son relevantes en buena parte, pero nadie explica por qué en internet hay algunos datos —o muchos— que no les interesan en absoluto. Es muy posible que lo que a algunos no les interesa, sea precisamente lo que nos interese a otros.

El exceso va de la mano del defecto porque también hay mucha información que no está en internet sino en libros o periódicos cuyas noticias duermen llenan de polvo en cualquier biblioteca o archivo. Nadie se interesa por ellas y nadie se ha tomado la molestia de digitalizarlas y ponerlas en un servidor de internet para que todos las puedan leer.

Hay mucha información de algunas cosas y muy poco de otras. En cualquier caso, el hecho de que haya más información no significa que estemos más o mejor informados. Más información significa que el lector necesita más tiempo para informarse. Pero, ¿acaso dedicamos ahora más tiempo a informarnos que antes?

Si hay abundancia por un lado y carencia por el otro es porque la información no es neutral, no está toda ella en un mismo plano. Cuando alguien supone que en la actualidad las nuevas tecnologías permiten acceder a la información (a toda ella) más fácilmente confunde lo posible con lo real. La información no es sólo la recepción pasiva de noticias sino una actividad dirigida. Realmente sólo se informa quien busca, no quien recibe lo que otros le muestran. Para encontrar información hay que buscarla y eso exige un método: qué es lo que hay que buscar, en dónde hay que buscar y cómo.

La inmensa mayoría de la información no aparecerá nunca porque casi nadie la buscará. Se avanza muy poco poniéndola en un servidor cuando todos miran hacia otro lado. Para ver algo hay que mirar hacia el sitio en el que está.

La sociedad de “la información” oculta muchas obviedades, como la de que no todos tienen un ordenador, ni conexión a internet. Si eso es evidente, no lo es tanto que la inmensa mayoría de quienes lo tienen no buscan o no saben buscar: reciben la “información” ya empaquetada y lista para el consumo. Incluso si lo que otros nos cuentan fuera verdad, como los ataques químicos del gobierno sirio, siempre hay una parte de la información que no aparece y a una parte la llaman por el todo.

Como la información nunca es neutral, la parte que no aparece no siempre es la misma, cambia en función del asunto. Hay determinados asuntos en los que todo es mentira, como lo que concierne a la URSS. Hay otros en los que la parte emergente es sólo la punta del iceberg de algo mucho mayor. Finalmente, también hay información con sobredosis, como el fútbol, por ejemplo.

Aunque haya mucha información disponible, en internet dependemos de técnicas, como los buscadores, de los que hay decenas de ellos, todos diferentes, que suministran diferentes enlaces en un orden también distinto. Sin embargo, ocurre como en las noticias: de todos los buscadores disponibles sólo se utiliza uno, que es siempre el mismo, Google, al que han elevado a los altares y nombrado “santo” como si estuviera muy cerca de dios en la sociedad de “la información”.

Un buscador no es diferente de un telediario. También muestra un paquete selecto de enlaces que, además, está escalonado en millones de pequeñas referencias puestas sucesivamente una detrás de otra. La inmensa mayoría de los que buscan jamás van más allá de la media docena de fragmentos de esa “información” que alguien les ha puesto delante de sus narices y, desde luego, nadie se preocupa por recurrir a un segundo buscador si esa “información” no la considera suficiente.

En internet no sólo hay sitios para informarse sino sitios para informar, de manera que hoy casi cada usuario se ha convertido en un informador que tiene su blog, su perfil en una red social o su foro para emitir su información, lo cual multiplica cuantitativamente la misma. Hoy “mirar” en internet es como buscar una aguja en un pajar. Aunque sepamos que la información está ahí, no la podemos encontrar y nos topamos con la paja, eso que los expertos llaman “ruido”, tópicos la mayor parte de ellos y, desde luego, el mejor ejemplo de lo que es la ideología dominante, es decir, a numerosos informadores que sirven como altavoces de ella, una misma mercancía servida de millones de maneras diferentes. La Wikipedia no es más que un compendio de eso.

Hoy Descartes se sorprendería por algo que es la negación misma de lo que en su “Discurso del método” consideraba como ciencia: colecciones de tópicos que se repiten a sí mismos por todas partes, que se compendian en una enciclopedia de esas que llaman “de referencia” porque casi todos la consideran como “la verdad” o por lo menos como “información” sobre ella. Descartes pensaría —con razón— que sitios como la Wikipedia han acabado definitivamente con la ciencia.

Como buen mercado capitalista, lo que internet crea son marcas comerciales, “imágenes” de mercancías, de empresas y de personas que viven de ellas. Resulta obvio recordar que una imagen no es información sino una manipulación de la misma y por eso los políticos o los artistas utilizan internet para aparentar algo que no son y ocultar lo que sí son. Como ni siquiera son capaces de hacerlo por sí mismos, esas personas contratan a expertos para hacer lo mismo que dios: crear imágenes de sí mismos.

Todos esos fenómenos son bastante conocidos, y sin embargo se olvidan fácilmente, sobre todo en esos debates en los que siempre hay alguien que, como en la película “Matrix”, pone al mundo virtual en sitio del mundo real. Cree que invoca a la realidad o a los hechos como demostración de lo que defiende porque lo ha leído en la Wikipedia, en internet o en un blog.

Lo mismo que en el mundo real, en el virtual hay muchas informaciones que los buscadores tienen en sus bases de datos pero no las muestran a los lectores, y lo que es peor: hay instituciones públicas, como el propio Boletín Oficial del Estado, empeñados en ocultar determinados aspectos de la realidad, como los indultos concedidos a los corruptos. Es como si fueran indultados dos veces: primero no van a la cárcel y segundo extraen una parte de su biografía del conocimiento público. En España-Matrix parece que la corrupción nunca hubiera existido.

El Boletín Oficial del Estado no se creó para ocultar sino para lo contrario: para hacer públicas las decisiones que toma el gobierno. Con ser importante eso no es lo peor: lo más significativo es que la publicación de un indulto es obligatoria por ley. Sin embargo, hay miles de páginas oficiales sustraídas a los buscadores. Casi una cuarta parte de ellas son indultos aprobados por el gobierno a los condenados por corrupción.

Lo que no “está” en internet es como si no existiera; lo que no está en un boletín oficial tampoco. Está pero no está; está como si no estuviera. Encima siempre hay que aguantar que alguien asegure que la censura ya no existe. Nunca ha habido más censura que en los tiempos de la sociedad de la “información”.

Es posible que los lectores hayan oído hablar muchas veces de que ahora, por fin, es posible acceder a más información que antes, pero habrá oído mucho menos decir que también hay más censura que nunca. ¿Por qué nadie habla de la censura? Si el lector estuviera tan bien informado debería saber que el Boletín Oficial del Estado no muestra a los buscadores determinado tipo de información y, además, le deberían haber explicado el motivo por el cual se le pretende ocultar. Finalmente, ese mismo lector debería saber buscar eso de lo que no quieren que se entere.

¿Es así?



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