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46 millones de estadounidenses comen diariamente gracias a la caridad

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El número de ciudadanos estadounidenses que se ve obligado a recurrir a los cupones de alimentación alcanza ya los 46,5 millones, lo que representa que un 20 por ciento de los hogares recurre a la beneficencia pública. Al hambre las estadísticas oficiales de Estados Unidos la llaman "inseguridad alimentaria".

Los cupones de comida que reciben millones de familias pobres se cambian en las tiendas y supermercados por comida y su valor es posteriormente reembolsado por el gobierno.

Los cupones alimentarios cuestan al presupuesto público unos 70.000 millones al año, más o menos la mitad que la guerra de Afganistán. Se espera que las cifras se disparen cuando Obama regularice a los millones de emigrantes que ahora viven clandestinamente, lo que resultará imposible de financiar en el futuro.

Desde hace 35 meses el número de personas que se alimenta diariamente gracias a los cupones crece imparablemente, según datos del Ministerio de Agricultura. "Es el desplome de la clase media más rápido ocurrido jamás desde que el gobierno empezó a medirlos hace medio siglo", dice CBS News.

En 1969 recurrían a los cupones alimentarios menos de tres millones de personas, lo que representaba a un 1,4 por ciento de la población. El año pasado el incremento fue de un 1.555 por ciento, llegado a los 47,5 millones de personas.

De los necesitados de la alimentación pública, la cuarta parte son niños. El Instituto de Política Económica afirma que sin la asistencia pública Estados Unidos estaría posicionado dentro de los cuatro países que tienen la tasa de pobreza infantil más alta del mundo.

Los niños que van al colegio hambrientos son incapaces de mantener la concentración. Una alimentación insuficiente o inadecuada provoca déficit de atención escolar así como problemas en el desarrollo cognitivo; por ejemplo dificultades para desarrollar el habla. Los niños malnutridos están condenados a tener una peor educación y, por lo tanto, les espera el peor futuro laboral.

Además, una alimentación deficiente se traduce en problemas de salud. Las familias con pocos recursos dedican su presupuesto de comida a alimentos baratos pero de poco valor nutritivo, como la bollería industrial. El resultado es un aumento alarmante de los índices de obesidad o diabetes.

Todo este drama sucede en un país que despilfarra más de un tercio de la comida que produce. Cada día toneladas de alimentos acaban en la basura.

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