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La Guerra de Siria es una guerra económica entre dos gasoductos que compiten entre sí

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Juan Manuel Olarieta

En una entrevista al diario italiano “Il Giornale” el Presidente sirio Bashar Al-Assad asegura que la causa del desencadenamiento de la Guerra de Siria fue el rechazo de su gobierno al trazado de un gasoducto que debía atravesar el país para llevar gas qatarí a Europa a través de Turquía.

Al-Assad asegura que el plan qatarí, que le ofrecieron en el año 2000, era tender un gasoducto que debía atravesar Siria de norte a sur, pero que había otro proyecto de más de 1.500 kilómetros para hacerlo de este a oeste y llegar al Mediterráneo atravesando Irak desde Irán. Es muy posible que, además de gas, por ambos oleoductos tuvieran previsto enviar plegarias y jaculatorias, suníes por el primero y chiíes por el segundo.

Sus patrocinadores respectivos, Qatar e Irán, tienen las mayores reservas mundiales de gas natural. El gasoducto qatarí permitiría a los jeques del Golfo aumentar tanto el volumen de sus exportaciones, como reducir los costes y limitaciones de volumen que impone el transporte marítimo. A Qatar le hace falta una flota de 1.000 buques, con un coste exorbitante que en varios años reduce sus beneficios de 716.000 millones a sólo 71.600 millones de euros. Pierde la décima parte de sus ingresos.

Ambos proyectos entraban en competencia pero no estaban en el mismo plano porque el primero de ellos, el qatarí, además de ser una fuente de ingresos económicos para los jeques del Golfo, desempeñaba dos funciones estratégicas adicionales, bloqueando a otros tantos países enfrentados a Estados Unidos: a Irán le privaba del acceso al mercado europeo y con el gas ruso competía desde el sur, enviando gas a Europa a través de Turquía.

En 2010 el gobierno de Al-Assad optó por el segundo de los gasoductos, en detrimento del primero. Al año siguiente, cuatro meses después de que estallara la Primavera Árabe, el gobierno de Damasco firmó el acuerdo con Irán, una de las peores pesadillas para las monarquías suníes del Golfo y los imperialistas. Ninguno de ellos podía admitir nada parecido. Como consecuencia de ello desataron la guerra en 2011.

Desde el lado ruso, el plan qatarí suponía un intento de asfixia porque la empresa Gazprom provee la cuarta parte del gas que consume Europa y sus beneficios pagan una quinta parte del presupuesto del Estado.

Tras seis años de guerra, el desenlace no puede ser más desastroso para el imperialismo porque -de momento- ya ha perdido dos peones y es posible que los acabe perdiendo todos. El primer peón es Turquía y el segundo es Qatar.

Con independencia del desenlace de la Guerra de Siria, el gobierno de Erdogan ya ha provocado uno de los cambios más importantes desde el final de la Segunda Guerra Mundial sacando a su país de la zona de influencia de la OTAN. Pero, en alusión a los gasoductos, hay que añadir dos cosas más. La primera es que por Turquía pasará otro gasoducto más, el tercero, que llevará gas ruso por debajo el Mar Negro, y la segunda es que, además de Siria, Irán puede contar con Turquía para tener una fuente adicional de salida de su gas.

El otro lacayo que ha dejado de bailar al son de la música de Washington es, en efecto, Qatar, que hasta la fecha era el aliado más cercano que Estados Unidos tenía en la región. En Qatar se encuentran dos de las principales bases militares imperialistas así como la sede del Mando Central de Estados Unidos en Oriente Medio.

Pues bien, a fecha de hoy da la impresión de que Qatar ha entrado de lleno en la chistera de prestigitador de Putin con otra de sus sorpredentes maniobras, que parecen no acabarse nunca: la petrolera rusa Rosneft, la más grande del mundo, ha vendido el 20 por ciento de sus acciones a Qatar. Rusia ha cobrado más de 10.000 millones de euros con los que pagará el descenso de ingresos derivado de las sanciones económicas de los imperialistas. Sin embargo, parece que es Moscú quien ha hecho un favor a los árabes.

Esa venta no es sólo un negocio redondo porque Rosneft no es una empresa privada. Es política y es diplomacia, un principio de acuerdo entre Qatar y Rusia cuyo alcance es simplemente impredecible. De momento es posible sospechar que detrás de Qatar vayan las demás monarquías del Golfo, incluida Arabia saudí, que ya mantiene un acuerdo con Rusia para estabilizar los precios mundiales del petróleo. Si eso se cumple sería el fin del Acuerdo del Quincy y la total desaparición de Estados Unidos del escenario de Oriente Medio.

Pero la capacidad de arrastre de Qatar no se limita a los jeques del Golfo sino a la propia Europa, cuya inmunda intervención en la Guerra de Siria no se explica por su obediencia al dictado de Estados Unidos sino por la cierta dependencia financiera de algunos de ellos hacia Qatar. Si los jeques llegan a un acuerdo con Rusia y, por lo tanto, con Siria, con Turquía y con Irán, su dinero arrastrará a una Europa sumida en la mendicidad hacia las mismas posiciones, es decir, a un acuerdo con Rusia.

No está de más acabar añadiendo que, como bien dice Al-Assad al periódico italiano, los gasoductos son “uno de los parámetros” que contribuyeron a desencadenar la guerra, pero no los únicos. No lo olvidemos.

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