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Channel: La lucha es el único camino
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Nunca podremos recoger el trigo si antes no lo separamos de la cizaña

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Nachawati, la agente de la CIA
Juan Manuel Olarieta

Para un leninista es una obviedad poner de manifiesto que desde que existe el imperialismo existe también el socialimperialismo, que es uno de sus rasgos característicos, es decir, que los imperialistas reclutan a una parte de sus peones en el interior de la clase obrera, de los sindicatos y de esos que hoy, consecuencia de la desorganización imperante, se llaman “movimientos sociales”.

El socialimperialismo, el mero uso de un disfraz, hace que muchos no sean capaces de diferenciar a un antimperialista de su contrario, porque un socialimperialista no es otra cosa que eso exactamente: un imperialista. “Aunque la mona se vista de seda, mona se queda”. Una de las tareas que persigue el imperialismo es lograr que haya quienes se dediquen a pintarle todas las monas que pone en movimiento. No es que la mona se disfrace, se vista de lo que no es, sino que siempre hay alguien que le ayuda a organizar los múltiples carnavales que se celebran en este país: el carnaval comunista, el anarquista, el independentista...

Pondré un ejemplo para que no quepan dudas de lo que estoy hablando. El 8 de octubre, es decir, hace dos meses, la Librería Traficantes de Sueños de Madrid organizó la presentación de último libro de Leila Nachawati. Para quienes no lo sepan, desde hace años dicha librería tiene fama de difundir obras progresistas, e incluso revolucionarias algunas de ellas, mientras que Nachawati es una agente de la CIA en España.

Ese tipo de actos tienen por objeto lograr que Nachawati no parezca lo que es y los miembros de la librería se prestan a ello, a partir de lo cual podemos pensar dos cosas: 1) La teoría del “tonto útil”: los libreros no se han enterado de quién es Nachawati, no saben lo que se traen entre manos, lo cual desacredita mucho su trabajo; 2) Contribuyen deliberadamente a camuflar el trabajo de los espías de la CIA en España o, dicho con otras palabras, ayudan al imperialismo.

Por su propio trabajo, los libreros deberían tener dificultades para justificarse diciendo que sólo son los “tontos útiles” del imperialismo. En medio de tanta información como difunden, es difícil creerles si dicen que no saben quién es Nachawati, cómo funciona la CIA en cada país, las redes que tiende en cada uno de ellos, a dónde va a parar el dinero de la fundación Soros y el gran número de mercenarios que están dispuestos a venderse por un puñado de dólares. ¿Es que sólo venden libros?, ¿no leen?

Además de llenar el mundo de armas, el imperialismo lo llena de confusión y hay quienes nadan en ella, se sienten a gusto y la propagan, por un motivo muy sencillo de entender: “A río revuelto ganancia de pescadores”. La confusión de unos con otros sirve siempre al más fuerte, al imperialismo, y hasta el más tonto sabe que los espías siempre van disfrazados de algo que no son.

Antiguamente las “medias tintas” no eran bien vistas, pero ahora ocurre al revés: los colectivos que se mueven en la ambigüedad quedan bien en los ambientes seudoprogresistas, mientras que a otros les corresponde el papel antipático, que alguno considera incluso “insultante” y hasta “dogmático”, de poner a cada uno en su sitio. Como decía Lenin, nunca podremos recoger el trigo si antes no lo separamos de la cizaña. En cualquier lucha hay que empezar por aclarar dónde está cada cual.

Aunque resulte desagradable decirlo, es obvio que, precisamente por la ambigüedad imperante, a su vez derivada de la debilidad de la vanguardia revolucionaria, hay quien aún no sabe cuál su sitio ni, por lo tanto, el sitio de los demás. No sabe quiénes son sus adversarios ni, por lo tanto, quiénes son sus amigos, quién le puede echar una mano. Si eso ocurre muy frecuentemente a escala local, con más razón cuando aludimos a un fenómeno complejo, como es el imperialismo.

Es cierto que en cualquier crítica o denuncia, por acertada que sea, se puede medir mal, acabando en esa serie de truculencias que a veces se leen y que se justifican a sí mismas por el mero hecho de “tener razón” o de “estar en lo cierto”. No basta con tener razón sino que hay que saber hacer valer esas razones.

Sin embargo, no todo es discutible. A diferencia de la burguesía, que es pragmática y se mueve por intereses, el movimiento obrero se atiene a principios: como se dice ahora, existen determinadas “líneas rojas” que nadie, absolutamente nadie, antifascistas, comunistas, anarquistas, independentistas, puede cruzar. De lo contrario, alguno podría creer que vestirse a sí mismo con una etiqueta le da patente de corso. Pues no es así. Podemos discutir si esas líneas están más acá o más allá, pero están en algún sitio.

La lucha contra el imperialismo es, sin duda, una de esas “líneas rojas”. Esto lo digo por lo siguiente: algún lector estará pensando en quién está autorizado a trazar esas líneas, y entonces cavila mal. Piense mejor en qué es lo que las dibuja, qué es lo que en cada momento impone determinados límites a cada cual, tanto a las personas, como a los colectivos o a las organizaciones.

Pues bien, en lo que al imperialismo concierne, las contradicciones han llegado al punto que amenazan con desatar una guerra que será, sin duda alguna, devastadora. No puede haber una demarcación más evidente, que está a conduciendo a que las máscaras vayan cayendo, a que los imperialistas y sus cómplices queden al descubierto. Lo que pone a cada uno en su sitio es, pues, el propio desarrollo de la lucha de clases, el imperialismo y la guerra. Es lo que está ocurriendo desde hace cinco años con Siria, que se reproducirá luego en cualquier otro lugar del mundo, siempre con los mismos protagonistas, travestidos o no.

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