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Los desafíos del eje euroasiático a la hegemonía de Estados Unidos

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Fuller, antena de la CIA en Estambul
Graham E. Fuller

Tal vez recuerden el término “Eurasia” de las clases de geografía en Secundaria. El término ya no se emplea mucho en las discusiones políticas de Occidente, pero debiera usarse, porque ahí es en donde la más importante y más profunda acción política se va a desarrollar en el mundo en que entramos en el siglo XXI. Estados Unidos, que pone el acento tan intensamente sobre el “confinamiento” de Rusia, del Califato Islámico y de China, se arriesga a errar en la visión estratégica euroasiática, que es la más importante.

Eurasia es la mayor masa del mundo, y abarca Europa y toda Asia; es decir, los centros más antiguos y grandes de la civilización humana.

¿Qué es, pues, el euroasiatismo? Este término ha significado cosas diferentes en épocas diferentes. Hace un siglo, los Kissinger de la época habían inventado teorías sobre un enfrentamiento estratégico profundo e inevitable entre las potencias navales (Reino Unido/Estados Unidos) y las potencias continentales/terrestres (Alemania, Rusia). La “Eurasia” significaba principalmente Europa y Rusia al oeste. Efectivamente, ¿que necesidad había de hablar de la propia Asia? La mayor parte de lo conocido en Asia era algo subdesarrollado, y estaba bajo el control del Imperio británico (India, China) o de Francia (Indochina) y no tenía ninguna voluntad de independencia. El Japón era la única “potencia asiática” verdadera, y que irónicamente ha desarrollado sus propios destinos imperiales imitando a Occidente, y por consiguiente ha llegado a entrar en conflicto con la potencia imperial norteamericana en el Pacífico.

Está claro que hoy todo ello es diferente. Eurasia significa cada vez más una “Asia”, en la que lo “Euro” hablaría más modestamente. Además, China se ha convertido en el centro de Eurasia, al ser la mayor economía del mundo. Sin sorpresa, China (como el mundo musulmán) manifiesta una tendencia resueltamente “antimperialista” basándose en lo que considera su humillación a manos de Occidente (y de Japón) en el curso de los dos últimos siglos, un eclipse sucedido en el transcurso de una de sus dinastías más declinantes. Pero China está allí de nuevo, y está decidida a aplicar todo su peso y su influencia. India es también ahora una potencia que se desarrolla rápidamente con un alcance regional. Y Japón, adormecido, representa todavía una potencia económica formidable, que tal vez desarrolle una mayor relevancia militar regional.

El significado del término “euroasiático” ha cambiado mucho, pero aún sugiere una rivalidad estratégica. En una época en la que Estados Unidos declara formalmente su intención de dominar militarmente el mundo (“dominación total”, era la doctrina oficial del Pentágono en 2000) el concepto del “euroasiatismo” responde a ello con vigor. Y no solamente en China, sino en la nueva importancia de países como Rusia, Irán, incluso Turquía. Proporciona un sentido al eclipse de la potencia occidental dominante ante la nueva potencia asiática.

Este concepto no se limita a lo militar o a lo económico. Hay también una connotación cultural. La cultura rusa ha mantenido desde hace dos siglos un vivo debate sobre si Rusia formaba parte de Occidente o encarna una cultura diferente euroasiática separada. Los euroasiatistas representan una fuerza importante en el seno del pensamiento estratégico y militar ruso (aunque Putin, de forma curiosa, no adopta plenamente esta visión del mundo).

La idea es vaga, pero culturalmente importante; trata sobre la identidad rusa. Es una cultura eslava, pero con profundas raíces euroasiáticas e incluso un pasado turco y tártaro. Recordemos que por dos veces, históricamente, ha sido el moderno Occidente quien ha incendiado Rusia. De ello dan testimonio las invasiones de Napoleón y Hitler hasta las puertas de Moscú. Hoy la OTAN avanza cada vez más profundamente en torno a la periferia rusa. Los euroasiatistas desconfían, son incluso hostiles a Occidente, considerándolo como una amenaza permanente para la “Santa Madre Rusia”. El “euroasiatismo” aflorará siempre bajo la superficie de la visión estratégica rusa del mundo.

La nueva Unión Económica Euroasiática de Rusia tiene un fin económico, al menos de Bielorusia, de unión con los Estados de Asia central y otros, en un conjunto económico euroasiático. Rico en petróleo, Kazajistán fue de hecho el autor del concepto, buscando el mantenimiento de relaciones con Occidente. Pero basta con mirar su situación en un mapamundi para ver que las opciones reales a largo plazo se encuentran determinadas. Rusia no puede ahora ser la estrella económica a la que ligar su porvenir, pero es uno de los numerosos vehículos euroasiáticos, y no son excluyentes unos de otros, sino opciones que aportarán una mayor seguridad.

China se mueve en direcciones increíblemente ambiciosas con la creación de una nueva banca de inversiones, una infraestructura en Asia que han firmado 57 Estados incluyendo la mayoría de Estados europeos, Canadá y Australia, pero visiblemente sin Japón hasta ahora, ni Estados Unidos. Esto crea un nuevo eje euroasiático, que es el instrumento de la banca central china. China está igualmente proyectando nuevas redes de transportes masivos (el cinturón de la ruta de la seda terrestre y la Ruta de la Seda marítima, “One Belt – One Road”, a través de Eurasia, uniendo China con Europa, Medio Oriente, Asia central y del sur y Extremo oriente por vías ferroviarias, marítimas y carreteras. La “Estrategia Euroasiática” de China es una realidad en pleno auge. Si, existen sospechas y rivalidades entre Rusia y China, y con India y Japón. Pero el fuerte impulso económico y desarrollista de estas propuestas difiere netamente de aquel más orientado a la “seguridad” de las organizaciones americanas con sus implicaciones militares inquietantes.

Washington no solamente ha combatido estas iniciativas chinas y euroasiáticas sin éxito, sino que son las políticas estadounidenses, en especial las políticas que identifican Rusia y China como los presuntos enemigos, las que han acercado en numerosas cuestiones a estos dos países, ahora unidos por una desconfianza común respecto a las ambiciones militares mundiales de Estados Unidos.

Por otra parte, antes de la Segunda Guerra Mundial Japón tenía su propia doctrina sobre el “euroasiatismo”, un intento de agitar pueblos y territorios contra la dominación colonial de Asia. “Gran Asia Oriental, Esfera de prosperidad común”. Esta estrategia hubiera podido ser eficaz si no hubiera estado acompañada por las propias invasiones militares brutales de Japón en los países del Asia Oriental, destruyendo la credibilidad de los japoneses. Hoy, Japón no se ha movido de su posición; deberá hacer frente a la realidad de la potencia china en el Este. ¿Y qué dirigente japonés podría seriamente perseguir una política de largo alcance de hostilidad hacia China, apoyando una estrategia norteamericana del Pacífico, concebida para aislar a China? Y especialmente cuando China y Japón se han convertido en socios gigantescos de comercio y de inversiones.

Irán está muy interesado por lo que suponga equilibrio frente a las presiones geopolíticas de Estados Unidos y busca la adhesión a estas instituciones de desarrollo económico rusas y chinas. Irán es “euroasiático”, y una potencia natural de la “Ruta de la Seda”.

Turquía se ha introducido en el juego euroasiático, una vez más. Desde los inicios del partido, para el AKP (las políticas exteriores de Erdogan con la visión del ministro de Asuntos Exteriores de la época, Davotoglu), Turquía ya no se limita a ser una potencia occidental, sino que también ha proclamado sus intereses geopolíticos (casi cien años después de la caída del Imperio Otomano) en Oriente Medio y Eurasia. Al fin y al cabo, los turcos son originarios de Eurasia, y migraron al oeste del lago Baikal hace mil años. Esto significa que hay serios lazos con Rusia, combinados con lazos étnicos, culturales e históricos profundos con Asia central y con China. Turquía, como Irán y Pakistán busca formar parte de esas redes rusas y chinas. Entre ciertos políticos nacionalistas turcos y oficiales militares, contando con numerosos kemalistas laicos, el euroasiatismo es una tendencia capaz de extender las opciones geopolíticas de Turquía, para explorar los lazos estratégicos y culturales con Eurasia. Refleja igualmente una expresión de desconfianza ante los esfuerzos occidentales y norteamericanos para dominar la región.

Para Turquía no es cuestión de uno u otro. Puede buscar formar parte de Europa (y de la OTAN), pero no renunciará a las grandes opciones alternativas geoestratégicas hacia el Este, con crecimiento de la influencia económica, las carreteras y el ferrocarril para materializarlo.

En resumen el nuevo euroasiatismo no se presenta ya a la manera del siglo XIX y de las potencias navales. Es un reconocimiento de que la era de la dominación occidental mundial, y en especial de Estados Unidos está acabada. Washington ya no puede dirigir (o permitir) una oferta a más largo plazo para dominar Eurasia. En términos económicos, ningún Estado de la región, incluyendo a Turquía, estaría tan loco como para dar la espalda a este creciente potencial euroasiático, que ofrece igualmente equilibrio estratégico y opciones económicas.

Existen, desde luego, enormes fallas que recorren Eurasia; étnicas, económicas, estratégicas y un cierto grado de rivalidad. Pero cuanto más intente Washington contener o sabotear el euroasiatismo como una verdadera fuerza ascendente, mayor será la determinación de los Estados de formar parte de ese mundo euroasiático en desarrollo, aunque no se rechace a Occidente.

A todos los países les gusta disponer de soluciones de recambio. No les gusta estar endeudados con una sola potencia mundial que busca la guerra. El relato de unos Estados Unidos de los que depende todo el orden mundial ya no es aceptado por el mundo. Y además ya no es realista. Parece una falta de visión que Washington continúe poniendo el acento en la expansión de las alianzas militares mientras que la mayoría del mundo está a la busca de una mayor prosperidad y busca su propia influencia en la región. Cabe indicar que los gastos militares de China son alrededor de una cuarta parte de los gastos norteamericanos.

Fuente: http://grahamefuller.com


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