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Channel: La lucha es el único camino
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Aunque la mona se vista de seda...

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El viernes de la semana pasada el Ayuntamiento de Manuela Carmena (Podemos, confluencias y mareados) se ridiculizó a sí mismo -de nuevo- para aparentar que, efectivamente, empiezan a cambiar las cosas: presentaron una guía para decirles a los periodistas cómo tienen que escribir sobre la prostitución.

No se trata de cambiar la prostitución, ni mucho menos de acabar con ella, sino de algo más sencillo: de decirles a los periodistas la manera en que deben escribir al respecto y, por extensión, a los espectadores, que hablamos de las cosas lo mismo que hablan los medios de comunicación, es decir, de una manera ridícula.

A través de un ayuntamiento, los cretinos de Podemos se permiten el lujo de indicar el lenguaje en el que debemos aludir a la prostitución y es posible que con el tiempo redacten otro para que sepamos cómo debemos referirnos a la gastronomía.

Está claro que hablar acerca de las cosas, de una manera o de otra, no ayuda a cambiarlas, sobre todo si lo que se trata es -como en este caso- de utilizar eufemismos y circunloquios que esconden el problema, lo mixtifican y caen en el ridículo de llamar “trabajadoras del sexo” a las prostitutas, mientras que consideran correcto llamar “puteros” a los clientes.

Si el ayuntamiento de Madrid se ha metido en un berenjenal como éste es por la propia ideología y la naturaleza de clase de Podemos, que recluta a sus adeptos en esa ciénaga a la que llaman“movimientos sociales”, que causan estragos allá donde llegan con su batiburrillo sobre género, homosexualidad, LGTB y demás taras propias del radicalismo pequeño burgués que hoy se han convertido en las etiquetas que visten y desvisten a cualquiera de modernidad y progresismo.

Hasta la era moderna, en las batallas políticas la trinchera estaba en la explotación (“la lucha de clases es el motor de la historia”); ahora todo gira en torno al sexo o, mejor dicho, a eso que las universidades estadounidenses llaman “género”, aunque al hablar de prostitución podemos fusionar ambos e introducir el término “explotación sexual” o bien “trabajo sexual”, con lo que la pequeña burguesía cree matar dos pájaros de un tiro.

Los colectivos que se atribuyen la representación de quienes están discriminados por razones de género o condición sexual, son el cáncer de estos tiempos, una verdadera plaga, lo cual es lógico por dos motivos fundamentales. El primero es que este tipo de “movimientos”, típicos de los países que se creen el ombligo del mundo, son consecuencia de la ideología imperialista que fabrican las facultades de sociología de Estados Unidos. El segundo es que están bajo los efectos de una sobredosis, tanto de subvenciones públicas como de representación en los medios de comunicación.

Pero si la guía municipal es basura, la contestación de dos colectivos de “trabajadoras del sexo”, Hetaira y Afemtras (Agrupación Feminista de Trabajadoras del Sexo), no le queda a la zaga, aunque en un punto tienen razón: todo debe empezar por llamar a las cosas por su nombre y dejarse de eufemismos. Una fontanera es una fontanera, no una mujer en situación de fontanería, afirman con razón.

Este argumento conduce a otro en el que también tienen razón Hetaira y Afemtras: si -como dice la guía- el 90 por ciento de “trabajadoras sexuales” están bajo el control de redes de trata de personas (lo cual es una falsedad inventada por la policía), entonces es porque hemos entrado en un terreno muy diferente, más cercano a la esclavitud que, en el terreno legal, constituye un delito.

A partir de ahí, la posición de Hetaira y Afemtras es la del individualismo burgués de toda la vida, la de que “cada cual hace con su cuerpo lo que le da la gana” y que la prostitución es una profesión como cualquier otra, por lo que se debe legalizar y reglamentar, pagar el IVA y tener derecho a la jubilación. No es muy diferente de quienes se justifican afirmando que un carcelero también es otro trabajador, como cualquier otro, y cosas parecidas.

Finalmente, a la pequeña burguesía siempre le queda el recurso de sacar el ventilador y volver el argumento contra la clase obrera afirmando que todos nos prostituimos, que la sociedad capitalista es esa gran puta que por dinero realiza trabajos que no quiere, que repudia o que son infames.

El burgués cree que todos son de su misma condición de clase miserable. Nunca ha entendido el abismo que hay entre una clase social y otra. A ellos sólo les mueve el dinero, mientras que el trabajador trabaja por necesidad, no por dinero.

De ahí que tanto Iglesias como  Errejón apoyen a Apricot, una empresa capitalista dedicada a los prostíbulos y la pornografía que el mes que viene organizará en Barcelona una feria titulada “Salón Erótico de Barcelona”.

La intelectualidad burguesa tiene un repertorio muy amplio y variado de explicaciones rebuscadas. Para eso les subvencionan... entre otros los propios ayuntamientos (pero también la industria de la prostitución y la pornografía).





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