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¡Ojalá hubiera triunfado el golpe de Estado en Turquía!

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Como siempre, tenemos que confesar que del golpe de Estado en Turquía lo que más nos ha atraído no ha sido el golpe, ni siquiera su fracaso, sino lo que han contado en torno al mismo, las informaciones, las mentiras, las opiniones, los análisis... Para nosotros la sicopatología es un imán (no el imán de las mezquitas sino el magnético) porque, como deberían saber, no son las masas las que mueven la historia, sino los perturbados mentales, los sicópatas y dementes.

En relación a este golpe hemos leído toda clase de comentarios, que ni en un mes tendríamos tiempo de resumir, aunque ahora queremos llamar la atención de nuestros amables lectores sobre un subgénero histórico y periodístico al que no le prestamos suficiente atención. Se trata de la analogía, la comparación o el cambalache, porque es un método de análisis que no suele aparecer en los manuales académicos, a pesar de su importancia.

Vean algunos ejemplos. Hemos leído comparaciones del golpe (o mejor dicho, del contragolpe y las purgas de Erdogan) con la Revolución Cultural china, lo cual ha sido una característica común de los comentaristas: lo importante no ha sido el golpe sino el contragolpe (un golpe dentro del golpe, dice El País), hasta tal punto de que ya nadie habla del primero (la causa) sino del segundo (el efecto), lo cual conduce a otro tópico: el de que Erdogan es un sátrapa (un sultán) que actúa por puro capricho, sin motivo ni causa que lo justifique, que es la quintaesencia de un dictador.

No permitan que nadie les confunda, queridos lectores: quien ha dado el golpe ha sido Erdogan. Lo sabe todo el mundo... menos los turcos. En Turquía no ha habido nadie que haya afirmado tal cosa, por lo que una de dos: o se equivocan los turcos o quien se equivoca es“todo el mundo”.

En el método análogico no sólo funcionan las comparaciones que se muestran sino las que no aparecen nunca, porque ha habido muchos países que han llevado a cabo depuraciones incluso sin previo golpe de Estado, es decir, sin motivo. Por ejemplo, la República Federal de Alemania en la posguerra depuró el aparato del Estado para limpiarlo de comunistas y otros indeseables, y nadie puso el grito en el cielo. Sobre todo depuró a fondo el sistema de enseñanza, así que no se entiende bien por qué algunos hipócritas se rasgan las vestiduras cuando Erdogan hace lo mismo.

La analogía, además de sincrónica, puede ser diacrónica. Se puede comparar, por ejemplo, este golpe de Estado con otros anteriores, de los varios que ha habido, lo cual conduce a un comentarista a decir que, en términos relativos, la depuración del sultán Erdogan ha sido benigna. En 1980 los militares kemalistas apoyados por la OTAN detuvieron a 650.000 personas, pusieron a 1.680.000 turcos en las listas negras y juzgaron a 230.000 personas, de las que condenaron a muerte a 7.000 y ejecutaron la pena capital a 517.

En efecto, esas cifras ponen de manifiesto que Erdogan es un santo, pero hay algo más: en el caso de 1980 quienes triunfaron fueron los golpistas, por lo que a partir de ahí todo lo que hicieran sólo podía ser una farsa; ellos debieron ser pasados por las armas. Ahora es al revés. Luego no son casos comparables.

La depuración ha conducido a que los comentaristas salgan por un momento de la sicopatología y recurran a un lenguaje propio de la antropología y el akelarre, en donde Gülen es un chivo expiatorio y la depuración una caza de brujas como la del senador MacCarthy en los cincuenta. Erdogan será el actor principal de la próxima entrega de Los Cazafantasmas.

Puestos a hacer comparaciones, en un país de cotillas y partida de dominó, el golpe turco ha suscitado mucho más interés que el que se produjo en Egipto hace tres años, lo cual es curioso porque no ha triunfado. Eso significa que hay un interés por hacer que un golpe realmente exitoso, también tramado por los imperialistas, pase desapercibido.

Esta forma de colaboración con los imperialistas tiene una explicación: Turquía es un país habitado por kurdos, por lo que los defensores de los oprimidos, a diferencia de Egipto, han levantado la voz de la manera torpe que acostumbran. Turquía no les interesa los más mínimo. Es como si en un análisis del golpe del 23-F en España sólo habláramos de los gallegos.

En una web leemos que “el objetivo de Erdogan es el pueblo kurdo”, es decir, que Erdogan ha dado un golpe de Estado para aplastar a los kurdos. Pero si eso fuera cierto, no entendemos por qué los kurdos no se sumaron al golpe o no apoyaron a los golpistas. La explicación es que después de “democracia” el término más utilizado en los comunicados de los grupos kurdos es el de “paz” y que, al menos el PKK, lo mismo que Erdogan, acusa a la quinta columna gülenista dentro del ejército y la policía de “sabotear el proceso de paz”, por lo que “la depuración de Erdogan satisface al movimiento independentista”, hemos leído en una agencia de prensa.

Lo que merece una atención personalizada es el régimen fascista que el AKP había impuesto en Turquía antes del golpe, lo que le debería convertir en algo plausible: los militares querían liberar al pueblo del fascismo. ¿O se trata de la guerra de unos fascistas contra otros?, ¿otro caso de equidistancia?, ¿de neutralidad?, ¿ni unos ni otros?, ¿son todos iguales?, ¿tan reaccionarios los unos como los otros?, ¿se pelean los fascistas entre ellos?

En una foto de la asonada se ve a un civil golpeando a los soldados, lo que podría ser una buena síntesis gráfica del mismo. Es la primera vez que vemos un fenómeno similar. Estamos acostumbrados a lo contrario. Una foto así ni siquiera necesita un comentario. Sin embargo, también a una imagen se le puede dar la vuelta: la chusma islamista fanatizada torturando a unos soldados que siempre han defendido el laicismo... Los progresistas son éstos, los reaccionarios son siempre los religiosos fanáticos. ¡Ojalá hubiera triunfado el golpe!

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