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Liga Joybun: el embrión del nacionalismo kurdo en Djezireh

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La fundación de la Liga Joybun en Beirut
En la parte siria de Kurdistán la política colonial francesa fue tan vacilante como la inglesa. Los kurdos también eran un tapón entre las posiciones francesas y el nuevo gobierno kemalista turco, dividido en tres zonas: el Alto Djezireh, el Jerablus y el Kurd Dagh. Además de esas regiones fronterizas, siempre existieron importantes poblaciones kurdas en Hama, Alepo e incluso en Damasco, la capital.

La ocupación de la región por el ejército colonial francés se produjo en la primera mitad de los años veinte del pasado siglo y no tuvieron mayores dificultades, excepto en el Alto Djezireh, poblado por kurdos seminómadas y tribus beduinas.

La resistencia se produjo por la alianza de Turquía con algunos notables kurdos y árabes en contra de los franceses. Quizá el personaje clave de esas alianzas sea el kurdo Hajo Agha que había cooperado con los kemalistas para atacar a los franceses en Siria y en 1925 les ayudó a aplastar el levantamiento de Cheikh Said.

Al año siguiente las alianzas cambiaron y Agha se arrojó en los brazos de los colonialistas franceses para alzarse contra el gobierno turco. En 1926 el capitán Pierre Terrier, de la inteligencia militar francesa, estableció una alianza estratégica con él: a cambio de tierras y armas, los kurdos se encargarían de asegurar la frontera, bien entendido que dicha frontera no era la de ningún Estado kurdo sino la que hay entre Turquía y Siria.

De esa manera Agha se convirtió en una especie de agente de aduanas. En Siria los kurdos también parecían destinados a cumplir el papel que los cosacos habían cumplido en Rusia bajo el Imperio zarista.

Agha no sólo se convirtió en un interlocutor privilegiado del imperialismo francés, sino en el jefe la tribu Heverkan, con un territorio propio. Los franceses trataban de imponer la sedentarización de kurdos y árabes para asegurar la frontera, instalando en ella a refugiados cristianos, armenios y asirios de Turquía. A partir de 1925 a ellos se unieron kurdos, como Hajo Agha, que huían de la represión kemalista tras el fracaso de la revuelta de Cheikh Said.

La colonización francesa de la frontera fue un éxito, pero el grupo de refugiados kurdos que llegó de Turquía no era el que había al sur de la frontera. Se trataba de una población urbana de cierto nivel intelectual que tenía como vecinos a tribus y gente rural. Habían llegado de una gran metrópoli, como Estambul, y en 1927 empezaron a agrupar a los kurdos en la Liga Joybun, una organización nacionalista que desempeñó un papel fundamental en el mantenimiento de la identidad kurda en Siria y el diseño de las primeras reivindicaciones autonómicas, siempre bajo la tutela de los franceses

El objetivo de la Liga Joybun era crear una zona liberada en la frontera para iniciar la lucha armada contra Turquía, algo que no era bien visto por los franceses, que en 1930 castigaron a Agha, como si fuera un niño travieso, por haber participado en una incursión militar de la Liga en territorio turco.

No fue el único castigo que recibió el niño por sus travesuras, poniendo de manifiesto su condición colonial. En 1939 el bloque nacional sirio le retiró provisionalmente la subvención que le pagaban los franceses como jefe de una tribu kurda. Además, en varias ocasiones le amenazaron con extraditarle a Turquía, donde el gobierno kemalista quería capturarle.

Desde el levantamiento árabe de 1925, la administración colonial francesa en Siria trataba de captar a las minorías, exactamente lo mismo que habían hecho antes los otomanos. Siempre “divide et impera”. Para los otomanos y los franceses el enemigo principal eran los árabes y las minorías, religiosas y nacionales, como los kurdos, unos potenciales aliados.

Para ganarse a las minorías había que hacerles toda clase de promesas que jamás se iban a cumplir. Ante las demandas de autonomía de los tres enclaves fronterizo kurdos, en 1928 el capitán Terrier diseñó un plan para formar “un hogar kurdo autónomo” pero no en los tres territorios, ya que “no eran viables”, sino sólo en el Alto Djezireh.

La colaboración de los kurdos con los colonialistas se agotó en 1936, cuando se firmó el Tratado franco-sirio por el cual las tropas francesas se retiraban de las regiones que ocupaban en “Levante” y se reconocía la independencia de Siria. Dicho Tratado se firmó en paralelo con el de Turquía, por lo que el “tapón kurdo” ya no era necesario; la frontera estaba asegurada y a partir de entonces los nacionalistas kurdos eran prescindibles.

Pero tampoco ahora había unanimidad entre los colonialistas. Algunos funcionarios de la inteligencia militar no estaban de acuerdo con el Alto Comisariado y estimulaban al movimiento autonomista kurdo en Alto Djezireh a través de los notables kurdos y las minorías cristianas, de la misma forma que se estaba haciendo con los drusos y los alauitas en otras regiones.

Tras varios desencuentros entre el Alto Comisariado y el gobierno sirio, en 1938-1939 el primero decidió acabar con el movimiento autonomista kurdo que la inteligencia militar estaba promocionando.

En Siria, lo mismo que en Irak, la autonomía de Kurdistán tampoco tendría cabida; ni siquiera tenía cabida un movimiento nacionalista en su favor. En ningún caso las decisiones se tomaron sobre el terreno, sino en Londres y en París y por necesidades que correspondían a la dominación imperialista sobre la región.

Si alguna vez los imperialistas favorecieron las reivindicaciones nacionales kurdas no fue por principios sino por puro oportunismo político, en perjuicio de terceros, los árabes, y, naturalmente, siempre para favorecer el “arbitraje” sobre ambos.

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