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La regla de las 3C: colonialismo, comercio, cristianización

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El general sanguinario
Desde el 16 de mayo, aniversario del acuerdo Sykes-Picot, la prensa árabe abunda en el siglo de las 3C: colonialismo, comercio y cristianización, aunque las espeluznantes matanzas de todo tipo que los árabes recuerdan no es posible encajarlas exactamente en ninguno de esos tres vocablos.

Pero la memoria es selectiva: la prensa europea no se acuerda de nada y sigue con sus letanías monocordes para seguir justificando lo que no tiene justificación posible.

Los árabes recuerdan, por el contrario, que la guerra de Siria no es nada nuevo y junto a Sykes y Picot evocan la figura del virrey imperial de lo que ellos califican como “Levante”, el general Henri Gouraud, fajado a la vieja escuela en toda clase de crímenes coloniales desde que salió de la Academia de Saint-Cyr con el diploma bajo el brazo... que luego acabó perdiendo (el brazo, no el título).

Níger, Chad, Mauritania, Marruecos... Gouraud es un criminal parecido a los africanistas españoles, como Millán Astray o Franco, lo que también le permitió ascender muy rápidamente en el ejército.

Sus memorias, escritas en 1939, se titulan así precisamente: “Recuerdo de un africano en Sudán”. Dejó las calles de muchas ciudades africanas regadas de sangre, hasta que en 1919, casi al final de la Primera Guerra Mundial, le destinaron a “Levante” para ejecutar el acuerdo Sykes-Picot por el que Francia se repartía Oriente Medio con Gran Bretaña.

En particular, los árabes recuerdan que cerca de Damasco, en la batalla de Jan Meyssalun, el 24 de julio de 1920 los independentistas árabes fueron derrotados por las tropas coloniales francesas, que penetraron triunfantes en la actual capital siria.

El general Gouraud lo hizo a lomos de su caballo, llegando hasta el interior mismo de la mezquita de los Omeyas. Desde entonces los árabes le conocen como “El Sanguinario”.

Aficionados a contar leyendas, los árabes han transmitido oralmente de padres a hijos las que le atribuyen a “El Sanguinario”. Dicen que se presentó allá como nieto de Godofredo de Bouillon, o sea, que consideraba su expedición colonial como una reedición de las Cruzadas. Otros relatos añaden que abrió la tumba de Saladino y gritó: “¡Despierta! ¡Ya hemos vuelto!”

Actualmente el valle de Meysalun lo atraviesa una frontera entre dos países, Siria y Líbano, que entonces no existía. Los árabes dicen que allá quedó enterrado el sueño panarabista: la creación de un único país árabe. A los imperialistas lo que les interesaba era crear muchos países, fronteras y virreyes sumisos en cada uno de ellos.

En Damasco sólo hay dos plazas con estatuas militares y una de ellas inmortaliza al general Yussef Al-Azmi que dirigió y murió en aquella batalla.

El 29 mayo de 1945, poco antes de finalizar la Segunda Guerra Mundial, Damasco volvió a ser masacrada por otro bombardeo indiscriminado con el que los colonialistas franceses pretendieron aplastar diez días ininterrumpidos de manifestaciones árabes que reivindicaban su independencia.

A las órdenes de otro general, Oliva-Roget, las baterías francesas lanzaron proyectiles durante 36 horas seguidas, causando centenares de muertos y destruyendo una parte de la ciudad.

Los crímenes del imperialismo en Siria cumplen 100 años. Las palabras más utilizadas por los historiadores árabes no dejan lugar a dudas: carnicerías, masacres, torturas, humillaciones, edificios arrasados, campos incendiados...

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