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Teoría marxista de la alienación

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Juan Manuel Olarieta

Una de las maneras de diferenciar a un idealista de un materialista es que mientras el primero habla del mundo en primera persona, el segundo habla de la persona en función del mundo. El idealismo se empacha de conciencia, e incluso inventa tantos paraísos como conciencias existen acerca de él. El mundo -dicen los idealistas- no es tan importante como tener conciencia de él. Entonces el discurso del idealista desvaría por todos y cada uno de los problemas de esa conciencia y, sobre todo, de los devaríos de la conciencia o de la ausencia de conciencia.

La alienación es uno de los recursos favoritos del idealismo, y mucho más: es algo casi siquiátrico, hasta el punto de que a veces el alienado es un enajenado, un perturbado mental. Incluso grandes materialistas como Feuerbach resbalaron por esa pendiente al poner a la religión como ejemplo típico de alienación, un fenómeno pernicioso, un engaño, con el que hay que acabar. Por no hablar ya del idealismo, incluso el materialismo burgués juzga la alienación como algo inmoral, rechazable, y a partir de ahí la bola de nieve sigue creciendo imparablemente, al concebir que la tarea revolucionaria debe consistir, lógicamente, en poner lo cierto en lugar de lo incierto en la conciencia de cada cual pero, especialmente, en la de los trabajadores, con un empeño que es típico de los misioneros y evangelizadores religiosos, es decir, a la vez, propagandístico y pedagógico.

Los seudomarxistas toman del idealismo esas concepciones. Por ejemplo, Reconstrucción Comunista, que son los cheerleaders del oportunismo, hace gala de ello en una reciente publicación que convierte a la alienación en la "forma principal de control" y en el "instrumento principal de la dominación" en un Estado democrático. En un confuso lenguaje idealista sostienen que un régimen democrático es "mejor envoltura" que una "dominación autoritaria" porque la burguesía se impone por medio de la alienación que ejerce sobre el proletariado, controlando el Estado, el sistema educativo y los medios de comunicación (1).

En este tipo de concepciones hasta el lenguaje es absurdo. Un régimen político no es ninguna "envoltura", ni la dominación de clase puede depender de algo -la alienación- que conciben como un fenómeno subjetivo, ideológico. Es como decir que una clase, el proletariado, está sometida porque otra clase, la burguesía, le engaña o le mantiene en una especie de atontamiento a través de los medios de comunicación. Aunque errónea, es una concepción bastante extendida. Parece que la burguesía conoce la verdad pero cuenta algo distinto: una mentira. La consecuencia de este planteamiento idealista es que -a la manera de Feuerbach- la lucha de clases se reduce a una tarea pedagógica que tiene como objetivo destapar el fraude, sacando a los explotados del error en el que viven.

En contra de lo que Reconstrucción Comunista afirma, la burguesía no "ejerce alienación" sobre el proletariado porque ella misma está alienada. Pero los coletivos pequeño burgueses se caracterizan porque denuncian la alienación de los trabajadores, pero nunca su propia alienación como clase. Esto es típico -sobre todo- de la intelectualidad, que considera que quienes están alienados son los que carecen de formación, estudios o eso que llaman "preparación", que conciben siempre como algo anterior a la acción. Pocos sectores sociales hay más alienados que los intelectuales y, en particular, quienes creen que no se puede salir a la calle sin leerse antes "El Capital".

Mientras el idealismo pone los fenómenos cabeza abajo el marxismo, que es el materialismo científico, sostiene que la alienación no se origina en la conciencia sino en la actividad y, por consiguiente, en el trabajo:"Nosotros partimos de un hecho económico, actual", dice Marx (2). Las relaciones de producción capitalistas son inmediatamente relaciones de dominación, de poder. El poder es económico, social y político, y de ahí deriva un poder ideológico en el que la clase que lo detenta no engaña sino que transmite las concepciones de su clase a toda la sociedad: "las ideas dominantes son las de la clase dominante", dice Marx en una frase conocida. No son, pues, la causa sino más bien la consecuencia.

El marxismo analiza, además, la alienación como una característica de la actividad económica bajo determinadas circunstancias históricas bien definidas, que son el capitalismo y su antecedente inmediato, el mercado, con lo que ello supone, fundamentalmente la propiedad privada. La alienación, pues, ni siquiera tiene que ver exactamente con mercancías, como sostuvo Lukacs (3), sino con la propiedad de las mismas, o sea, con determinadas formas de relaciones de producción mercantiles que surgen en un momento determinado de la historia.

El mercado aparece porque alguien produce no para sí mismo sino para otros. Hay un desdoblamiento de la sociedad entre vendedores y compradores, es decir, una ruptura de la unidad (sociedad) en dos fragmentos (uno se divide en dos). A ese desdoblamiento, que es puramente mercantil, el capitalismo añade otro aún más importante: el de quienes no sólo producen sino que trabajan para otros, por cuenta de otros: "Hasta ahora hemos considerado el extrañamiento, la enajenación del trabajador, sólo en un aspecto, concretamente en su relación con el producto de su trabajo. Pero el extrañamiento no se muestra sólo en el resultado, sino en el acto de la producción, dentro de la actividad productiva misma" (4). Es lo que los idealistas no quieren admitir: la alienación no es nada diferente de la explotación y el trabajo alienado es el trabajo explotado.

Marx no fue nada original. De la economía mercantil y del desdoblamiento entre el valor de uso y el valor de cambio ya habló Aristóteles. Lo que Marx dice es que con el desarrollo de las fuerzas productivas y la división del trabajo, la economía y la sociedad se fragmentan aún más profundamente: el trabajo se desdobla como fuerza de trabajo, el valor de cambio como dinero y el dinero como capital.

Cuando Marx alude a la alienación utiliza una batería de expresiones en alemán que no siempre se traducen de la misma manera y que han creado otra batería de expresiones en castellano verdaderamente laberínticas. Pero todas ellas tienen en común un desdoblamiento y se suelen ilustrar con el ejemplo de la compraventa. Si somos finos, cuando vendemos nuestro coche decimos que lo hemos "enajenado" porque la propiedad privada separa lo propio de lo ajeno (alienus).

Pero con "enajenado" nos podemos referir también a una persona que no es ella misma sino que está "fuera de sí", que se cree otra distinta, que se desdobla en ella. Lo mismo le ocurre a cualquier creador, que se realiza en su creación, el pintor en su pintura o el poeta en su poema, y entonces decimos que la obra es un desdoblamiento de su creador, hasta el punto de que adquiere vida propia, como el Quijote trasciende a Cervantes o la Quinta Sinfonía a Beethoven.

Ante todo la alienación es objetivación, materialización. Si el trabajo se analiza desde ese punto de vista, como creación, la alienación pierde ese sentido moral repudiable que ha adquirido en el pensamiento burgués. Entonces el trabajo es todo lo contrario, "autoproducción", como decía Hegel, que es la máxima expresión de la realización personal. El hombre se manifiesta en sus obras, en su actividad, en la práctica.

Para los marxistas la alienación no es unilateral sino una contradicción. No se trata -en absoluto- de erradicarla sino de modificar las condiciones históricas actuales en las que se desenvuelve. Si en lugar de modificación hablamos -más bien- de superación, que es el término que Marx utiliza, podríamos decir que como cualquier otra situación histórica, no es posible suprimir la alienación sino que se trata de superarla a partir de la propia alienación. Para lograrlo lo que hace falta, en palabras de Marx, no es precisamente pedagogía sino "un movimiento que se supera a sí mismo" (5), acabar con la propiedad privada o, para ser más claros: acabar con el trabajo explotado.

La propiedad privada no sólo crea una dualidad recíproca entre lo mío y lo tuyo, sino una dislocación entre lo individual y lo social, entre yo y todos los demás, donde parece que lo de los demás no es mío o no me corresponde a mí. Esa ideología edificada sobre lo cercano e inmediato, característica de la burguesía española desde siempre, ha impregnado profundamente todos los poros de la sociedad, empezando por el "¿Qué hay de lo mío?" y acabando en el provincianismo cutre, también característico, de "¡Viva Cartagena!"

El desdoblamiento de las cosas es paralelo al de las personas. El desarrollo de las fuerzas productivas forma sociedades cada vez mayores (cuantitativamente) pero más fragmentadas (cualitativamente), siendo las clases y la lucha entre ellas la máxima expresión de dicha fragmentación. Pero no es la única y en los "Manuscritos" expone Marx otras muchas consecuencias de dicha fragmentación: la propiedad privada crea necesidades e intereses igualmente privados a los que se subordina el interés público, que debería ser el de la mayoría, e incluso el de toda la sociedad.

Las relaciones mercantiles (el mercado, la compraventa, la propiedad privada) crean la falsa impresión de que todos somos iguales, todos estamos en un mismo plano. Pero las relaciones capitalistas que de ahí surgen son todo lo contrario: donde hay un propietario de medios de producción hay un expropiado. A veces al trabajo explotado se le llama "por cuenta ajena" o sea por cuenta de otro (alienus), el propietario de los medios de producción. También se le llama trabajo "dependiente" porque crea dependencia, hace a una parte de la sociedad (proletarios) dependiente de otra (burgueses).

En la sociedad capitalista el trabajo alienado es, pues, el soporte de cualquier otra forma de subordinación (social, política, cultural), la esencia misma del poder de la burguesía como clase. A eso -a la explotación- se refería Marx, y no a otra cosa.

(1) Reconstrucción Comunista, De Acero, núm.4, agosto de 2014, pgs.5 y 7.
(2) Marx, Manuscritos economía y filosofía, Madrid, 1968, pg.105.
(3) Lukacs, Historia y conciencia de clase, México, 1969, pg.123.
(4) Marx, Manuscritos, cit., pg.pg.108.
(5) Marx, Manuscritos, cit., pg.pg.164.

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