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La guerra contra las drogas del Presidente Nixon

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El Presidente Nixon no desencadenó la guerra contra las drogas para acabar con las drogas sino para acabar con sus enemigos políticos, los negros y los que luchaban contra la agresión de su gobierno a Vietnam.

Así lo asegura un largo artículo publicado en la revista Harper’s (*) en el que el periodista Dan Baum relata su entrevista con John Erlichman, antiguo miembro del personal de confianza de Nixon que resultó encarcelado por su implicación en el escándalo Watergate en 1971.

El tiempo no logró que Erlichman dejara de sentirse despachado. Al fin y a la postre tuvo que ejercer de lacayo hasta el final y pagar los platos rotos por su jefe en una prisión federal.

Así que es él quien le empieza preguntando al periodista: “¿Quiere Usted saber de qué trataba aquello?”. Según su lacayo, a finales de los sesenta Nixon tenía dos enemigos políticos: los negros y los antimperialistas que se oponían a la agresión contra Vietnam.

Pero no podían volver a los negros a la esclavitud ni ilegalizar las movilizaciones contra la guerra, por lo que emprendieron la típica campaña intoxicadora “made in USA” para que la población asociara a unos y otros, negros y antimperialistas, con las drogas.

Desde el gobierno se difundió el mensaje de que los unos estaban enganchados a la heroína y los segundos a la marihuana. Las drogas se convirtieron en la excusa para atacar a las organizaciones políticas que se oponían en la calle a los planes del imperialismo.

Con la excusa de la lucha contra las drogas empezaron las redadas, los juicios y los encarcelamientos. Si los detenidos no consumían drogas, no importaba porque la policía se encargaba de que en los registros apareciera algún alijo o algún infiltrado testificara en falso.

Nixon no luchó contra las drogas sino a favor de las drogas y encargó a la policía que llevara las drogas a todos y cada unos de los barrios de las grandes ciudades de Estado Unidos, desde Nueva York hasta Los Angeles, para acabar con las movilizaciones políticas de los setenta.

La acción de la policía estuvo complementada, como es habitual, con el papel de la prensa haciéndose eco en primera plana de las intervenciones de la policía, de las capturas, de las redadas y demás simulacros de “lucha” contra las drogas.

Que Nixon se caracterizaba por una absoluta falta de escrúpulos, es algo sabido. Que no era algo característico de su persona sino de los Presidentes de Estados Unidos, también es sabido.

Desde hace más de un siglo toda la política emprendida por los imperialistas en el mundo presenta esa misma falta de escrúpulos que, como ven, Watergate ha ayudado a tapar.

(*) http://harpers.org/archive/2016/04/legalize-it-all/

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