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Channel: La lucha es el único camino
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De los ‘Papeles del Pentágono’ a los ‘Papeles de Panamá’

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Los “Papeles del Pentágono”, la primera filtración del periodismo moderno, se llevaron al New York Times en 1971. El entonces héroe del periodismo de investigación Daniel Ellsberg tuvo que fotocopiar 7.000 páginas clasificadas sobre la Guerra de Vietnam.

Desde entonces se saben dos cosas que sólo recordarlas resulta pueril: que lo que dicen los gobiernos es mentira y que quien filtra una noticia (“garganta profunda”) tiene una cuota de poder y algún conflicto con otro poder.

Los héroes de la película, los periodistas de investigación no existen desde hace años. Los reporteros como Ellsberg, Woodward, Bernstein y tantos otros, son instrumentos útiles en una lucha de camarillas que hay entablada en las alturas y las grandes instituciones.

En 1971 no había llegado aún la era digital y los “Papeles del Pentágono” eran papeles de verdad. A un promedio de un grueso libro de 700 páginas, la filtración equivalía a una pequeña biblioteca compuesta por sólo 10 libros.

La siguiente corresponde a la era digital. En 2010 WikiLeaks publicó una filtración de 1,73 GB (“gigas”) de documentos clasificados del Departamento de Estado. Este volumen de información era unas cien veces mayor que el de los “Papeles del Pentágono”.

La filtración de los “Papeles de Panamá” ocupa 2.600 GB en términos digitales, un tamaño mil veces mayor que el de WikiLeaks: equivalente a un millón de libros de los “Papeles del Pentágono”.

Ese volumen de información no se puede enviar por correo electrónico. Si, como promedio, el disco duro de un ordenador doméstico puede tener unos 200 GB, el supuesto pirata habrá utilizado unos 10 de ellos para guardar la información.

Antes habrá tenido que encontrar la clave y descifrar el contenido de los datos almacenados.

El periodista del Suddeutsche Zeitung Bastian Obermayer que recibió la información dice que la fuente nunca quiso revelar su identidad, aceptar llamadas telefónicas o encontrarse con él en persona.

Los medios dicen que para comunicarse utilizaron aplicaciones de chat cifradas, de las que borraban el historial cuando terminaban de hablar. Estas aplicaciones cambiaban de forma frecuente para dificultar el rastreo o que se rompiese el cifrado de las comunicaciones. Obermayer hace referencia a programas informáticos como Signal o Threema y a clientes de correo electrónico cifrados con PGP.

Pero si bien es posible que se comunicara con su fuente por correo electrónico, no aclara cómo le envió los documentos exactamente. ¿Dejó en la nube 2.600 GB de datos?, ¿cifrados?, ¿le envió los discos duros a través de un mensajero con moto?, ¿los troceó antes de enviarlos?, ¿por P2P?

Toda esta comedia es mentira desde el principio por una razón muy sencilla que, al mismo tiempo explica los motivos por los cuales en el listado no hay ciudadanos de nacionalidad estadounidense: en 2010 Estados Unidos firmó un acuerdo con Panamá por el cual los datos comerciales reservados no lo eran para Estados Unidos.

Pero aquello también fue otra comedia: Estados Unidos está al corriente de cada céntimo que se mueve en paraísos fiscales, cuentas opacas, testaferros, clientes “offshore” y demás chanchullos de ingeniería financiera.

Los abogados panameños no pueden contar nada a Estados Unidos que la Agencia Nacional de Seguridad no conociera de antemano. Son ellos quienes han filtrado las informaciones.

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