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Se desinfla el montaje de la ola de violaciones cometidas por los refugiados en Alemania

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El día de año nuevo la noticia de las agresiones sexuales en masa cometidas por “los refugiados sirios” durante la Nochevieja en Colonia dio la vuelta al mundo. Esa vez la prensa no se acordó de las exquisiteces de la “presunción de inocencia”.

Un mes y medio después ya nadie se acuerda de aquello, que no ha vuelto a ser noticia, a pesar de que las pesquisas de la policía alemana siguieron su curso.

En relación con los delitos la policía alemana ha interrogado a 300 personas y ha incorporado 590 horas de vídeos a la causa judicial. Las conclusiones finales poco tienen que ver con los titulares sensacionalistas del momento.

En una reciente entrevista al diario Die Welt, la fiscalía de Colonia afirma que de los 58 acusados formalmente, sólo tres son refugiados procedentes de un país en guerra: dos sirios y un irakí. Los 55 restantes llevaban bastante tiempo viviendo en Alemania. Tres de los acusados tienen pasaporte alemán.

Otra de las sorpresas de la causa es que la mayor parte de las agresiones no tenían carácter sexual. No hubo ninguna “cacería sexual”. De las 1.054 denuncias, 454 son de tipo sexual y otras 600 no tienen ese carácter, sino que se refieren a delitos contra la propiedad, tales como hurtos y robos.

En su momento el director de la policía, Holger Münch, explicó que los delincuentes aprovecharon las grandes aglomeraciones de la Nochevieja de forma premeditada para cometer los robos.

En la mayor parte de los casos, los cacos utilizaron las agresiones sexuales para crear confusión y apoderarse de los bolsos, las carteras y los móviles.

Algunas fuentes destacan también que la policía estaba centrada en torno a las amenazas del yihadismo y no se preocuparon por unos altercados callejeros que se estaban produciendo por lo que parecía ser un consumo excesivo de alcohol típico del Nuevo Año.

La campaña desinformativa de comienzos de año eludía poner de manifiesto que la mayor parte de los que participaron en los ataques estaban bebidos, sin duda por dos motivos.

El primero es que el consumo alcohol atenúa la responsabilidad, lo cual degrada -aún más- la campaña, cuando se trataba de lo contrario: de inflarla.

El segundo es que el islam prohíbe consumir bebidas alcohólicas. ¿Se les había ocurrido a todos ellos (árabes, magrebíes y musulmanes) imitar a los cristianos y celebrar la fiesta de fin de año emborrachándose con champán?

El objetivo de ese tipo de noticias es consagrar el mito del árabe (machista y libidinoso) y, por extensión, del islamista, una religión que fomenta lo peor que cabe imaginar en el ser humano, desde el terrorismo hasta las agresiones sexuales. Pero los países islámicos no sólo castigan el consumo de alcohol severamente sino también la violación, en algunos casos (Pakistán, Arabia saudí, Irán) con la pena de muerte.

El empleo de las redes sociales y la similar forma de ejecución utilizada en muchos de los ataques en las ciudades alemanas, apunta hacia una cierta coordinación que va más allá de una retahíla de borrachos que agreden a mujeres.

Para tratar de entender lo que ocurrió en Colonia, hay que ponerlo en relación con otro hecho parecido que ocurrió en la Plaza Tahir, en El Cairo, durante la Primavera Árabe.

En Egipto los manifestantes organizaron patrullas de vigilancia compuestas tanto por hombres como por mujeres para prevenir los ataques colectivos. Entonces, ¿por qué a pesar de todo ocurrieron aquellas agresiones?

Sólo cabe una explicación: porque estaban muy bien preparados de antemano. El gobierno de Mubarak utilizó las agresiones sexuales para que las mujeres no salieran a la calle a manifestarse.

Lo mismo cabe sospechar de lo que ocurrió en Colonia. Pero si en El Cairo las agresiones las organizaron desde el gobierno, en Colonia las organizaron contra el gobierno.

Podemos pensar que en El Cairo tan árabes e islámicos eran los violadores como los que trataban de impedir las violaciones. Pero lo cierto es que sólo pensamos en lo primero, porque lo que cada cual podamos pensar es lo de menos. Lo importante es lo que nos quieren hacer pensar.

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