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La CIA y no el Chapo Guzmán expandió el narcotráfico en México

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Durante los años setenta y ochenta, bajo los gobiernos de Echeverría y López Portillo, en México no existieron los cárteles de la droga: había pequeños grupos que se dedicaban a sembrar, transportar y cruzar a Estados Unidos marihuana y heroína.

Para el Estado representaban entonces mayor peligro los grupos guerrilleros que los narcotraficantes, con los que se tenía un acuerdo. El gobierno regulaba la producción y supervisaba el traslado hasta la frontera a cambio de una especie de impuesto y del cumplimiento de ciertas reglas. No se permitía que los traficantes anduvieran armados ni que vendieran droga dentro del país. Ese “impuesto” se empleaba, en parte, para financiar el combate contra los grupos guerrilleros.

En el sexenio de Miguel De la Madrid (1982-1988) todo empezó a cambiar. El pago de impuestos por parte de los narcotraficantes comenzó a transformarse en dinero directo para los policías y funcionarios. Nació entonces la organización de los hermanos Arellano Félix (que controlaba el paso de Tijuana), se fortaleció la organización de Juan García Ábrego (suyo era el paso de Nuevo Laredo) y comenzó a despuntar el cártel de Juárez.

En 1979 intervino un nuevo elemento, llevando el negocio a otra escala. En Nicaragua tras la revolución que derrocó a Somoza los sandinistas se habían hecho del poder. El gobierno de Reagan ideó una fórmula (conocida luego como Irán-Contra) que consistía en la venta de armas a Irán para, con los recursos, financiar a la contra antisandinista.

Menos conocida es la conexión México-Contras: la CIA llegó a un acuerdo con grupos de narcotraficantes mexicanos–con la tolerancia del gobierno de De la Madrid– para que se transportara cocaína de Colombia a México y de aquí se llevara hasta Estados Unidos. Parte del dinero de esa operación se destinaría a financiar a los contras.

Con el transporte de cocaína, el negocio creció exponencialmente. La otra cara es el reguero de sangre. Entre 2007 y 2013 en México la industria del tráfico de drogas ha dejado más de 60.000 personas muertas y más de 26.000 desaparecidas.

El asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena es solo una muestra del poder que comenzaron a tener los grupos criminales, tanto como para retar a Estados Unidos. Para 1989 la DEA calculó que el 60 por ciento de la cocaína consumida en Estados Unidos venía de Colombia vía México.

Se consolidó entonces el gran cártel mexicano –el del Pacífico, con Amado Carrillo, el Señor de los Cielos, a la cabeza–, por sus conexiones con los cárteles de Cali y Medellín y por su habilidad para corromper a los políticos y a los policías encargados de combatirlos.

La situación no varió con la llegada al poder de Carlos Salinas de Gortari en 1988: aunque Raúl, el “hermano incómodo” del presidente, cobraba “derecho de piso” a todos los grupos, se privilegió en los hechos al cártel del Golfo, tal vez por la vieja amistad de Raúl Salinas Lozano con Juan García Ábrego.

Con la llegada de Ernesto Zedillo a la presidencia en 1994 cambió la correlación de fuerzas. Quizá como reacción al favoritismo salinista al cártel del Golfo, se privilegió desde el poder al cártel rival, el del Pacífico.

En 1995 se permitió el traslado de Joaquín el Chapo Guzmán, recluido en Almoloya desde 1993, a la cárcel de Puente Grande, en Jalisco, donde al poco tiempo de llegar se relajaron todos los controles penitenciarios propios de una prisión de alta seguridad. El Chapo convirtió su estancia en el penal en una fiesta: drogas, alcohol, mujeres.

La primera fuga del Chapo Guzmán, ocurrida en 2001, fue rocambolesca. El Chapo se había ocultado en la sección de enfermería y, al darse la alarma de que se había fugado y arribar a la cárcel la policía para buscarlo, cambió su uniforme de preso por el de policía y salió por la puerta grande, con la complicidad de los directivos y carceleros del penal.

Desde aquella primera fuga, el Chapo Guzmán se convirtió en el capo consentido de los gobiernos del PAN (que se han dedicado a eliminar a sus rivales, a proteger a sus dirigentes, a solapar el uso criminal que durante estos años se le ha dado al aeropuerto de la ciudad de México), hecho que le permitió en muy pocos años expandir su negocio y convertir su organización en una empresa multinacional del crimen, con presencia en 43 países, y a él en uno de los hombres más ricos y poderosos del mundo, según la revista Forbes.

Fuente: Anabel Hernández, Los señores del narco, Editorial Grijalbo, 2011.

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