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A propósito de un texto de Sacristán contra Stalin

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Durante la transición Manuel Sacristán pronunció una conferencia que luego se ha reproducido en internet con el título “Sobre el estalinismo”, en lugar de titularla “Contra el estalinismo”, que es más apropiado.

Se trata de un claro ejemplo de la manipulaciones de Sacristán, cuyos textos ya habían sido publicados en papel varias veces en los medios oportunistas así como en la web de la Fundación Andreu Nin. No es casualidad que vuelvan ahora a la carga cuando el reforzamiento del movimiento comunista internacional pasa por Stalin, como es fácilmente comprobable. El interés por Stalin se acrecienta.

Por el contrario, Sacristán está justamente olvidado. Que sus nostálgicos epígonos traten de rescatar el cúmulo de despropósitos de aquel a quien, haciendo gala de culto a la personalidad, califican como el profeta Sacristán, sólo demuesta la plena vigencia de la vida, el pensamiento y –lo que es más imprtante- la obra de Stalin.

En este proceso nosotros no tenemos ningún interés especial en defender a Stalin; lo único que tratamos de hacer es impedir que bajo la excusa de la crítica a Stalin siga infiltrándose la podrida ideología burguesa, el revisionismo y el trotskismo, que vienen a ser lo mismo. Ni Stalin, ni Lenin, ni Marx, ni nadie están por encima de la crítica, de manera que todas las que puedan dirigirnos no hacen más que fortalecer el comunismo. Tenemos que dar la bienvenida a todas las críticas porque, en efecto, Stalin o, mejor dicho, la época de Stalin, la III Internacional, la construcción del socialismo en la URSS siguen siendo las claves sobre las que debemos proseguir el reforzamiento de nuestro trabajo ideológico. Pero necesitamos buenas críticas, fundadas, solventes, no las asquerosas papillas cocinadas por la CIA, por los catedráticos de historietas o por el informe secreto de Jruschov.

De esas estamos hartos y Sacristán forma parte de esa hartura. Dejad descansar en paz a quien pasó del falangismo al ultrarevisionismo sin solución de continuidad. A quien insultó a los estalinistas llamándoles “peleles”, para que luego digan que son los demás los que padecen incontinencia verbal....

Ultrarrevisionismo

Sacristán cuenta la historia al revés. Dice que después de la crisis de Budapest en 1956 y la crisis del canal de Suez del año siguiente hubo un refuerzo innegable de los duros, por así decirlo, de los estalinistas de corte más ortodoxo. Por tanto, según él, en la URSS no sólo no hubo desestalinización sino estalinización.

Las tesis ultrarrevisionistas de Sacristán quieren decir que Jruschov, Breznev y compañía (a diferencia de Gorbachov) no fueron suficientemente revisionistas y debieron abrir las puertas al capitalismo ya en 1956. Como Carrillo se debió afiliar al PSOE aquel mismo año y no esperar tanto tiempo. Por eso Sacristán y los eurocomunistas defendieron a Dubcek y la Primavera de Praga, e incluso la intentona de la CIA y el Vaticano en Budapest en 1956. ¿Acaso es casualidad que Sacristán impartiera sus magistrales lecciones en el convento de los Capuchinos de Sarriá y que confesara divertirse estando con teólogos?

En cualquier caso, en Dubcek como en Sacristán, es la típica postura del revisionismo, más o menos acendrado: alinearse con el imperialismo. Lo que está feo es hacerle frente porque eso es terrorismo, gulag, purgas, represión, etc. Por eso, el “camarada” Solé Barberá, diputado del PCE-PSUC en las Cortes españolas durante la transición, defendía la Audiencia Nacional, la ley antiterrorista, el estado de excepción y los antidisturbios. ¿O es que ya nadie se acuerda de los discursos oficiales de la bazofia eurocomunista de la época? Estaban contra los métodos del KGB pero la Guardia Civil era lo más democrático del mundo.

Y ¡cómo no! en todo esto siempre tienen que salir a flote los sesenta millones de rusos asesinados en el gulag, según los datos más modestos que Sacristán expone como el arma arrojadiza más típica y tópica, para que no falte de nada.

Revisionistas y trotskistas

Pero el caso estrella de la represión es el del pobrecillo Nin, ejemplo de la intrínseca perversidad estalinista. Como sabe casi todo el mundo, en la guerra civil de 1936 a 1939 no murieron cientos de miles de republicanos defendiendo a la democracia contra el fascismo; parece que sólo murió el tal Andrés Nin, o por lo menos este muerto ocupa más páginas en los libros de historia que todos los demás juntos. ¿Por qué será que este muerto es tan sumamente importante?

No sólo hay colusión de los revisionistas con los imperialistas, sino también con las nauseabundas camarillas trotskistas que no se pierden ni una oportunidad de salir en los papeles, ni así se trate de la prensa rosa. Por ejemplo, ¡faltaría más!, en la tertulia de Sacristán aparece el inefable Solano, capo de las extintas juventudes del POUM, aunque los escribanos de Sacristán ni siquiera son capaces de poner bien su nombre. Allí se juntaron Sacristán y Solano como antes lo hicieran Trotski y Jruschov para destripar a Stalin.

Y aunque Sacristán reconoce que no es historiador, no le hace ascos a sostener que el verdadero legatario de Lenin no es otro que Bujarin (pero en ningún caso Stalin). Por eso, el presentador del opúsculo habla de la URSS como del país de Lenin, Gorki y Bujarin. Efectivamente, los eurocomunistas nos confirman que no son historiadores y, por tanto, ni saben nada acerca de Lenin, ni tampoco de Gorki, ni tampoco de Bujarin. Nada sucede por casualidad y que los mismos que liquidaron definitivamente el socialismo en la URSS rehabilitaran finalmente a Bujarin lo dice todo acerca de sus fuentes inspiradoras y de los mágicos hilos conductores de la historia. Lo que le sucedió a Bujarin, como a otros muchos impacientes, es que se anticipó y trató de llevar a cabo en 1929 lo que debió esperar a 1953. Pero lo de Bujarin lo dejamos para otra ocasión.

Socialfascismo

Quizá ya nadie recuerde que hacia mediados de los años setenta del pasado siglo, los eurocomunistas como Sacristán eran los más enérgicos valedores de la unidad de la izquierda, que entonces significaba unidad de los partidos socialistas y revisionistas para salvar al capitalismo de la crisis en Europa occidental. De ahí que uno de los más fervientes ataques contra Stalin vaya dirigido al concepto de socialfascismo. Ahí Sacristán cree que puede cebarse y, sin embargo, deja al descubierto que para nada es un historiador.

Nosotros pensamos que, con justificación plena, la III Internacional calificó a la socialdemocracia como socialfascistas por muchas razones, entre otras porque fueron ellos los que dejaron expedito el camino a los fascistas para que se hicieran con el poder. Que luego los fascistas y los nazis no se compadecieran de ellos (de los militantes de base) y los pasaran a cuchillo, es algo posterior: Roma no paga a traidores.

Pero Sacristán no debió llegar a la página de 1933 de la historia y podía haberse quedado en 1919: quien asesinó a los espartaquistas (Luxemburgo, Jogiches, Liebknecht) no fue la derecha, los conservadores, los reaccionarios: fue la socialdemocracia alemana.

Avanzando en el tiempo sobre la historia de la Alemania contemporánea, hay una pregunta que quizá los historiadores de verdad nos puedan responder: durante el denominado gobierno Kiesinger-Brandt, sabemos quién era Willy Brandt, pero ¿quién era Kiesinger? ¿nos pueden contar sin sonrojarse su biografía durante la época hitleriana?

Otro dato: cuando asesinaron a los militantes de la Fracción del Ejército Rojo en las cárceles, precisamente en las fechas en las que Sacristán impartía sus monsergas, quien dio las órdenes desde el gobierno federal alemán no fue otro que el canciller Helmut Schmidt, el hijo bastardo de Willy Brandt. Esas sangrías sólo las llevan a cabo los socialfascistas.

Pero Sacristán no tenía por qué irse hasta Alemania; los hispánicos cien años de honradez del PSOE son igual de evidentes:

— el PSOE colaboró activamente al más alto nivel con la dictadura de Primo de Rivera
— el PSOE colaboró activamente con Casado para dar un golpe de Estado en Madrid en 1939 que abrió el camino a las hordas franquistas
— el PSOE conspiró en el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 para hacerse con el poder al año siguiente
— aquel año el PSOE asesinó a Martín Luna y luego creó los GAL como brazo armado que cometió más de 30 asesinatos (sin contar los asesinatos legales) para acabar con la resistencia antifascista
— ...

Casi estamos tentados de continuar con Francia y la procelosa historia de Mitterrand, primer presidente socialista de la República, funcionario vichysta, íntimo de los pistoleros de la ultraderecha, defensor ante los jueces de los criminales de guerra...

Cuando en 1981 el vichysta Mitterrand accede al poder, su gobierno es la unidad de la izquierda, los socialfascistas con los revisionistas, que se pusieron a la faena entregando a la guardia civil a los refugiados políticos vascos y deteniendo en París a los militantes del PCE(r). La liquidación del derecho de asilo político y la colaboracion con los GAL fueron una conquista especialmente suya.

Pero ¿para qué seguir? Lo dejaremos también para otra ocasión.

Los marxistas asiáticos

Como cualquier otro vulgarizador ramplón, Sacristán no podía dejar de recurrir al tópico de Rusia como país atrasado, campesino, y casi se le escapa el adjetivo racista de asiático, es decir, bárbaro, inculto, salvaje, brutal, etc. ¿Qué se podía esperar de un país así? Pues marxistas asiáticos, es decir, bárbaros, incultos, salvajes y brutales. En países feudales como Rusia, que no estudian filosofía del arte ni lógica simbólica, no se puede construir el socialismo: eso es lo que nos quieren decir todos esos exquisitos académicos de pacotilla. Damos por supuesto que cualquier semejanza de esas ideuchas con el marxismo sólo puede aparecer en un mal guión de Hollywood.

Quizá Lenin se pueda salvar, pero para eso hay que practicar la cirugía y escindirle del malévolo Stalin. A partir de ahí ya sabemos; luego vienen otros que dicen: Lenin tampoco, los que valen son Marx y Engels, que eran centroeuropeos y urbanos, mientras que Lenin era un aldeano que prostituyó el marxismo pulido y limpio de los alemanes. Detrás llegan los que separan a Engels de Marx: éste sí era un pensador profundo y original, mientras Engels era un positivista, un evolucionista vulgar que ridiculizó la dialéctica. Finalmente nos quedamos sólo con Marx, pero hay que diferenciar: hay un joven Marx, humanista, y un Marx viejo, encallecido, dogmático...

Hay tonterías de esas para todos los gustos: nos presentan el marxismo como un hipermercado donde cada cual puede elegir aquel producto made in Marx que le tranquiliza mejor su conciencia. Por eso todos los oportunistas nos dicen al unísono: no hay un solo marxismo, vosotros (por nosotros) sois unos dogmáticos alucinados, dice Sacristán, o iluminados, dicen hoy. Pues la verdad es que tenemos que reconocer que sí: unos somos unos iluminados y a otros se les han fundido los plomos. Es la lucha de clases de toda la vida, de las luces contra el oscurantismo, que diría Voltaire.

Ingeniería socialista

Como no le faltaba valor para meter la cuchara en todos los pucheros, Sacristán también se lanza a opinar sobre economía, aún reconociendo que tampoco es un economista competente. Y así lo demuestra cabalmente cuando habla sin ninguna información acerca de la acumulación originaria socialista, una tesis de Prebrajenski que Stalin nunca aceptó. A pesar de ello afirma que lo que allí se construyó no fue el socialismo sino esa acumulación originaria de Preobrajenski, una tarea puramente ingenieril, de obras públicas. También pedimos explicaciones en este punto porque nosotros, los peleles estalinistas, no comprendemos cómo un tirano omnímodo como Stalin consintió una acumulación originaria a la que se oponía...

Aficionadillo a los lugares comunes, Sacristán dice también que en la Unión Soviética no podía haber dictadura del proletariado porque no había proletariado mayoritario. Esta es una cuestión que ya fue discutida, aclarada y resuelta en la propia URSS por Lenin, de manera que si aún hay quien aún no ha sido capaz de asimilarlo es su problema. En la URSS podía haber y hubo dictadura del proletariado bajo la forma de una alianza obrero-campesina dirigida por la clase obrera y en donde los campesinos eran la fuerza mayoritaria en la que se apoyó el proletariado. Que una clase sea minoritaria no significa que no esté en condiciones de dirigir una revolución, cualquiera que ésta sea. La única condición para el éxito es que se apoye en una mayoría oprimida, y no otra es la experiencia de la URSS, de China y de tantos otros países que lo han probado con creces. Parece hasta mentira tener que insistir en ello, pero ni Sacristán ni nadie nos hizo entonces ni nos hará ahora comulgar con ruedas de molino.

¿Quién ‘inventó’ la lucha de clases?

Siguiendo el recorrido por el colmo de la frivolidad ideológica, Sacristán sostiene también que la doctrina de la lucha de clases de Marx le vino de un policía reaccionario prusiano llamado Von Stein. Pues es falso. Quizá Sacristán se refería a Lorenz Von Stein (1815-1890) y lo confundió con Karl Von Stein (1757-1831), pero esa tesis es siempre falsa en cualquiera de los dos casos. Ninguno de ellos era policía y tampoco encajan en la categoría de reaccionarios. Lorenz Von Stein estuvo en París por la misma época en que estuvo Marx, posiblemente se conocieron porque se movieron en un círculo similar de conocidos y la obra de L.Von Stein “Historia de los movimientos sociales en Francia desde 1789 hasta nuestros días” es paralela al “Manifiesto Comunista”. De ningún modo fue la obra de la que Marx tomó el concepto de lucha de clases.

Marx jamás dijo haber sido el primero en hablar de la lucha de clases, porque bien sabía que muchos otros antes que él lo habían estudiado. Además, la doctrina de la lucha de clases no sólo no tiene un origen reaccionario sino que se apoya en las concepciones más evolucionadas de la burguesía revolucionaria, especialmente de Montesquieu. Lo más probable es que la primera noción le llegara a través del mismo Hegel, un fiel seguidor de Montesquieu en este aspecto.

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