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Los cambios en la política exterior de Rusia desde 1990

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Andrei V. Kozyrev
Juan Manuel Olarieta

El ruso tiene una capacidad sorprendente para formar neologismos, algunos de los cuales son tan coyunturales como el tiempo que un ministro permanece en su cargo. Es el caso de “kozyrevtchina” una palabra que designa la etapa en la cual Andrei V. Kozyrev estuvo al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores, que va de los tiempos de Chevardnadze (1990) a los de Primakov (1996).

Pero “kozyrevtchina” no sólo designa a una época de la diplomacia rusa, la primera posterior al hundimiento de la URSS, sino que también se puede traducir por el tipo de política exterior que entonces Rusia puso en práctica, caracterizada por el servilismo hacia Estados Unidos. Por utilizar una palabra más gráfica, diríamos que Kozyrev era un vendido o que vendió Rusia a intereses ajenos.

Lo que se predica de Kozyrev al frente de los asuntos exteriores de Rusia, se puede decir de otros departamentos, como la economía, en donde la propiedad socialista no sólo fue saqueada sino subastada a capitalistas que, en buena parte, eran extranjeros.

Pero el primer ministro y ministro de Economía Ygov Gaidar, a pesar de su sumisión, no tiene una palabra acuñada que lo exprese, a diferencia de Kozyrev.

Los neologismos como “kozyrevtchina” expresan, sin ninguna duda, la sorpresa ante el punto al que podía llegar el gobierno ruso en los tiempos de Yeltsin.

Aquello no fue tan sorpresivo. Lo realmente asombroso fue que el servilismo alcanzara cotas tan rastreras, y un asombro no menor produjo luego el viraje posterior de Putin tratando de remediar el desastre provocado por Yeltsin, Gaidar, Kozyrev y otros parecidos.

Tampoco puede extrañar, por tanto, que tras la “kozyrevtchina” la política de Putin se califique de hegemonismo o expansionismo y que se equipare a la de Estados Unidos, de la cual hay que reconocer que no ha cambiado en todo este tiempo.

Si huimos de los personalismos, de las diferencias entre Yeltsin y Putin, y si no creemos que los gobiernos “elijan” entre unas u otras políticas, y menos en asuntos exteriores, hay que preguntarse por los factores que obligaron a Rusia a cambiar y pasar del servilismo inicial a la firmeza actual.

Desde los tiempos de Gorbachov, es decir, desde la última etapa de la URSS, por no hablar de las anteriores, todo fueron concesiones, incluida la más importante de ellas, la liquidación de un Estado, a pesar de lo cual el imperialismo no cedió -en absoluto- en sus pretensiones, sino todo lo contrario.

Primero los imperialistas sentaron sus campamentos en los antiguos países del Pacto de Varsovia y luego en las antiguas repúblicas que habían pertenecido a la URSS, desde el Báltico hasta el Caspio. Fueron los años que Rostislav Ischenko calificaba recientemente como “guerra invisible”.

Al menos así lo vivieron los rusos “desde dentro”. No sólo Rusia quedó rodeada sino que el tercer escalón era el asalto a la propia Rusia. A finales de los noventa el propio aparato político del Estado tenía varios caballos de Troya en su interior: estaba copado (colonizado) por grupos de presión al servicio de Estados Unidos, incluida la diplomacia, los medios de comunicación y determinados sectores económicos.

La equiparación de Rusia con Estados Unidos o con cualquier potencia imperialista no sólo muestra la errónea comprensión de la política internacional de un país determinado, sino sobre el imperialismo, en general, del imperialismo como “etapa” de la historia.

No sólo es un error equiparar el imperialismo a la dependencia, es decir, a una de sus características, sino que el propio concepto de dependencia es erróneo por varias razones. En primer lugar, porque no se pueden poner a los países dependientes a un lado y los independientes al otro. En el segundo, porque la dependencia es un concepto amplio en el que influyen varios factores, entre ellos el económico.

Lo que caracteriza al imperialismo, decía Lenin hace cien años, es que el capital financiero es una fuerza tan considerable que subordina incluso “a los Estados que gozan de la independencia política más completa”. Entre las grandes potencias y los países coloniales existen toda clase de situaciones intermedias y de formas diversas de dependencia, poniendo Lenin el ejemplo de Argentina (1).

Lenin advirtió sobre la posibilidad de que el imperialismo se convirtiera en una trivialidad vacía de contenido, el tipo que concepciones simplistas que van ligadas a la pobreza y al “Tercer Mundo” en general. Las anexiones, los repartos del mundo, decía Lenin, no son sólo territoriales, geográficos o geoestratégicos, sino “económicos”. Por mi parte, añadiría que a medida que el imperialismo ya tiene al mundo repartido desde hace años, los nuevos repartos tienen cada vez más un significado económico, como Lenin apuntó sagazmente: “Lo característico del imperialismo es precisamente la tendencia a la anexión no sólo de las regiones agrarias, sino incluso de las más industriales” (2).

El rasgo fundamental por el que Lenin diferencia al imperialismo moderno de otras formas históricas anteriores que se parecen a él son las contradicciones interimperialistas, en las cuales no puede haber equilibrio ni equiparación económica, militar o política. Cuando tal equilibrio existe, es sólo una fase que dará lugar al desequilibrio y, en última instancia, a la guerra.

Es la ley del desarrollo desigual, según la cual el capitalismo crece más rápidamente precisamente “en las colonias”, dice Lenin, entre las cuales aparecen “nuevas potencias imperialistas” de tal manera que en el reparto del botín una parte considerable del mismo “va a parar a países que no siempre ocupan el primer lugar desde el punto de vista del ritmo de desarrollo de las fuerzas productivas” (3).

Para entender el imperialismo en los últimos años no hay más que mirar un mapa de 1990 para compararlo con otro dibujado 25 años después en regiones como el Báltico, el Cáucaso o Asia central. Un poco de geografía basta para darse cuenta de que en 1990 Rusia perdió tres cuartas parte del territorio y la mitad de la población.

Podemos hacer las comparaciones que se quieran. Por ejemplo, en 1990 Rusia se había reducido incluso respecto a 1725, el año en el murió Pedro el Grande. Con el desmembramiento de la URSS 25 millones de rusos quedaron viviendo fuera de las fronteras de Rusia.

En 1990 Rusia perdió a sus viejos aliados en Europa central y oriental. A partir de entonces aquellos países son una cuña que Estados Unidos tiene introducida entre Europa y Rusia, como se ha comprobado en la reciente crisis de los refugiados.

Pero lo que se le venía encima en un futuro inmediato a Rusia era (es) aún peor. Por si en Moscú aún tenían dudas, la OTAN se lo dejó bien claro durante la guerra de los Balcanes: el futuro de Rusia era el mismo que el de Yugoeslavia, es decir, ninguno.

No obstante, a pesar de las numerosas evidencias, algunos dudan sobre si Rusia está siendo sujeto u objeto de un nuevo reparto del mundo, es decir, si Rusia pretende anexionarse algo o son otros los que pretenden anexionarse a Rusia.

Rusia es hoy el bocado de los imperialistas. Su singular posición en el mundo es lo que la convierte en una especie de paladín de otros países que están en un posición idéntica, como Siria sin ir más lejos. En Siria el ejército ruso no está actuando de manera desinteresada, sino todo lo contrario: está defendiendo sus propios intereses.

Ahora bien, esos intereses coinciden con los de Siria y con los de muchos otros pueblos del mundo y lo que es más importante: esos intereses son plenamente legítimos, tanto por parte de Rusia como de Siria, por lo que no cabe ninguna clase de neutralidad entre los agresores y los agredidos.

Por último, hay que decir que lo de Putin no tiene mérito ninguno, que no ha tenido ninguna clase de opciones, salvo la de adoptar el camino actual de enfrentamiento sin concesiones a los planes de Estados Unidos porque el anterior, la “kozyrevtchina”, conducía a Rusia a convertirse en otro Afganistán, otro Libia, otro Siria, otra Ucrania u otro Estado paria cualquiera envuelto en guerras interminables, necesitado de un protectorado internacional, de la “ayuda exterior” de las ONG y de la presencia de “cascos azules” u otros ejércitos de ocupación.

(1) Lenin, El imperialismo fase superior del capitalismo, Obras Escogidas, tomo I, pgs.748 y 751.
(2) Lenin, El imperialismo, cit., pg.756.
(3) Lenin, El imperialismo, cit., pg.761.

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