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La conquista del corazón de los pueblos de oriente (1)

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Hoy apenas podemos concebir siquiera la magnitud impresionante que supuso la creación de la URSS como una comunidad de naciones precisamente en un momento histórico en el que en todo el mundo capitalista los Estados multinacionales desaparecían y en el que se producían gravísimos dramas, como el salvaje genocidio armenio en 1920. A muy pocos kilómetros de distancia, el panorama nacional a un lado y otro de las fronteras soviéticas era radicalmente dispar. En el Imperio Austro-Húngaro había once nacionalidades; en la Unión Soviética más de cien.

Certeramente apuntó Stalin que mientras en occidente las naciones habían precedido a los Estados, en oriente sucedió al revés (1). Lo mismo cabe decir de la URSS, donde se concedió un estatuto nacional (y por tanto un reconocimiento político) a pueblos que, por su enorme atraso, no formaban verdaderamente unidades nacionales. La política nacional de la URSS, dijo Stalin, era igualitaria y otorgó el mismo tratamiento político a las nacionalidades clásicas (como Ucrania o Georgia) que a las pequeñas tribus, muchas de ellas inmersas en otros conjuntos nacionales y subyugadas por ellos. Así, existía un enclave armenio en territorio azerí (Nagorno Karabaj) y un enclave azerí en Armenia (Najichevan). Lo mismo sucedía con el encave abjasio dentro de Georgia. Según la nueva disposición nacional igualitaria de la URSS, los georgianos tenían los mismos derechos que los rusos, pero, a su vez, los abjasios tenían los mismos derechos que los georgianos.

En el V Congreso de la Internacional Comunista un militante turco dijo que los imperialistas aspiraban a conquistar los territorios de oriente, mientras los comunistas aspiraban a conquistar el corazón de oriente. Esto supuso un impacto social de primer orden en las sociedades caucásicas, especialmente entre aquéllas de tradición nómada, que fueron dotadas de todas los servicios de un Estado: un aparato político, un partido comunista local, una estructura estatal (Consejo de Ministros, gobierno republicano, jefe de Estado), una cultura nacional de la que la lengua era la piedra angular, una Universidad y una Academia de Ciencias y unos símbolos nacionales, como bandera e himno. La Revolución de Octubre aplica todos los derechos nacionales a una región que, por tradición histórica y cultural, los desconoce y forja todos los elementos conceptuales históricos, etnográficos y lingüísticos que proporcionan legitimidad al estatuto político de las nuevas repúblicas nacionales. Su existencia, a falta de un nacionalismo anterior que las fundamentara, está justificada por el desarrollo del estatuto que el proletariado soviético les confiere.

Esas naciones existen y sobreviven hoy gracias a la Revolución; esas naciones progresaron gracias al titánico esfuerzo de la URSS. Y por tanto, su dramática situación actual tiene ese mismo origen: ya no existe la URSS. Los imperialistas jamás han reconocido y jamás reconocerán nunca este gigantesco avance de la humanidad que, en medio de las más terribles condiciones externas, es ejemplar y sin precedentes en la historia. Por todo ello es comprensible que su esfuerzo esté destinado a ocultarlo y tergiversarlo.

Aquello rompió los moldes tradicionales: la URSS dividió para unir y unió para dividir. En primer lugar, fragmentó las grandes superestructuras que se pretendían crear artificialmente sobre bases lingüísticas, culturales (panturquismo) o religiosas (panislamismo). En segundo lugar, rompió con las arcaicas estructuras sociales basadas en los linajes o en la religión. Por ejemplo, Stalin dirigió un mensaje al I Congreso de Mujeres de la República Montañesa, que agrupaba -entre otras- a las mujeres chechenas e ingushes. Stalin, que no pudo asistir por encontrarse enfermo, les llama a que se organicen para impulsar la revolución (2). No es difícil imaginar el impacto que este tipo de situaciones tuvo que tener en una sociedad islámica que relegaba a la mujer a las labores del hogar.

Como es natural, los janes tradicionales perdieron sus prerrogativas políticas, pero no las abandonaron de buena gana. Esto se observa con más claridad aún en 1929, con la colectivización, que en 1917.

En 1917 estalló una gran revolución en Rusia pero en muchas regiones el viejo Estado zarista simplemente se desplomó y los bolcheviques, acuciados por la guerra civil, no llegaron inmediatamente. Por ello, varios pueblos del Cáucaso proclamaron su independencia. En mayo de 1918 se proclamó la República de los Pueblos del norte del Cáucaso, de la que formaron parte los chechenos junto con otros pueblos. Como dijo Stalin, esa República era inviable desde todos los puntos de vista:

— no interesaba a las potencias imperialistas vencedoras de la guerra mundial
— tampoco a la contrarrevolución zarista
— Turquía había sido derrotada y, a su vez, debía defenderse de los tiburones imperialistas.

Durante la guerra civil el viejo ejército zarista que invade el Cáucaso lo integran cosacos, los viejos enemigos de los montañeses musulmanes, comandados por el general blanco Anton Denikin. Su objetivo es tanto aplastar a los bolcheviques como a los independentistas caucásicos. En la nueva Turquía a la que se dirigen los independentistas, Ataturk no les presta apoyo y, además, firma un tratado internacional con los bolcheviques. Además se reproducen las ancestrales disputas internas entre ellos. En marzo de 1919 armenios y azeríes se enfrentan por Nagorno-Karabaj.

La única posibilidad para todos los pueblos de la región es unirse entre ellos y unirse a los bolcheviques. Así lo hace el jeque dagestano Unzun Hayi y, partir de septiembre de 1919, las zonas liberadas por la alianza de los bolcheviques y los independentistas forman el Emirato del norte del Cáucaso.

En 1920 acaba la guerra civil en el Caúcaso con la derrota de Denikin. El Ejército Rojo controla Chechenia, donde es recibido como una fuerza de liberación. Los imperialistas aprenden rápido y cambian de estrategia. Tras la muerte de Unzun Hayi, se vuelven “nacionalistas” y convierten a los nuevos países independizados en plataformas desde las que preparan el ataque a los soviets. Como observó el IV Congreso de la Internacional Comunista, “se armó un dique de pequeños estados vasallos alrededor de Rusia para sofocar a esta última en la primera ocasión”. Para aplastar a los bolcheviques, los imperialistas promueven en setiembre de 1920 un levantamiento de los montañeses contra los soviets. Lo dirige Said Beck Shamil, nieto del mítico León de Daguestán. Los bolcheviques no caen en la provocación y el enfrentamiento. El 16 de octubre de 1920 Stalin viaja a Vladikavkaz y, con el apoyo de Ordjonikidzé y Kirov, convoca dos Congreso de representantes, uno de los pueblos de Daguestán y otro de los montañeses. En este último pronuncia un discurso clave en el que afirma que los bolcheviques no van a hacer concesiones porque se encuentren en una situación de debilidad sino todo lo contrario; tras la victoria en la guerra civil están fuertes y esa es la importancia de los planes que les presentan a los caucasianos. Van a adoptar una serie de medidas a largo plazo porque están convencidos de que son justas. Por el contrario, dice Stalin, las que se toman bajo presión, a regañadientes, no pueden ser duraderas. En fin, les dice que no trata de ganarse su apoyo, y añade:

Camaradas montañeses, el antiguo periodo de la historia de Rusia, aquel durante el cual los zares y los generales zaristas menospreciaban vuestros derechos, aniquilaban vuestras libertades, aquel periodo de opresión y de esclavitud ha acabado para siempre. Hoy, cuando el poder ha pasado en Rusia a manos de los obreros y de los campesinos, no debe haber oprimidos en el país.
 
Acordando vuestra autonomía, Rusia os restituye con ella la libertades que os robaron los zares sedientos de sangre y los generales zaristas opresores. Es decir que vuestra vida interior se debe edificar según vuestro modo de existencia, vuestros usos y costumbres, bien entendido, dentro del marco de la Constitución general de Rusia.

De inicio, Stalin decreta una amnistía para los sublevados y, sobre todo, consigue el apoyo del campesinado pobre checheno con la reforma agraria. Finalmente, explica el proyecto de crear una Unión de Repúblicas Socialistas en la que todos los pueblos montañeses dispondrán de una amplia autonomía que, en la práctica, significaba la independencia total. Moscú no podía interferir en los asuntos internos de la República montañesa ni en su ordenamiento legal. Ahora bien, les dice Stalin, aunque el poder soviético ha tomado medidas contra los cosacos, que habían agredido a los montañeses, y les ha desahuciado de las granjas para instalar en ellas a los chechenos, eso no autoriza a éstos a humillar a aquellos, agredirles, robarles el ganado o violar a sus mujeres porque “el poder soviético defiende a los ciudadanos de Rusia a título igual, sin distinción de nacionalidad, sean cosacos o montañeses” (3).

Las propuestas de Stalin fueron aceptadas y el levantamiento de Said Beck Shamil cesó sin derramamiento de sangre. El Congreso de los pueblos de la Montaña acabó constituyendo la República Autónoma Socialista Soviética de la Montaña (Gorskaya), junto con Nazran, Vladikavkaz, Kabardia, Balkaria y Karatchaev. Luego se fueron degajando de ella estas últimas nacionalidades, hasta que desapareció el 7 de julio de 1924. A partir de entonces Chechenia fue una Región Autónoma (Oblast) integrada en la República Autónoma de Chechenia-Ingushetia.

Notas:

(1) Stalin, Las tareas inmediatas del Partido en la cuestión nacional, Oeuvres, tomo V, pg.26.
(2) Stalin, Las tareas inmediatas del Partido en la cuestión nacional, Oeuvres, tomo V, pg.59.
(3) Stalin, Congreso de los pueblos de Terek, Oeuvres, tomo IV, pg.347.

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