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Religión y dominación política

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Juan Manuel Olarieta

Nadie se ve a sí mismo como le ven los otros; ni siquiera se llama igual. Nos llamamos como nos llaman los demás. Los musulmanes suelen llamar “cruzados” a los cristianos, como los cristianos llamaron “mahometanos” a los musulmanes.

El punto de vista está condicionado -entre otros factores- por la experiencia histórica, escribió Marx en una frase conocida: “La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos” (1).

Esa “pesadilla” que oprime nuestras cabezas no es la misma en el norte de Europa, que en países, como España, porque la experiencia histórica es diferente: aquí acabaron dominando los que sometieron a los musulmanes en 1492, cuya presencia de ocho siglos calificaron como “ocupación”.

Sin embargo, en la Europa cristiana las Cruzadas no se consideran como “ocupaciones”, ni tampoco como expediciones militares. No fueron impulsadas por intereses comerciales ni estratégicos. Se trataba de proteger los Santos Lugares.

Hasta el siglo XVI, la visión que tenían en el norte de Europa de los musulmanes era exótica, repleta de lugares, como la misma Al-Andalus, que habían sido el paraíso perdido, una Edad de Oro de la humanidad.

La caída de Constantinopla en poder de los ‘turcos’

Ese punto de vista cambió en 1453 con la caída de Constantinopla en poder de los “turcos”. Los cristianos del norte de Europa empezaron a tener la misma visión que los del sur: los “turcos” son un peligro.

En aquella época los “turcos”, como hoy los “moros”, era otra denominación errónea con la que se referían a todos aquellos pueblos de religión musulmana. En el siglo XVI el Imperio Otomano también impulsó, lo mismo que hoy, la “piratería” en el norte de África, una especie de Daesh de aquellos tiempos, una amalgama donde se confundían turcos, con moros y con bereberes.

Las expediciones militares de los “cruzados” habían cambiado de signo; ahora estaban a la defensiva. Los expansionistas eran los “turcos” y si hasta el siglo XVI España había sido el baluarte de la cristiandad frente a ellos, a partir de entonces el Imperio Austro-Húngaro pasaría a desempeñar ese papel. ¿Caería Viena en poder de los “turcos” como había caído Constantinopla?

Para impedirlo, en 1571 España derrotó a los “turcos” en la Batalla de Lepanto y se atribuyó la victoria en exclusiva, pero ni los españoles tenían la patente de la cristiandad, ni los “turcos” la tenían del islam.

Los ‘perros sin fe’ de Cervantes

Cervantes estuvo luchando en aquella cruzada contra los “turcos” y luego cayó preso de los piratas “berberiscos” (bereberes), que le esclavizaron en Argel, a pesar de lo cual en su obra de teatro “Los baños de Argel” incluyó un poema recitado por un esclavo cristiano que dice lo siguiente de sus amos musulmanes:

Y aun otra cosa, si adviertes,
que es de más admiración,
y es que estos perros sin fe
nos dejen, como se ve,
guardar nuestra religión.


Esa admiración de Cervantes por los “perros sin fe” que le esclavizaron es absolutamente inusual, sobre todo en una España que es el santuario de los “matamoros”. La imagen que nos transmite de los musulmanes tiene poco que ver con la yihad y las guerras de religión.

Los cristianos españoles obligaron a los islamistas a cambiar de religión, por las buenas o por las malas. Los moros se convirtieron en moriscos. Pero los “turcos” no procedieron así, ni siquiera con sus esclavos. En algunas obras de Cervantes parece que la ideología actual está vendiendo humo: los tolerantes eran ellos y los fanáticos nosotros.

‘Mahoma o el fanatismo’ de Voltaire

La obra de Cervantes no fue el principio sino el final de un punto de vista sobre el mundo musulmán. El vuelco no puede ser consecuencia del islam, que seguía siendo el mismo antes y después del siglo XVI. Lo que hizo cambiar la percepción europea sobre esa religión fue un acontecimiento político-militar: la caída de Constantinopla. A partir de entonces el islam se convirtió en un tipo muy especial de enemigo de los cristianos que cambiaba según acontecimientos que fueron siempre político-militares, como la posición de la religión en el Estado, lo cual quedó aún más claro tras la paz de Westfalia, firmada en 1648.

Por ejemplo, en Francia las corrientes cristianas minoritarias (protestantes) se hicieron “proturcas” para combatir al catolicismo dominante. Un deísta como Voltaire es un ejemplo de ello, por más que el deísmo no se pueda considerar exactamente como una religión. El caso es que era aún más minoritario que cualquier otra religión.

Un siglo después de la paz de Westfalia, Voltaire escribió un drama, “Mahoma o el fanatismo”, en el que -aparentemente- lanza un duro ataque contra el islam y contra Mahoma en particular. Da la impresión de que Voltaire se sumaba a la corriente dominante, lo cual es bastante extraño conociendo a Voltaire, que tenía muy claro quiénes eran sus enemigos, es decir, quiénes dominaban en Francia.

Cuando el drama se estrenó en Lille sólo tuvo tres representaciones porque la censura también se dio cuenta inmediatamente contra quién dispara Voltaire: tras la aparente satanización de Mahoma se escondía una crítica feroz a la Iglesia católica.

Naturalmente que, en general, en el drama subyace una crítica a determinados rasgos característicos que son comunes en todas las religiones, en tanto que las mismas son o bien dominadas, o bien instrumentos de dominación.

Pero la crítica de Voltaire no es contra la religión, contra todas las religiones, en el sentido en que la exponen hoy de manera corriente cierto tipo de laicistas, agnósticos y ateos.

No nos dejemos confundir una vez más: lo que Voltaire ataca no es la religión sino la dominación. Su Mahoma es como “El Príncipe” de Maquiavelo, un prototipo de político ambicioso. Es algo corriente en las teocracias, en los califatos (islámicos o cristianos), en el Vaticano y en el Reino Unido, donde los Jefes del Estado (Bergoglio o la reina Isabel II) son, al mismo tiempo, dirigentes espirituales.

‘La cuestión judía’ de Marx

El escrito de Marx para la revista Anales Franco-Alemanes titulado “La cuestión judía” es más de lo mismo y tiene poco que ver con el judaísmo. Lo que Marx discute es una religión dominada, el judaísmo, en un Estado en el que prevalecía el protestantismo, y su planteamiento no puede ser más claro: es un problema político que sólo se puede resolver políticamente porque no concierne a un conjunto de ideas sino al Estado, a un tipo determinado de Estado:

“La emancipación política del judío, del cristiano y del hombre religioso en general es la emancipación del Estado del judaísmo, del cristianismo y de la religión en general”, afirma Marx (2).

Lo mismo podríamos decir hoy de quienes hablan de la radicalización de los islamistas en Europa, pero callan la radicalización de los Estados europeos. Hablan de prevenir aquella radicalización, a costa de radicalizar aún más a estos Estados, de reforzar su dominación política, de someter a las masas oprimidas y, en definitiva, de impulsar la fascistización, el racismo, la xenofobia, el miedo y el fanatismo.

(1) Marx, El 18 Brumario de Luis Bonaparte, Barcelona, 1971, pg.11.
(2) Marx, La cuestión judía, en Los Anales Franco-Alemanes, Barcelona, 1970, pgs.230 y stes.



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