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El halcón negro cayó sobre Somalia (1)

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La película de Ridley Scott “Black Hawk down” (titulada “La caída del halcón negro” en Latinoamérica), es una metáfora de la situación de Somalia y, por extensión, de otros países sumidos por el imperialismo en el caos y las interminables guerras civiles.

Pero a diferencia de esos otros países devastados, como Libia, cuyo desastre comienza con la Primavera Árabe de 2011, Somalia es una tierra arrasada desde hace ya un cuarto de siglo. Sucedió en 1990, coincidiendo con el desmantelamiento de la URSS, y no por casualidad.

Algún universitario de pacotilla dirá que es otro ejemplo de “Estado fallido” y nosotros diremos que no, que es un ejemplo de “Estado follado”, jodido, destruido y masacrado y que esa situación tiene autores identificables, que no son precisamente africanos: son los imperialistas de Washington, de Londres y de París.

Somalia aparece en la prensa como por arte de magia cuando los “piratas” secuestran algún barco pesquero. Entonces las situaciones vuelven a aparecer invertidas: los verdaderos piratas son los que van a las costas somalíes, las más largas de África (3.300 kilómetros), a arrebatar el alimento de los somalíes, que desde hace años padecen la mayor hambruna del continente negro.

Según la ONU en Somalia el hambre ha costado la vida de 250.000 personas y los medios dirán también que es una de esas “catástrofes naturales” que asolan el planeta, como la sequía, el viento o las mareas. Pero si en Somalia hay algún tipo de catástrofe es social y nada más que social.

Somalia tenía (tiene) todos los ingredientes para ser un país envidiable. Su situación en el Océano Índico no puede ser más estratégica. Atesora reservas de petróleo y numerosos recursos minerales. Su población no está dividida por diferentes religiones. Todos hablan el mismo idioma...

Esta vez no hay disculpa: Somalia no padece otra lacra diferente del imperialismo. Es un país que no tiene Estado. Es un país en guerra permanente. Es un país invadido y ocupado por Estados Unidos, por Kenia, por Etiopía, por... razones “humanitarias”, para socorrer a los hambrientos, para ayudar a los desplazados, para curar a los heridos, para evitar los secuestros...

La población de Somalia podría disfrutar de una vida muy holgada con el dinero y la ayuda que a ella destina la caridad imperialista, que es abundante e incluso sobra. Sólo las fuerzas internacionales de “mantenimiento de la paz” cuestan 1.000 millones de dólares.

Pero a pesar de la generosidad con que el imperialismo derrocha el dinero, en Somalia no hay paz sino todo lo contrario. Si repartieran los miles de millones entre los menos de 10 millones de somalíes, se darían un buen festín.

Si los imperialistas no pescaran sin licencia, de una manera que en cualquier país europeo está prohibida, como el uso de explosivos, la situación en Somalia podría mejorar porque la población no tendría los caladeros vacíos.

Si los imperialistas no arrojaran los desechos nucleares en su territorio, la salud de los somalíes no quedaría afectada. El tsunami de 2005 esparció por vastas regiones de Somalia la basura nuclear que los europeos han arrojado durante años por todos los rincones. Si no trataran a África como un vertedero, no sería necesaria la posterior asistencia médica, que no es -en absoluto- desinteresada.

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