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El secuestro de las palabras

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Juan Manuel Olarieta

Cualquier materialista sabe que las ideas (y las palabras que las acompañan) no circulan por sí mismas. Algo y alguien las impulsa, y se trata de averiguarlo, sobre todo cuando las ideas y las palabras empiezan a proliferar por todos los circuitos intelectuales de la noche a la mañana.

Pero no es suficiente con que una teoría se extienda por los estrechos círculos universitarios o académicos. Para la burguesía nada que no llegue a las masas tiene sentido político hoy. A su vez, para que la ideología y el lenguaje burgueses penetren en las masas no es suficiente con que un pequeño grupo de intelectuales y estudiosos asimile como suyos, autóctonos, los conceptos ideológicos del imperialismo fabricados en las universidades de Estados Unidos. Necesitan bisagras: ese es el papel que desempeña la constelación de grupos y colectivos pequeño burgueses radicalizados.

En todo el mundo, esos colectivos “de izquierdas” no son el destinatario final de la ideología burguesa moderna; sólo sirven de puente para que la burguesía llegue hasta el proletariado. Es una traslación ideológica de una clase a otra que requiere dos operaciones simultáneas.

En primer lugar, esos grupos tienen que aparentar una cierta proximidad al proletariado mostrando su oposición a la burguesía. La pequeña burguesía desempeña a la perfección ese papel intermediario, sobre todo cuando desencadena su verborrea radical, que es capaz de ir mucho más allá del movimiento obrero. Ellos (y no las organizaciones de la clase obrera) son los revolucionarios auténticos. A eso responde su búsqueda de otros “sujetos históricos” y de otros asuntos, ajenos a la clase obrera, en torno a los cuales hay exhaustivas enciclopedias y teorías escritas.

Uno de los ejemplos de ese tipo es la “crítica” del papel del PCE en la guerra civil española, que no fue suficientemente revolucionario. Para ellos el PCE debió hacer lo mismo que los fascistas: combatir a la República. Entonces obra la magia: la burguesía convierte a la revolución, y al partido que la dirige, en contrarrevolucionaria.

Pero también puede obrar el milagro contrario, convirtiendo a una contrarrevolución en una revolución. Es el caso reciente de la Primavera Árabe, a la que califican como una “revolución” porque en cuanto la gente se agolpa en las calles, los ojos se les escapan de las órbitas. La simple presencia de una multitud en la calle protestando es, para ellos, el no va más de la revolución.

Como consecuencia de ello, se produce la confusión: el enemigo habla como nosotros y de esa manera parece que ya no es tan inamistoso. La burguesía es capaz de secuestrar el lenguaje ajeno y travestirse con cualquier indumentaria. Puede aparentar cualquier cosa, parecer cualquier otra clase social.

No obstante, además del secuestro, es imprescindible la sustitución del lenguaje, tras el cual hay una suplantación conceptual. La pequeña burguesía usa palabras que parecen decir lo mismo que queremos decir nosotros. Un ejemplo es la palabra “activista”, que sustituye a “militante”. Es un término que procede de la sociología estadounidense de pacotilla y que la pequeña burguesía asimila a través del lenguaje policiaco de las dictaduras militares de Chile y Argentina.

Aunque la consecuencia es siempre la misma, la suplantación y el truque, obedecen a muchos factores inconfesados. Por ejemplo, a la aceptación implícita de que el lenguaje comunista es arcaico, o caduco, o excesivamente directo, y por dicho motivo, suscita rechazo entre ciertos sectores sociales exquisitos. La intelectualidad burguesa es pedante, alardea de sutileza, quiere algo más florido, para lo cual recurre a un lenguaje indirecto.

A veces el origen de las palabras muestra el origen geográfico del pensamiento. La palabra “empoderamiento” (empowerment), por ejemplo, procede de la ideología imperialista que difunden las universidades anglosajonas. Es lo que dijo Albert Rivera de los andaluces en plena campaña electoral: “no les des pescado, enséñales a pescar”. Es el paternalismo de que hacen gala los superiores con aquellos que consideran inferiores. Pero Albert Rivera no sabe ni coger una caña de pescar, ni se ha paseado nunca por la bahía de Cádiz, donde cualquiera le podría darle lecciones.

La pequeña burguesía piensa como Rivera. Incluso han creado una plataforma de peticiones para el empoderamiento ciudadano que tiene una página propia en internet (http://www.exodo.org/) para enseñarnos a valernos por nosotros mismos, porque nos consideran así: menores de edad. Los mismos que llaman a la lucha contra el patriarcado son así de paternalistas.

El empoderamiento se ha convertido en la consigna de moda de las ONG de ayuda al desarrollo del Tercer Mundo: la tarea de los ricos es empoderar a los pobres. Hay que darles la tierra a los indígenas, enseñarles a trabajarla, a buscar agua para regarla, pero si nos piden armas para defenderla, nos meten en un compromiso muy serio.

El verbo “empoderar” ya existía en castellano como variante de “apoderar”. El apoderado es un gestor que actúa en nombre y en interés de otro. Sigue sus instrucciones y defiende sus intereses. El dueño otorga poderes al capataz. El listo enseña al tonto. Es un regalo, aunque está envenenado: quien concede poderes también los puede quitar.

Se pueden poner infinidad de ejemplos parecidos, como la palabra “referente”, con el quieren suplantar al término obsoleto de “vanguardia”, estrechamente relacionado con otro, que es el de “visibilidad”. Es una concepción reformista y legalista del trabajo político revolucionario, del cual queda automáticamente excluido su contrario, la invisibilidad, es decir, el trabajo clandestino, que impide a una organización convertirse en “referente”.

Es algo sociológicamente curioso porque la “visibilidad” de los partidos comunistas es algo bien reciente y la mayor parte de ellos crecieron y se desarrollaron en condiciones de clandestinidad. Precisamente ahora, cuando dormitan en la legalidad y el pacifismo, los partidos comunistas son más “invisibles”.

En la actualidad no son necesarias grandes argumentaciones ideológicas y políticas para descubrir la verdadera naturaleza de clase de las organizaciones que se llaman comunistas. Basta hacer un recuento del vocabulario cutre que utilizan: precariado, sostenibilidad, transversalidad, contrainformación, lucha de líneas, masa crítica, decrecimiento, resiliencia...

Pongo como ejemplo el siguiente extracto de una organización comunista española, que en un texto dice lo siguiente: “Sin algo así como una conciencia en sí no puede darse un tránsito a una conciencia para sí [...] pero es más difícil imaginarse algo así como una falta de la misma conciencia en sí que abre esta posibilidad”.

Es posible que alguien trate de entender lo que eso significa. Desde luego que deberá tener estudios cualificados de metafísica en alguna universidad alemana. Yo simplemente estoy convencido de que es una gilipollez propia de alguien que dentro de poco empezará a hablar también de “finiquitos en diferido”.

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