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Nacionalismo español (y 4)

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Nicolás Bianchi

Como afirmara Máximo d’Azeglio, un ministro italiano en la primera reunión del parlamento de la Italia unificada: Hemos hecho Italia, ahora tenemos que hacer los italianos”. Y es que los “italianos” coetáneos de Manzini eran italianos sin saberlo. Les tuvieron que “construir” una identidad.

Por estos pagos, la nacionalización del pasado adquirió nítidos signos conservadores conmemorándose a Recaredo (que dejó de ser arriano), Santa Teresa o Calderón de la Barca presentado como prototipo del “alma española”. Integrismo católico.

La generación de intelectuales demócratas de 1868, por su parte, elevó las creaciones culturales de la historia castellana a rasgo definitorio de lo español. Los Giner de los Ríos, Galdós, Azcárate, Juan Valera, Salmerón y el ámbito de influencia krausopositivista (en la península nunca entronizó Hegel) en el medio académico, político y periodístico apuntaló el esencialismo español. Acrecentado por el surgimiento de nacionalismos periféricos en el Estado. Aparecen los “Episodios nacionales” de Galdós.

En estas épocas finiseculares, los nacionalismos recurrieron a las ideas científicas en boga, ya al darwinismo social para justificar la supuesta supremacía de un pueblo, ya al organicismo positivista e incluso a filosofías irracionales. El krausopositivismo era una metodología que ligaba el pasado con el presente porque se consideraba que la evolución de un pueblo funcionaba igual que cualquier ser vivo (nacen, crecen, etc.) Por eso se encuentran en los escritores de estos años tantas metáforas sobre la salud o la enfermedad de España, con una constante obsesión por diagnosticar los “males” de esa “España” que tanto les “duele”. Así, en este contexto, se entiende tal vez mejor lo que escribía Unamuno sobre la “salud” del euskera.

El nacionalismo español –que, repetimos, no se reconoce como tal- ha resultado de la convergencia de cuantos intelectuales articularon y crearon la existencia de una misma “nación cultural” previa a la formación del Estado. La nación, algo natural, sería anterior al Estado, algo artificial (para un marxista es justo al revés). Son tiempos románticos. La españolidad concebida como algo primordial estructurada sobre tópicos esencialistas se forjó tempranamente con los reaccionarios del siglo XIX. Semejante corriente llegó a su máxima expresión con Menéndez Pelayo y el menéndezpelayismo como ideología oficial del catolicismo que, me atrevo a decir, todavía dura pues España siempre tuvo propietario.

Y es que en España, dizque el Estado, salvo cortísimos periodos históricos ahogados en sangre, jamás se ha vivido en democracia en los últimos doscientos años. Podrá haber mayor o menor libertad de expresión, pero de poco sirve ésta si se impide la realización material de las ideas, principio burgués consagrado por la Revolución francesa y hoy, por supuesto, pisoteado. Se diría que llevan tanto tiempo manteniéndose a garrotazo limpio que ni saben ni pueden hacer las cosas de otra manera (ejemplos: el Estatut catalán o el Plan Ibarretxe). Son incapaces –ni quieren ni pueden bajo el capitalismo- de resolver ninguna cuestión a la que anhelen las masas, incluida la nacional. Sólo queda barrerlos y abrir las ventanas. Sería un comienzo.

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