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El Banco de España no admite ‘la sharia’

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Juan Manuel Olarieta

Hasta ahora yo creía que “la sharia” era sólo cosa sólo de las carnicerías islámicas, que no venden carne de cerdo y matan a los animales según un determinado ritual (“halal”) para que sufran lo menos posible y se desangren por completo, de manera tal que las toxinas queden eliminadas.

Pero me acabo de enterar de que también hay bancos islámicos, aunque aquí el Banco de España, a diferencia de Francia o Alemania, no los autoriza. No obstante, en junio los musulmanes lograron crear una cooperativa de crédito (Coophalal), al frente de la cual se halla una mujer marroquí, Najia Lotfi, profesora de Finanzas Islámicas en la Universidad Autónoma de Barcelona.

No hay ninguna diferencia entre un banco cristiano y otro islámico, salvo que estos últimos nunca invertirán en negocios tales como bodegas en La Rioja. Lo mismo que el corazón de La Caixa está en su Obra Social, el de un banco islámico están en el Fondo Zakat, que destina una parte insignificante de sus beneficios, el 2,5 por ciento exactamente, a obras de caridad. Es el antiguo sueño de las ONG que hace años lucharon por imponer la Tasa Tobbin.

Los bancos no se rigen por “la sharia”, ni por los 10 Mandamientos de la ley de dios, ni por el Código de Comercio, ni por las circulares del Banco Central Europeo. Es al revés. Lenin lo calificó como “teoría del reflejo”: lo que regula “la sharia” y cualquier otra normativa jurídica, cristiana o no, son las leyes propias del capital financiero. Por consiguiente, si hay algo a lo que debemos tener algún miedo es a ellas y no a “la sharia”.

No podemos tener miedo a “la sharia” por el mismo motivo que no podemos tener miedo al demonio, ni a nada que no exista. Aunque normalmente “la sharia” se traduce como “la ley islámica”, ni es una ley, ni es islámica, ni es una. Sobre “la sharia” estamos equivocados tanto los cristianos como los propios musulmanes, pero especialmente los cristianos.

Estamos empeñados en no querer entender nada y en deformar todo aquello que ignoramos. Los países musulmanes, en general, y los árabes, en particular, no han conocido las revoluciones burguesas. Luego no se rigen por leyes. Por el mismo motivo tampoco conocen la separación entre un Estado y una Iglesia, ni diferencian lo público de lo privado...

Así podríamos seguir encontrando diferencias entre unos países y otros. No sería tan difícil de entender si habláramos de una ley cristiana (los 10 Mandamientos, por ejemplo) pensando que todos los Estados cristianos tienen la misma, o si dijéramos que la ley mordaza tiene algo de cristiana. Una ley rige en un determinado país; cada país tienen sus leyes; las leyes no son uniformes.

Decir que en un determinado país “la sharia” se aplica un manera estricta o rigurosa es una verdadera estupidez. A diferencia de los 10 Mandamientos del Antiguo Testamento, “la sharia” no tiene que ver con dios. Dicha palabra sólo aparece una vez en el Corán, que para un musulmán, de cualquier país, es el único texto a través del cual dios se expresa. Se puede traducir como “camino” y para llegar al mismo punto se pueden tomar caminos muy diferentes.

Por lo tanto, sería mejor hablar en plural de “caminos”. Un jurista, que no es más que un teólogo disfrazado, diría que hay siempre interpretaciones diversas -e incluso contrapuestas- de un mismo texto. Las múltiples corrientes islámicas (sunitas, chiítas, sufistas, alauitas) hacen interpretaciones muy distintas unas de otras. Con el tiempo, las interpretaciones cambian para adaptarse a las nuevas circunstancias. En Pakistán el mismo texto sagrado se interpreta de una manera muy diferente que en Mauritania...

También una constitución es diferente de la interpretación que de ella haga un jurista o un juez. Del mismo modo, un islamista sabe que la palabra de dios es diferente de cualquier interpretación que de ella haga un ser humano, que la primera es de naturaleza divina y es única, mientras que las otras son terrenales y plurales, es decir, falibles, dudosas, cambiantes...

Pero también aquí la práctica está siempre por delante de la teoría. Cualquier picapleitos sabe que lo que una constitución -la palabra de dios- diga o deje de decir es papel mojado, importa muy poco; lo realmente importante es la palabra de los hombres, de los jueces, de los fiscales, los secretarios, los funcionarios, los policías, los carceleros, los abogados...

Las diversas interpretaciones humanas dan fuerza a las religiones, flexibilizan los dogmas, permiten su expansión en diversas culturas y su prolongación a lo largo de los siglos. Distintos pueblos se han drogado y se drogan con opiáceos religiosos distintos. Pero esos opiáceos no pertenecen al reino de dios sino al del hombre. Por ejemplo, pertenecen al reino de las clases sociales. Todas las religiones tienen una oración para los oprimidos y otra para los opresores.

En el otro bando, los ateos tienen su punto más débil en una concepción simplista de las religiones, que rechazan como si fuera un bloque homogéneo. Excusan su ignorancia afirmando que “todas las religiones son iguales”, que es como decir que “todas las religiones son religiones”, poco más que bobadas. A diferencia de los creyentes, los ateos nunca se han tomado en serio las religiones, con algunas excepciones, como Marx y Engels. Por eso los creyentes le siguen ganando la partida.

Si “la sharia” y las demás leyes, tanto divinas como humanas, no regulan el capital financiero, sino al revés, los ateos deberían reflexionar sobre circunstancias tan interesantes como que en el imperialismo las potencias dominantes han sido predominantemente cristianas, mientras que los países musulmanes han sido sus colonias. Esto explica algunos acontecimientos actuales mucho mejor que una “sharia” inexistente. ¿O todavía seguimos creyendo en los Reyes Magos?

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