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La trastienda del golpe de Estado en Burkina Faso

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Desde un principio, el golpe de Estado en Burkina Faso mostró el aislamiento de sus protagonistas, la guardia pretoriana del general Dienderé, que ni siquiera contó con el apoyo del resto del ejército.

Los golpistas no eran otra cosa que los secuaces armados del depuesto presidente Campaoré, que trataba de mantenerse en el teatro político del país por la vía falsa, electoral, de la que había sido expulsado él personalmente así como sus partidarios.

Los golpistas no tenían, pues, ningún apoyo... hasta que llegaron los negociadores que, como venían de fuera, pareció que eran neutrales, un espejismo que duró muy pocas horas porque su propuesta era clara: se trataba de convalidar el golpe de Estado.

La impresión es que los golpistas no eran más que el brazo ejecutor de la organización subregional Cedeao, la Confederación de Estados de África Occidental, y naturalmente de los mentores de la misma, que no pueden ser otros que los imperialistas franceses.

El general Dienderé está condecorado con la Legión de Honor concedida por el gobierno francés. Desde hace años es un huésped habitual del Elíseo y el ministerio francés de Defensa, donde tiene a dos amiguetes de esos que mueven los hilos tras las cortinas. Uno de ellos es el antiguo embajador francés en Uagadugu, el general Emmanuel Beth, y el otro es el jefe del Estado Mayor de la Presidencia de la República, el general Benoit Puga.

La profesión militar de ambos muñidores constata que cuando se trata del antiguo imperio colonial, las riendas no están en manos de los diplomáticos, sino de los generales del ejército. Es como si nada hubiera cambiado. Las colonias son como las plazas fuertes. Siempre han estado gobernadas por militares.

Los tres generales, Dienderé, Berth y Puga, son viejos conocidos. Como los amigos del instituto, tuvieron la misma formación y nunca rompieron sus antiguos vínculos colegiales. En ocasiones Dienderé y Beth quedaban para saltar juntos en paracaídas.

El general Puga ya era un personaje en la sombra durante la presidencia de Sarkozy, con la derecha, y ha seguido en el mismo cargo con Hollande, la izquierda. La política francesa en África pasa por sus manos, lo cual equivale a decir que es el arquitecto de la destrucción de Libia y el asesinato de Gadafi, así como de la Operación Serval, la intervención mililtar en Mali. A un sujeto así, organizar un golpe de Estado en Burkina Faso le ha debido parecer algo de menor cuantía.

Por su parte, el general Beth trabaja en ESL Network, un centro de “inteligencia económica” que se mueve entre los centros nucleares del imperialismo francés como pez en el agua.

No obstante, los hilos de las trastiendas parisinas siempre acaban en un punto remoto al otro extremo del mundo. En el caso de Burkina Faso, ese cabo terminal son los 320 soldados de los Comandos de Operaciones Especiales acantonados por Francia en el interior del país, que se quedaron en sus cuarteles en el momento del golpe, seguramente a la espera de instrucciones para echarles una mano en caso de necesidad.

No fue necesario porque un elemento fundamental en la planificación del golpe fue la intervención de los negociadores internacionales de la Cedeao, que se ejecutó de manera impecable. Fuera de África muchos ni se han dado cuenta de que en este tipo de situaciones siempre aparecen intermediarios y que hay que tenerlos bien preparados porque son una pieza fundamental del propio golpe.

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