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Biografía de Marx (Parte 16)

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La última década de la vida de Marx


En la actividad teórica de Marx en los años 70 ocupa el lugar principal su trabajo en el segundo y tercer tomos de El Capital. Reúne nuevos materiales, escribe nuevas variantes de diversas partes de su obra. Al tratar de los problemas de la renta del suelo sigue observando el desarrollo de la química, la biología y otras ciencias. Marx se interesa mucho por el progreso de la técnica y, en particular, por los primeros experimentos para la transmisión de la energía eléctrica a larga distancia. Sus trabajos de matemáticas, iniciados ya en los años 50, adquieren ahora para Marx una importancia propia. Después de su muerte, Engels tuvo la intención de publicar sus manuscritos de matemáticas, en los que de una manera nueva, original, se fundamentaba el cálculo diferencial.


En aquellos años, Marx dedicaba mucho tiempo al estudio de la historia, sobre todo al de la historia de la propiedad comunal de la tierra. Valoraba altamente el libro La Sociedad Antigua, de Morgan (1877); en los vínculos tribales de los indios de la América del norte halló Morgan 1a clave para comprender la estructura de la sociedad primitiva. Pensando escribir un trabajo sobre esta obra de Morgan y sobre su trascendencia a la luz de la comprensión materialista de la historia, Marx tomó muchas notas del libro, agregándoles sus propias observaciones. Muerto Marx, estos materiales fueron utilizados por Engels en su obra El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, considerada por él, en cierta medida, como el cumplimiento del legado de su amigo.


Otras pruebas del enorme interés de Marx por la historia son sus detallados Apuntes cronológicos sobre la India, escritos en 1879-1880, y sus apuntes de historia universal, más amplios aún, hechos en 1881-1882. Los apuntes cronológicos de Marx no son una simple enumeración de los acontecimientos históricos de diferentes épocas y pueblos. Al examinarlos desde el punto de vista de los intereses de los trabajadores y los explotados, en sus comentarios, Marx fustiga a los enemigos de clase.


Cualquiera que fuese la rama del saber que Marx enjuiciara, lo hacía siempre desde posiciones de partido, desde el punto de vista de la clase más avanzada, cuyos intereses coinciden con la marcha objetiva del desarrollo histórico. La ciencia era para Marx una fuerza históricamente motriz, revolucionaria, escribió Engels.


Refiriéndose al enciclopedismo de los conocimientos de Marx, a la amplitud de sus intereses científicos, Paul Lafargue, esposo de su hija Laura, escribía: El cerebro de Marx estaba pertrechado de una cantidad inverosímil de hechos históricos, del dominio de las ciencias naturales y, asimismo, de teorías filosóficas, y sabía utilizar a la perfección toda la masa de conocimientos y observaciones que había acumulado durante un largo trabajo intelectual... Su cerebro parecía un barco de guerra, en el puerto, con las calderas a presión: siempre estaba dispuesto a zarpar en cualquier dirección del pensamiento.


El trabajo teórico de Marx estuvo hasta el fin de sus días orgánicamente ligado a su actividad revolucionaria, pues, Marx era, ante todo, un revolucionario... Su elemento era la lucha, recordaba Engels. Es indudable que El Capital nos revela un intelecto de fuerza asombrosa y unos conocimientos enormes pero, como escribió Lafargue, todos aquellos que conocían a Marx de cerca, opinaban que ni El Capital ni ninguna otra obra suya muestran toda la grandeza de su genio y de su saber: Él estaba muy por encima de sus obras.


Con la disolución de la Internacional, el papel de Marx como jefe del movimiento obrero internacional, lejos de disminuir, siguió elevándose, al tiempo que crecía el movimiento obrero. La I Internacional había cumplido su misión histórica, dando paso a una época de desarrollo incomparablemente más potente del movimiento obrero en todos los países del mundo, a la época en que este movimiento había de desplegarse en amplitud y crear partidos socialistas de masas sobre la base de cada Estado nacional.


Al plantear la fundación del partido proletario en cada país como tarea histórica fundamental, Marx entendía que dicha tarea debía cumplirse tomando en consideración las particularidades de cada país, su economía, su vida política, la lucha de clases en él y el nivel teórico del movimiento obrero, así como los obstáculos con que podría tropezarse. Engels, refiriéndose a la enorme influencia de Marx en el movimiento obrero internacional, escribió en 1881: Marx, gracias a sus méritos teóricos y prácticos, goza de tal situación, que los mejores hombres del movimiento obrero de diversos países confían plenamente en él. En los momentos decisivos le piden consejo y, habitualmente, quedan convencidos de que su consejo es el mejor.


En países tan atrasados económicamente como Suiza, Italia y España, el principal obstáculo para la formación de los partidos proletarios lo constituían los elementos pequeño-burgueses anarquistas. En un folleto especial, titulado La Alianza de la democracia socialista, Marx y Engels dieron a conocer la actividad escisionista de los bakuninistas en la. Internacional y la labor de desorganización que desplegaban en el movimiento obrero revolucionario de Suiza, Italia, Francia y Rusia, España.


En Alemania, el obstáculo principal para la divulgación del marxismo seguía siendo el lassalleanismo. Su influencia se dejaba sentir también en el partido de Eisenach, fundado por Liebknecht y Bebel, manifestándose con fuerza singular en 1875, cuando, a pesar de las advertencias de Marx y Engels, dicho partido acordó, haciendo caso omiso de todo principio, unificarse con los lassalleanianos. El proyecto de programa para el Congreso de unificación que había de celebrarse en Gotha fue fruto de ese compromiso. En su trabajo Crítica del programa de Gotha, escrito en 1875, Marx dio una caracterización implacable de dicho programa.


Al criticar las consignas y los conceptos erróneos, anticientíficos y oportunistas de los partidarios de Lassalle, Marx planteó y resolvió en su obra nuevos y muy importantes problemas teóricos. Los lassalleanos fueron siempre (y su influencia quedará luego en la socialdemocracia alemana) un partido político parlamentario que buscaba el control del Estado y el dominio de las instituciones estatales a base de ir ganando elecciones. Para Marx tal posición va en contra de su concepto de destrucción del Estado. Por eso, aunque en el Programa de Gotha aparecían todos los conceptos marxistas fundamentales, flotaba el Estado como una realidad que se debía cambiar gradualmente por medios pacíficos y legales.


El primer punto que Marx ataca en su crítica es el trabajo como fuente de toda riqueza y cultura. Acerca de la naturaleza, dice: El trabajo es, en sí mismo, sólo la manifestación de una fuerza de la naturaleza, el poder del esfuerzo humano. El trabajo del hombre sólo se transforma en una fuente de valores de uso, y por tanto también de riqueza, si su relación con la naturaleza, la fuente primaria de todos los instrumentos y objetos de trabajo, es una relación de propiedad desde el principio, y si el hombre la trata como algo que le pertenece. Marx sostiene que el hombre es un esclavo porque tiene que trabajar en la propiedad que pertenece a otros y sugiere una alternativa: El trabajo llega a ser la fuente de toda riqueza y cultura, solamente cuando es trabajo social. Al llegar a este punto, propone otro enunciado, que declara ser indiscutible: El desarrollo social del trabajo, como fuente de riqueza y cultura, surge en proporción directa al desarrollo de la pobreza y depravación entre los trabajadores y de la riqueza y cultura entre los no trabajadores.


Partiendo de las leyes del desarrollo histórico descubiertas por él, Marx penetró a bosquejar la sociedad comunista: Toda la teoría de Marx -decía Lenin- es la aplicación de la teoría del desarrollo -en su forma más consecuente, más completa, más profunda y más rica de contenido- al capitalismo moderno. Era natural que a Marx se le plantease, por tanto, la cuestión de aplicar también esta teoría a la inminente bancarrota del capitalismo y al desarrollo futuro del comunismo futuro... En Marx no encontramos el menor intento de construir utopías, de hacer conjeturas en el aire respecto a cosas que no es posible conocer. Marx plantea la cuestión del comunismo como el naturalista plantearía, por ejemplo, la del desarrollo de una nueva especie biológica, sabiendo que ha surgido de tal y tal modo y se modifica en tal y tal dirección.


Valiéndose de ese método, Marx en su Crítica del programa de Gotha formuló una serie de tesis sobre el período transitorio del capitalismo al comunismo y sobre las dos fases del comunismo. En la primera fase del comunismo (denominada corrientemente socialismo) que viene a ser el primer peldaño de su maduración económica, debe regir el principio de distribución según el trabajo. Excepto las partes del producto total destinadas a ampliar la producción y a los fondos sociales de consumo, el trabajador recibe de la sociedad tanto cuanto le ha dado: En la fase superior de la sociedad comunista -dice Marx- cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo y, con ella, la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués, y la sociedad podrá escribir en su bandera: ¡De cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades!. La teoría de las dos fases del comunismo fue un nuevo descubrimiento de Marx, extraordinariamente importante, que muestra la fuerza genial de su previsión científica.


La revolucionaria teoría de Marx sobre el Estado culmina en la Crítica del programa de Gotha, donde argumenta la necesidad e inevitabilidad histórica de un período de transición. El Estado de este período debe ser la dictadura del proletariado.


En la Crítica del programa de Gotha, Marx, además de examinar las cuestiones del período de transición y de las dos fases del comunismo, toca otros problemas teóricos y políticos, cuya importancia y actualidad perdura hasta ahora. Pone, por ejemplo, al desnudo lo erróneo y políticamente perjudicial de la tesis lassalleana de que, para la clase obrera, todas las demás clases no son otra cosa que una masa reaccionaria. Tal planteamiento del problema, simplista, esquemático, conduce a aislar al proletariado de los campesinos y demás masas trabajadoras y le impide cumplir su papel de luchador avanzado por la democracia y el socialismo.


La Crítica del programa de Gotha es un documento marxista esencial, de inapreciable importancia teórica. En él, Marx da un nuevo paso gigantesco en el desarrollo de su teoría.


Como predecían Marx y Engels, la unificación en Gotha fue un compromiso que abrió las puertas del partido a distintos elementos vacilantes, pequeño-burgueses, y rebajó el nivel teórico y político de aquella organización. Prueba de ello fue que casi todos los jefes de la socialdemocracia alemana se manifestaron partidarios del sistema socialista inventado por Eugenio Dühring, profesor de la Universidad de Berlín. Aquel sistema era una mezcla ecléctica de conceptos científicos anticuados y de teorías pequeño-burguesas.


Con el fin de permitir que Marx pudiera dedicarse a El Capital, Federico Engels se encargó de escribir un trabajo criticando a Dühring. Sin embargo, Marx tomó una parte muy activa en la labor de su amigo en el Anti-Dühring, escrito en 1878. Antes de entregar el manuscrito a la imprenta, Engels se lo leyó entero a Marx, quien, además, escribió el capítulo X de la sección sobre la economía política, donde expuso concisamente un esbozo de la historia de la economía política. El Anti-Dühring, original enciclopedia que aclara los problemas principales de la filosofía marxista, la economía política y el comunismo científico, desempeñó un gran papel en la defensa, el desarrollo y la propaganda del marxismo.


Marx y Engels advertían al Partido Socialdemócrata Alemán de que la confusión teórica reinante en él podía acarrearle peligrosas consecuencias políticas. La vida confirmó que Marx y Engels estaban en lo cierto. La primera prueba seria, la prueba a que sometió al partido la ley de excepción contra los socialistas, promulgada por Bismarck en octubre de 1878, reveló en su seno vacilaciones oportunistas tan fuertes, que ponían en peligro la existencia misma de la socialdemocracia alemana como partido obrero. En sus cartas a los dirigentes de la socialdemocracia alemana y sobre todo en la famosa Circular escrita el 17 y 18 de septiembre de 1879, Marx y Engels criticaron resueltamente tanto a los oportunistas descarados (Hochberg, Bernstein y otros) como el sectarismo y las tendencias anarquizantes (J. Most y otros) en la socialdemocracia germana. Los fundadores del marxismo explicaron a los dirigentes de esta última el gran peligro que representaban en el partido los elementos oportunistas, que trataban de convertir el partido obrero en un partido pequeño-burgués reformista. Velando por la pureza de la teoría revolucionaria y luchando contra todo oportunismo, tanto en el terreno teórico como en el práctico, Marx y Engels ayudaron a la socialdemocracia alemana a elaborar en las difíciles condiciones creadas por la ley de excepción, una línea revolucionaria acertada. La táctica que los fundadores del marxismo proponían a la social-democracia alemana consistía en crear una organización ilegal y un órgano de prensa revolucionaria del partido, combinar el trabajo ilegal con el legal, utilizar la tribuna parlamentaria para desenmascarar la política del gobierno y hacer agitación entre las masas. Ellos confiaban, ante todo, en las masas obreras, en su valor e iniciativa.


Como resultado de la crítica implacable de Marx y Engels y de la presión de las masas obreras, la dirección del partido, que se había desconcertado a raíz de la entrada en vigor de la ley de excepción, comenzó a enmendar su línea política. Esto no quiere decir que en el partido cesara la actividad de los oportunistas. El ala derecha anidó en el seno de la minoría parlamentaria y de vez en cuando lanzaba ataques contra la línea del partido. Al analizar las raíces del oportunismo, puesto de manifiesto en el interior del partido, Marx y Engels las veían en la naturaleza de la pequeña burguesía, en el espíritu mezquino y filisteo inherente a ella.


Marx y Engels prestaban a la socialdemocracia alemana una atención particularmente grande porque, después de la derrota de la Comuna de París, el proletariado alemán había quedado en cabeza del movimiento obrero internacional. Ellos querían que la socialdemocracia alemana -el primer partido basado en los principios de la Internacional- fuera un ejemplo para los partidos obreros que comenzaban a formarse también en otros países.


Siguiendo de cerca la formación de estos partidos, Marx y Engels deseaban ayudarles con sus consejos. Citaremos como ejemplo que Marx participó directamente en la redacción del programa del Partido Obrero de Francia, dictando a Julio Guesde, que le visitó en Londres en 1880, la introducción al programa. Marx y Engels apoyaban la lucha de Julio Guesde y Paul Lafargue contra los posibilistas, partidarios del reformismo pero, al mismo tiempo, los criticaban por su proclividad a la frase revolucionaria, y por su dogmatismo e insuficiente flexibilidad táctica, defectos inherentes sobre todo a Guesde. Al producirse en 1882 la escisión entre los partidarios de Guesde y los posibilistas, Marx y Engels la consideraron un acontecimiento positivo, un progreso en el desarrollo del partido obrero.


Si en Francia, donde la clase obrera se veía sometida a la influencia del medio pequeño-burgués circundante, la formación del partido obrero iba acompañada de una aguda lucha interna, en Inglaterra eran todavía más difíciles las condiciones para su constitución. En su mayoría, los obreros ingleses se circunscribían a luchar por reivindicaciones económicas y por reformas que no rompían las relaciones capitalistas existentes. Eso era porque, si bien es verdad que desde la década del 70 su monopolio industrial empezaba a decaer, debido a la competencia de Alemania y Estados Unidos, Inglaterra conservaba, no obstante, su monopolio colonial, lo que permitía al capitalismo inglés obtener enormes superbeneficios y arrojar unas migajas a la aristocracia obrera inglesa. Marx estimaba que una de las causas del atraso político de los obreros ingleses era su peculiar indiferencia por la teoría.


A comienzos de la década de los ochenta, debido a cierta reanimación del movimiento obrero inglés y a los éxitos obtenidos por el movimiento socialista en el continente, en Inglaterra también se manifestó cierto interés por el socialismo. Por entonces apareció el folleto Inglaterra para todos, de Hyndman. Los capítulos de este folleto sobre el trabajo y el capital no eran sino una versión de los capítulos correspondientes de El Capital, aunque ni esta obra ni su autor se mencionaran para nada. Indignado por este proceder, Marx decía en una carta a Sorge: A todos estos respetables escritores pequeño-burgueses, no especialistas, les inspira un deseo irrefrenable: hacer dinero, cobrar fama, amasar capital político sin pérdida de tiempo, aprovechando cualquier idea nueva, que un viento propicio haya hecho llegar hasta ellos. En el transcurso de unas cuantas veladas ese mozo robándome, sonsacándome ideas y deseando aprender del modo más fácil. Marx expresó personalmente su indignación a Hyndman. Este se justificó diciendo que a los ingleses no les gusta que los aleccionen extranjeros. Cuando el escritor, que se distinguía por lo sumamente confuso y ecléctico de sus concepciones, quiso ser heraldo de las ideas socialistas y organizador del partido, Marx, como es natural, acogió sus propósitos con extrema desconfianza.


La formación del partido obrero en Estados Unidos tropezó con dificultades no menores. Ello se debía a las fluctuaciones en la composición de la clase obrera norteamericana y a la posibilidad que entonces se tenía de comprar a bajo precio tierra y hacerse granjero, así como al hecho de que los obreros autóctonos ocupaban una posición privilegiada en comparación con los emigrantes, cuyo salario era inferior, y con los negros, cuya situación era aún peor. Las discordias nacionales y raciales, azuzadas por la burguesía, dividían a la clase obrera. La lentitud con que las ideas socialistas se difundían allí se debía también a que la mayoría de los propagandistas del socialismo eran alemanes, lassalleanos los más de ellos. Los lassalleanos hacían la propaganda en el espíritu dogmático, estrecho y rutinariamente sectario que les era propio. Lo mismo que el inglés, el movimiento obrero estadounidense se distinguía por su carácter eminentemente utilitario, por su indiferencia hacia la teoría.


La falta de madurez teórica del proletariado norteamericano hacía que muchos obreros se vieran influidos por reformadores sociales de todas las especies, que les prometían algo tangible en un futuro inmediato. Uno de esos reformadores fue Henry George, autor de El progreso y la pobreza, escrito en 1880, obra que hizo furor en su tiempo. Posteriormente, la influencia de Henry George se dejó sentir también en Inglaterra. George decía que a toda opresión le llegaría su fin en cuanto se nacionalizara la tierra y fuera el Estado quien percibiese la renta del suelo. Marx decía en una carta a Sorge: Todo eso no es sino un intento, disfrazado de socialismo, de salvar la dominación de los capitalistas y, de hecho, fortalecerla otra vez sobre una base más amplia que la que tiene ahora. Criticando la idea de George de que la nacionalización de la tierra era la panacea contra todas las lacras de la sociedad capitalista, Marx señalaba que, en determinadas condiciones, esa reivindicación podía presentarse en calidad de medida transitoria, como se había hecho en el Manifiesto del Partido Comunista.


Al mismo tiempo que ponían al desnudo la insolvencia teórica de las concepciones burguesas y pequeño-burguesas que influían todavía en la clase obrera de Inglaterra y Estados Unidos, Marx y Engels luchaban contra el sectarismo de los socialistas ingleses y norteamericanos. En sus cartas a Sorge y a otros partidarios suyos les aconsejaban que no se mantuvieran al margen del movimiento obrero -en espera de que éste se elevara a la altura de un programa teóricamente claro, científico- y se sumaran a él para predecir a los obreros las consecuencias de sus errores y enseñarles analizando éstos.


Subrayando el carácter creador del marxismo y luchando contra la actitud dogmática y libresca hacia su doctrina, viva y en constante desarrollo, Marx y Engels decían: Nuestra doctrina no es un dogma, sino una guía para la acción.


Enriqueciendo sin cesar la teoría revolucionaria y velando por su exactitud, Marx y Engels luchaban consecuentemente por la creación de partidos auténticamente proletarios, portadores de teoría revolucionaria y capaces de dirigir el movimiento del proletariado tanto en la lucha por los intereses inmediatos, diarios, de los obreros y de las masas trabajadoras como por su meta final: derrocar el capitalismo. Con sus consejos y su crítica, Marx y Engels prestaban un apoyo efectivo a los socialistas de Europa y América.


Lenin decía que en las cartas de los fundadores del marxismo a los socialistas de distintos países podían apreciarse claramente dos direcciones de consejos, indicaciones, enmiendas, amenazas e instrucciones. Ellos exhortaron con la mayor insistencia a los socialistas anglo-norteamericanos a que se fundiesen con el movimiento obrero y extirpasen de sus organizaciones el estrecho y rutinario espíritu de secta. Ellos enseñaron muy insistentemente a los socialdemócratas alemanes a no caer en el fariseísmo, en el cretinismo parlamentario, expresión de Marx utilizada en la carta del 19 de septiembre de 1879 para expresar el oportunismo intelectual pequeño-burgués.


Al dar sus consejos e indicaciones a los socialistas de distintos países, Marx y Engels tomaban en consideración las condiciones en que se desarrollaba el movimiento obrero de este o aquel país y las tareas concretas que tenía planteadas su proletariado. Los fundadores del marxismo esgrimían la poderosa arma de la dialéctica materialista tanto en la elaboración de la teoría revolucionaria como en el terreno de la política y la táctica y en la dirección del movimiento obrero internacional.


Las indicaciones de los fundadores del marxismo acerca de las tareas del proletariado en los distintos países y de los programas y la táctica de los partidos proletarios encierran enorme interés teórico y político. En el Manifiesto del Partido Comunista, Marx y Engels hablaron ya del partido como destacamento de vanguardia del proletariado. Estas primeras tesis fueron completadas y desarrolladas por ellos basándose en la experiencia de las revoluciones de 1848-1849, en las enseñanzas, todavía más ricas, de la Internacional y de la Comuna de París, y, por último, en la experiencia que aportó la formación de los partidos socialistas en los distintos países.


Estas tesis de los fundadores del marxismo acerca del partido las desarrolló posteriormente Lenin, al formular su teoría del partido como arma fundamental de la clase obrera en la lucha por la dictadura del proletariado y por la construcción de la sociedad comunista.


Preparando a la clase obrera para futuras luchas revolucionarias, Marx llegó ya en los años 70 a la conclusión de que el país impulsor de la revolución en Europa sería Rusia. Marx estudiaba numerosos materiales y libros sobre Rusia no porque le guiase únicamente su interés teórico por los problemas de la renta del suelo, sino porque sentía también interés político por un país de tan enormes posibilidades revolucionarias. Marx seguía con simpatía extraordinaria la lucha de los revolucionarios rusos, que constituían entonces un grupo bastante reducido, contra la autocracia, y consideraba que una de sus tareas más importantes era ayudar a los elementos progresistas de Rusia en sus dificultosas búsquedas teóricas, facilitarles la comprensión de los objetivos de su lucha de liberación y el cauce que ésta debía seguir. Por esta causa, la correspondencia que Marx mantenía con los revolucionarios rusos aumentaba de año en año y éstos encontraban siempre en su casa buena acogida, consejo y ayuda. En algunas cartas Marx criticaba las ideas de los populistas, los cuales consideraban que la comunidad campesina rusa era el embrión y la base del socialismo. En su Prefacio a la edición del Manifiesto del Partido Comunista escrito en ruso y publicada en 1882, Marx y Engels, a la pregunta acerca de las perspectivas del desarrollo económico de Rusia y el destino de la comunidad campesina rusa, que preocupaba mucho a los revolucionarios rusos, le dieron la siguiente respuesta: Si la revolución rusa da la señal para una revolución proletaria en occidente, de modo que ambas se completen, la actual propiedad común de la tierra en Rusia podrá servir de punto de partida a una evolución comunista. Así, pues, Marx y Engels admitían que, en determinadas condiciones históricas, el desarrollo de Rusia por un camino no capitalista era posible. En ese mismo Prefacio definían del siguiente modo el papel que Rusia había comenzado a jugar en el movimiento revolucionario: Rusia está en la vanguardia del movimiento revolucionario de Europa.


Las cartas escritas por Marx en los últimos años de su vida reflejan el ansia con que esperaba la inminente revolución rusa, que, según él, debía marcar un próximo viraje en la historia del mundo. Pero las esperanzas de Marx de ver aún el triunfo de esa revolución no se cumplieron.


Aún tenía en proyecto un trabajo inmenso, al que se dedicaba cuando su salud se lo permitía. En la época de pleno desarrollo de sus fuerzas, había trazado el modelo, los contornos y había fijado las leyes fundamentales de la producción y del intercambio capitalista. Pero no había tenido fuerzas suficientes para hacer de todo ello una obra viva, terminada, como el primer tomo de El Capital, que tan brillantemente saca a la luz el mecanismo de la producción capitalista y la lucha entre capitalistas y obreros que se desarrolla sobre dicha base.


Pese a que iba perdiendo fuerzas por la enfermedad, su incontenible afán por la lectura seguía siendo el mismo. No se cansaba de hacer acotaciones, complementando con ellas sus carpetas con los manuscritos de los capítulos inacabados de El Capital. Pero no se limitaba a los problemas de la economía política. Estaba empeñado en utilizar el materialismo dialéctico en distintas ramas 1a ciencia. Prestó sostenida atención a los estudios las ciencias naturales, astronomía, química, agroquímica, biología, geología, matemáticas y física, profundizando en todas estas materias; continúa asimismo sus investigaciones de historia universal.


Marx estudió con toda meticulosidad libros de fisiología de las plantas, los animales y el hombre; al leer, los recapitulaba o hacía acotaciones. Durante muchos años Marx mostró pasión por las matemáticas. Los estudios sistemáticos le permitieron realizar investigaciones propias en esta materia. A comienzos de los años ochenta Marx escribió dos manuscritos: La noción de la función derivada y Sobre la diferencial, que proponía, al parecer, emplear de base para una fundamentación del cálculo infinitesimal que no le dio tiempo de exponer.


Continuó aumentando el volumen y la variedad de estudios históricos que acometía, relacionándolos estrechamente con las investigaciones de economía política y también con el propósito de aplicar los resultados de estas a otras ciencias sociales. Al descubrir la ley económica del capitalismo, Marx deseaba presentar la formación capitalista como un organismo vivo, para lo cual estudiaba los fenómenos de superestructura, la historia política, la historia de la cultura, etc.


Liebknecht escribió en sus memorias que este tenía una inteligencia universal y polifacética que abarcaba todo el Universo, penetraba en todos los detalles, sin despreciar nada ni considerar nada insustancial o insignificante. Observar esta inteligencia, seguir cómo experimenta el impacto de las condiciones circundantes y cala cada vez más hondo en la esencia de la sociedad era de por sí un gran gozo.


Los participantes del movimiento obrero de distintos países tenían gran confianza y respeto a Marx. Los obreros comprobaron en la práctica el valor de los consejos que habían recibido de él respecto a las más diversas cuestiones de la teoría y práctica del movimiento revolucionario.


La casa de Marx era un centro a donde acudían por cientos los representantes del movimiento obrero. También se daba cordial acogida allí a destacados científicos y demócratas. Las puertas de esta casa estaban abiertas hospitalariamente, y para ser recibido por Mark no se requería ser un incondicional suyo. Marx era un gran conversador, desarrollaba y aducía razones en apoyo a su punto de vista. Y pese a que las opiniones no coincidían siempre en todo, es difícil que entre los visitantes de Marx hubiese quien no quedara fuertemente impresionado por su personalidad.


Era asombroso su don de gentes -escribió en sus memorias Eleanor, la hija menor de Marx- su habilidad para inculcar a los interlocutores lo que les interesaba a ellos. Oí hablar con frecuencia a personas de condición y profesión diversas que él tenía una capacidad singular para comprenderlos y para orientarse en los asuntos que les traían. Cuando creía que uno aspira a algo de verdad, su paciencia no tenía límites. Ninguna pregunta le parecía desmerecer respuesta; ningún argumento, fútil para ser abordado. Su tiempo y sus extensos conocimientos siempre estaban a disposición de cualquiera que quisiera aprender algo.


En veinte años de vida en el destierro de Londres se produjeron no pocos cambios en la familia de los Marx. Crecieron Jenny y Laura; en 1870 cumplió 15 años Eleanor. Las tres hijas de Marx brillaban por sus dotes y capacidades, por su inteligencia. Era propio de ellas la solidaridad por los oprimidos y el deseo de contribuir a su lucha emancipadora. La hija mayor de Marx estudió con entusiasmo la historia del movimiento obrero y las ciencias sociales. Laura se hizo una excelente traductora: tradujo varias obras de su padre, entre ellas el Manifiesto Comunista, al francés; canciones de Béranger, poemas de Eugene Pottier y a otros muchos autores al inglés. En 1868 se casó con el socialista francés Paul Lafargue, y fue para él fiel ayudante y compañera en sus actividades revolucionarias. En octubre de 1872 abandonó la casa paterna también Jenny, la mayor, como compañera de Charles Longuet, importante figura de la Internacional. Jenny y Laura continuaron la vida de refugiados políticos porque ni Paul Lafargue ni Charles Longuet pudieron hasta 1880 retornar a Francia por el peligro de caer presos.


A Marx le gustaba el vino, lo que es natural en quien había nacido en Mosela, la Rioja alemana. También tenía pasión por el tabaco. Él mismo decía, a modo de broma, que El Capital ni siquiera le había dado para pagar el tabaco que se había fumado preparándolo. Además, como no tenía dinero, fumaba un tabaco infecto, y de este modo acortó considerablemente su vida y contrajo la bronquitis crónica que tanto le hizo sufrir durante sus últimos años.


Un trabajo intelectual excesivo y las constantes privaciones materiales minaron prematuramente el poderoso organismo de Marx. Se encontraba profundamente minado por la enfermedad, su organismo estaba completamente agotado. Su último año y medio de vida fue una muerta lenta. A instancias de sus parientes y amigos, Marx se trató en 1874, 1875 y 1876 en Carlsbad (Karlovy Vary, actualmente Chequia). Pero el peligro de verse perseguido por los gobiernos prusiano y austríaco le impidió seguir tratándose en dicho balneario.


La muerte de su esposa, ocurrida el 2 de diciembre de 1881, fue un tremendo golpe para él, y Marx empeoró mucho de salud. El viaje que hizo a Argelia y al sur de Francia para curarse una pleuritis y la vieja bronquitis que le aquejaba no le reportó ninguna mejoría. Al poco tiempo, una nueva desgracia se abatió sobre él: murió Jenny, su hija mayor, esposa del socialista francés Carlos Longuet y madre de cinco hijos, que eran los favoritos de Marx. No pudo soportar esos dos golpes extremadamente dolorosos. Algo tosco por naturaleza, Marx, por extraño que parezca, quería mucho a su familia y era muy tierno en su vida privada. Leyendo sus cartas a su hija mayor, cuya pérdida le impresionó tan profundamente que sus allegados esperaban que se muriera de un día a otro, se queda atónito quien las lee ante la sensibilidad y la ternura extraordinaria de una persona en apariencia ruda.


En enero de 1883, Marx volvió a caer gravemente enfermo, sus fuerzas empezaron a decaer rápidamente. El 14 de marzo, al pasar de su dormitorio al despacho, Marx se dejó caer en un sillón y se durmió apaciblemente para siempre.


En sus cartas dirigidas a todos los confines del mundo, Engels comunicó a los amigos y camaradas la enorme pérdida que había sufrido el movimiento obrero internacional: El cerebro más poderoso de nuestro partido ha dejado de pensar, el corazón más fuerte que yo he conocido, ha dejado de latir. También le escribió a Sorge:


Todos los fenómenos, incluso los más horribles, que tienen lugar según las leyes de la naturaleza, comportan un consuelo. Lo mismo ocurre en este caso. Quizás el arte de la medicina hubiera podido permitirle vivir dos o tres años más de un modo vegetativo, con la vida impotente de un ser que se muere lentamente; pero Marx no habría soportado semejante vida. Vivir teniendo ante sí una serie de trabajos no realizados, y soportar el suplicio de Tántalo de pensar en la imposibilidad de llevarlos a cabo, hubiera sido para él mil veces más penoso que una muerte tranquila. La muerte no es terrible para el que muere, sino para los que quedan vivos, solía decir siguiendo a Epicuro. Ver a este hombre genial, lleno de fuerza, convertido en una ruina, arrastrando su existencia a la mayor gloria de la medicina y para alegría de los filisteos, a quienes había fustigado inmisericordiosamente cuando se encontraba en la plenitud de sus fuerzas y que habrían encontrado ahora la ocasión propicia para dejarle en el ridículo, hubiese sido un espectáculo lamentable, y es mil veces mejor que haya sucedido lo ocurrido, que haya desaparecido y que pasado mañana lo depositemos en la tumba donde duerme su mujer.


En mi opinión, teniendo en cuenta lo que ha padecido, no había otra solución; lo sé mejor que todos los médicos.


Que así sea. La humanidad ha perdido un gran hombre. Ha perdido a uno de sus representantes más geniales.


El movimiento del proletariado seguirá su camino, pero no contará ya con el jefe a quien reconocieron en sus horas críticas franceses, rusos, americanos y alemanes, y quien siempre les daba consejos claros y seguros, consejos que sólo un genio podía dar, consejos propios de una persona completamente al corriente de la cuestión.


El sábado 17 de marzo de 1883, Marx fue enterrado en el cementerio de Highgate en Londres. Engels pronunció sobre su tumba un discurso, hablando de la hazaña titánica de Marx como sabio y como revolucionario, de su lucha abnegada y heroica por la causa proletaria, por un futuro mejor para toda la humanidad. Engels concluyó el discurso con estas palabras: ¡Su nombre y su obra vivirán a través de los siglos!


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