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Biografía de Marx (Parte 15)

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La I Internacional



Marx no sólo veía el objetivo principal de su vida en demostrar teóricamente la inevitabilidad del hundimiento del capitalismo y del triunfo de la revolución proletaria, sino también en ayudar al sepulturero de la sociedad capitalista, al proletariado, a organizar sus fuerzas para el asalto. Mientras terminaba el primer tomo de El Capital, Marx trabajó para organizar, cohesionar y educar a las masas obreras. Engels decía que el trabajo de Marx en la I Internacional era la cumbre de toda su actividad política y de partido.

El desarrollo del capitalismo y el aumento de la explotación del proletariado y de las masas trabajadoras, así como la crisis mundial de 1857 y la reanimación de los movimientos democrático-burgueses y de liberación nacional que la siguieron, en particular, la insurrección polaca de 1863, contribuyeron al despertar político del proletariado, engendraron en él un afán de actuar coordinadamente. El 28 de septiembre de 1864 se fundó en Londres, en un mitin celebrado en St. Martin's Hall, la Asociación Internacional de los Trabajadores. Al éxito de la Internacional no sólo contribuyó la situación histórica de entonces, sino también el que fuera Marx su verdadero fundador y organizador, quien la dirigiera e inspirara en el transcurso de toda su historia.


Se deben a Marx los principales documentos de la Internacional, entre ellos el Manifiesto inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores y los Estatutos Provisionales de la Asociación. Al redactarlos en 1864, Marx procuró, sin apartarse de sus principios, darles una forma aceptable para los obreros de países diversos y de un grado de desarrollo desigual. La táctica de Marx en la Internacional tendía a que se explicase de modo tenaz y paciente a los obreros, basándose en la experiencia práctica de las masas, la inconsistencia del reformismo, así como del sectarismo y dogmatismo y se conquistase paso a paso a las masas, logrando que abrazaran la teoría auténticamente científica y la táctica revolucionaria del proletariado.


Durante el primer período de la actividad de la Internacional, Marx centraba su atención en la lucha económica del proletariado, en la cual veía un poderoso medio para organizar y educar a las masas obreras. Cuando, en 1865, Weston, un seguidor de Owen, intentó demostrar en una reunión del Consejo General que las huelgas y los sindicatos no reportaban ningún provecho a los obreros, Marx rebatió enérgicamente sus falsas y nocivas ideas. Al mismo tiempo que defendía, en contra de los owenistas, proudhonistas y lassalleanos la necesidad de la lucha económica cotidiana de la clase obrera contra el capital, Marx atacaba resueltamente a los dirigentes oportunistas de las tradeuniones inglesas, que circunscribían las tareas de la clase obrera a la lucha por las reivindicaciones económicas cotidianas de los obreros, relegando al olvido los intereses vitales del proletariado, la necesidad de suprimir la propiedad privada sobre los medios de producción. En 1898, después de la muerte de Marx, su hija Eleonora publicó, con el título Salario, precio y ganancia, el informe que su padre hiciera entonces en el Consejo, y en el que, de una manera accesible y llana, exponía varias tesis fundamentales de su futura obra El Capital.


En la primera etapa del funcionamiento de la Internacional, los principales adversarios del marxismo fueron los partidarios de Proudhon, contra los que hubo ya que luchar en la Conferencia de Londres (1865) y en el Congreso de Ginebra de la Internacional (1866). Aunque, por estar ocupado con El Capital, no pudo asistir al Congreso de Ginebra, Marx dio a los delegados del Consejo General detalladas instrucciones en las que señalaba como tareas inmediatas las siguientes: luchar contra la importación de obreros extranjeros que los capitalistas practicaban durante las huelgas y los cierres patronales; por la jornada de ocho horas y por limitar la jornada de trabajo de los niños y los adolescentes, así como por su educación intelectual y física y por que se les diera instrucción politécnica. Estas instrucciones concedían gran importancia a los sindicatos, en los que Marx veía centros organizadores del movimiento obrero, subrayando los indisolubles vínculos existentes entre la lucha económica y la lucha política, entre la lucha cotidiana de la clase obrera y el objetivo final de su movimiento. Al explicar el papel que desempeñaban las cooperativas, Marx indicaba que éstas, a pesar de la gran importancia que tenían, no podían cambiar las bases del régimen social sin que el proletariado conquistase el poder.


Después de acalorada discusión, la mayoría de los delegados al Congreso de Ginebra aprobó el programa práctico de acción trazado por Marx.


El Congreso de Bruselas (1868) y el de Basilea (1869) fueron otras tantas etapas en la elaboración de un programa teórico unificado de la Internacional. En ellos se aprobaron las resoluciones relativas a la socialización de la tierra y la propiedad colectiva de los medios de producción. El Programa de la Internacional adquirió un carácter netamente socialista. Esto fue un triunfo ideológico sobre los proudhonianos, defensores de la pequeña propiedad. Es de notar que el Congreso de Bruselas aprobó una resolución especial sobre El Capital. En ella se señalaban los inapreciables méritos de Marx, el primer economista que había hecho un análisis científico del capital y se exhortaba a los obreros de todas las nacionalidades a estudiar esta obra.


Mientras que en Francia y en Bélgica los principales enemigos del marxismo eran los proudhonianos, en Alemania ese papel correspondía a los partidarios de Lassalle. Cuando se fundó la Internacional, Lassalle ya no vivía, pero sus adeptos continuaban defendiendo tenazmente sus equivocadas concepciones y su nociva táctica. En varias cartas y artículos, Marx y Engels advirtieron a los obreros alemanes lo perjudicial y peligroso que eran los lazos de Lassalle con la reacción prusiana. Tomando en consideración que los dirigentes de la Asociación General de Obreros Alemanes y su órgano de prensa, El Socialdemócrata seguían aplicando la táctica de Lassalle y respaldaban la política de unificación de Alemania desde arriba, a sangre y fuego, es decir, la política bismarckista, Marx y Engels declararon que no podían colaborar en dicho periódico y condenaron el socialismo gubernamental monárquico-prusiano, que profesaban los partidarios de Lassalle.


A través de Guillermo Liebknecht Marx y Engels tomaron medidas para fundar en Alemania un partido obrero distinto del de Lassalle. En 1868, en el Congreso de Nuremberg de las asociaciones culturales obreras, celebrado bajo la dirección de Guillermo Liebknecht y Augusto Bebel, se acordó que dichas entidades se adhiriesen a la Internacional. Así fue cómo la Asociación Internacional de los Trabajadores se abrió también paso hacia las masas obreras de Alemania. Al año siguiente se fundó en Eisenach el Partido Obrero Socialdemócrata de Alemania. Además de la organización obrera dirigida por Bebel y Liebknecht, entró en dicho partido un grupo de lassalleanos que se habían desgajado de la Asociación General de Obreros Alemanes.


Cuando el marxismo había obtenido ya en la Internacional una victoria ideológica sobre el proudhonismo y grandes éxitos en la lucha contra el lassalleanismo, salió a escena un nuevo enemigo tan peligroso como los anteriores, aunque más pérfido: el bakuninismo. Miguel Bakunin, apoyándose en su organización anarquista, la Alianza de la Democracia Socialista, se proponía adueñarse de la dirección de la Internacional. Aunque, al ingresar en la Internacional, Bakunin había declarado disuelta la Alianza, en realidad hizo de ella una organización secreta en el seno de la Internacional.


Después del Congreso de Basilea, los bakuninistas, paralelamente a su trabajo de zapa en la Internacional, empezaron a luchar abiertamente contra el Consejo General y contra Marx, su dirigente. Aspiraban a agrupar bajo su bandera conspirativa tanto a los partidarios de Lassalle, los socialistas realistas prusianos, como a los líderes, sumamente moderados, de las tradeuniones inglesas, con los que Marx empezaba ya a tener serias divergencias.


Ya antes criticaba Marx la rutina y el espíritu conservador de estos representantes de la aristocracia obrera de Inglaterra, así como su arraigada costumbre de ir a la zaga de los liberales burgueses. Las discrepancias entre Marx y estos representantes de la política obrera liberal se acentuaron particularmente en la segunda mitad de la década del 60, cuando el problema irlandés pasó a ser la cuestión central de la vida política inglesa. A iniciativa de Marx el Consejo General de la Internacional manifestó su apoyo a la lucha de liberación nacional del pueblo irlandés contra la dominación colonial inglesa. En este movimiento veía Marx una fuerza dirigida no sólo contra la aristocracia terrateniente de Inglaterra, sino también contra la burguesía inglesa. El sojuzgamiento de Irlanda permitía a la burguesía inglesa escindir a los obreros en dos campos enemigos, sembrar la discordia entre los obreros ingleses e irlandeses. Marx demostraba que en esa discordia radicaban la impotencia de la clase obrera inglesa y la clave de la fuerza de la burguesía de Inglaterra. Marx explicaba a los obreros ingleses que la liberación de Irlanda era la premisa primordial de su propia liberación: Un pueblo que esclaviza a otro -decía Marx- forja sus propias cadenas.


La experiencia de la lucha del pueblo irlandés permitió a Marx desarrollar las principales tesis de la cuestión nacional y colonial, que había expuesto anteriormente en sus artículos sobre los movimientos de liberación nacional en Europa, la India y China. Al elaborar los principios teóricos de la política del proletariado en la cuestión nacional y colonial, Marx enseñaba a la clase obrera a que examinase este problema desde el punto de vista de los intereses de la revolución y fustigaba a los proudhonianos, que cerraban los ojos a la cuestión nacional y afirmaban que la nación era un prejuicio anticuado. Al mismo tiempo, Marx luchaba resueltamente contra el nacionalismo burgués, educando a las masas obreras en el espíritu del internacionalismo proletario. En éste veía Marx al luchador más consecuente contra la opresión nacional y el colonialismo.


En su lucha contra los bakuninistas, Marx contó con el apoyo de la sección rusa de la I Internacional. Dicha Sección, formada en Ginebra a principios de 1870 por un grupo de emigrados políticos influenciados por las ideas de Nikolai Chernishevski y Nikolai Dobroliubov, pidió a Marx que fuera su representante en el Consejo General. A pesar de que desempeñaba ya las funciones de secretario corresponsal de Alemania, Marx respondió por carta que aceptaba satisfecho la tarea de representar a la sección rusa en el Consejo General.


No fue casual que la sección rusa se dirigiese a Marx que, ya en aquella época, era muy popular entre los jóvenes revolucionarios rusos. La primera propuesta de traducir El Capital a una lengua extranjera partió de Rusia. Al comunicar esta circunstancia a Kugelmann, Marx señaló que otras obras suyas, como Miseria de la Filosofía y Contribución a la crítica de la economía política, no habían alcanzado en parte alguna la difusión que tenían en Rusia. A su vez, Marx manifestaba un enorme interés por Rusia, estudiando su economía, su cultura, su literatura y la lucha del pueblo ruso contra el zar y los terratenientes. En 1869, Marx empezó a estudiar el ruso y leyó en este idioma obras de Pushkin, Gogol, Saltikov-Schedrin, Flerovski, Herzen, Dobroliubov, Chernishevski y otros autores rusos.


Desde la fundación de la Internacional, Marx trataba ya de orientar la atención de los obreros hacia los problemas de la política exterior, hacia los problemas de la guerra y la paz, hacia la lucha contra el militarismo. Llamaba a la clase obrera a pronunciarse en la arena internacional como fuerza independiente, consciente de su responsabilidad y capaz de imponer la paz donde los que se llaman sus amos incitan a la guerra. Pero a diferencia de los pacifistas burgueses, el Consejo General dirigido por Marx establecía una diferencia entre las guerras de rapiña y las de liberación. Así, en los mensajes escritos por Marx a los presidentes de los Estados Unidos A. Lincoln (1864) y A. Johnson (1865) se señala el carácter progresista de la guerra del norte contra los estados esclavistas del sur por la liberación de los negros.


Cuando comenzó la guerra franco-prusiana, en el llamamiento del Consejo General, escrito por Marx, definió el carácter de la guerra y trazó la táctica que el proletariado debía seguir en ella. Definía la guerra de Luis Bonaparte contra Alemania como una guerra dinástica, como una guerra de rapiña, y predecía que la contienda costaría la corona al emperador francés. Al determinar el carácter de la guerra por parte de Alemania, Marx subrayaba la diferencia entre los verdaderos intereses del país y los objetivos reaccionarios, de rapiña, que perseguía Prusia. Marx señalaba que tanto los obreros avanzados de Francia como los de Alemania habían sabido adoptar una actitud acertada hacia la guerra, una actitud internacionalista: Este hecho grandioso, sin precedentes en la historia -decía Marx- abre la perspectiva de un porvenir más luminoso. Demuestra que, frente a la vieja sociedad, con sus miserias económicas y sus demencias políticas, está surgiendo una sociedad nueva, cuyo principio de política internacional será la paz, porque el gobernante nacional será el mismo en todos los países: el trabajo.


En el segundo manifiesto, escrito después de la capitulación del ejército francés en Sedán y de la proclamación de la república en Francia, Marx señaló la profunda razón que asistía al Consejo General cuando predijo en el primer manifiesto el próximo hundimiento del Segundo Imperio.


Subrayando que la guerra había adquirido por parte de Alemania el carácter de una guerra de rapiña, Marx dio a los obreros alemanes la consigna de Paz honrosa para Francia y reconocimiento de la República Francesa. Definiendo las tareas de los obreros franceses, Marx decía que debían aprovechar al máximo las libertades republicanas para reforzar sólidamente la organización de su propia clase. Marx preveía la agudización de la lucha de clases en Francia y por ello advertía al proletariado francés que no debía sublevarse prematuramente sin haberse preparado bien.


Pero, al llegar a Londres la noticia de que había estallado la revolución obrera del 18 de marzo de 1871, Marx se apresuró a prestar ayuda a los obreros insurgentes de París. Escribió centenares de cartas a todos los países en que existían secciones de la Internacional, explicando al proletariado internacional el verdadero sentido de la revolución del 18 de marzo y exhortándolo a organizar un movimiento en defensa de la Comuna.


Engels prestó una gran ayuda a Marx en aquel período. En el otoño de 1870 abandonó la oficina en Manchester y se trasladó a Londres, entregándose por entero a sus actividades en el Consejo General.


Por medio de cartas e instrucciones verbales que trasmitían personas de confianza, Marx trataba de ayudar a los comuneros con sus consejos, previniéndoles contra posibles errores. Sin embargo, sus indicaciones no siempre llegaban oportunamente a París, pues la ciudad se hallaba sometida a estrecho cerco. Los proudhonianos y los blanquistas que encabezaban la Comuna tomaban de muy mala gana y con retraso todas las medidas que estaban en contradicción con sus dogmas sectarios y esta circunstancia también dificultaba la labor de dirección desplegada por Marx.


Cuando la Comuna de París estaba aún luchando, Marx supo ver ya su importancia histórica, poner al descubierto sus errores fundamentales y sacar conclusiones de suma trascendencia para la teoría y la táctica revolucionaria del proletariado. En su carta a Kugelmann del 12 de abril de 1871, destacó lo que la Comuna de París había aportado de nuevo a los principios de la lucha revolucionaria: Si te fijas en el último capítulo de mi Dieciocho Brumario -decía Marx-, verás que expongo como próxima tentativa de la revolución francesa no hacer pasar de unas manos a otras la máquina burocrático-militar, como venía sucediendo hasta ahora, sino demolerla, y ésta es justamente la condición previa de toda verdadera revolución popular en el continente. En esto precisamente consiste la tentativa de nuestros heroicos camaradas de París.


Marx limita al continente su conclusión acerca de la necesidad de destruir la vieja máquina estatal, haciendo por lo tanto de Inglaterra la única excepción entre los países europeos. Partía del hecho de que la clase obrera de Inglaterra constituía la mayoría de la población, de que allí no existía aún el militarismo y la burocracia no desempeñaba todavía un papel considerable pero, según indica Engels, Marx tampoco se olvidaba nunca de añadir que no era de esperar que las clases dominantes de Inglaterra se sometiesen a esa revolución pacífica y legar. En esta misma carta a Kugelmann, Marx señaló dos errores fatales de los comuneros:


— se debía haber emprendido inmediatamente la ofensiva contra Versalles, mientras el enemigo estaba lleno de pánico y no había tenido tiempo de concentrar sus fuerzas. Esa ocasión se dejó escapar;
— el Comité Central renunció demasiado pronto a sus poderes para ceder su lugar a la Comuna.


En otra carta a Kugelmann, fechada el 17 de abril de 1871, Marx decía que el solo hecho de haber surgido la Comuna de París era ya una conquista del proletariado de importancia histórico-mundial. En su obra La guerra civil en Francia, escrita en 1871, Marx hizo una síntesis teórica de la experiencia de la Comuna. Consideraba que el mérito principal de los comuneros había consistido en que intentaron, por vez primera en la historia, crear un Estado proletario. Todas las revoluciones anteriores no habían ido más allá de simples desplazamientos entre las clases dominantes, se limitaban a cambiar una forma de explotación por otra, y, en vez de demoler la vieja máquina estatal, se circunscribían a hacerla pasar de unas manos a otras. Pero la clase obrera -decía Marx- no podía adueñarse simplemente de la máquina estatal existente y ponerla en funcionamiento para sus propios objetivos. Marx y Engels consideraban tan importante esta conclusión, que en el prefacio escrito para el Manifiesto del Partido Comunista en 1872 dijeron que la estimaban una adición muy esencial a este documento programático del proletariado.


La Comuna no sólo demostró en la práctica la justeza de la tesis -formulada por Marx en su obra El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte- que afirma la necesidad de destruir la vieja máquina estatal, sino que procedió a erigir una organización política de nuevo tipo llamada a sustituir dicha máquina. Basándose en la experiencia de los comuneros de París, Marx dio un nuevo paso de importancia extraordinaria en el desarrollo de su teoría sobre la dictadura del proletariado, llegando a la conclusión de que un Estado del tipo de la Comuna de París era la forma política descubierta, al fin, para llevar a cabo dentro de ella la emancipación económica del trabajo.


Al analizar en su trabajo las medidas sociales y económicas adoptadas por la Comuna, Marx destacaba la idea de que, por más tímidas que hubieran sido, su tendencia principal era la expropiación de los expropiadores.


Marx prestó gran atención a una cuestión que tuvo enorme importancia para la suerte de la Comuna: a las relaciones de ésta con el campesinado. El examina las medidas que la Comuna hubiera debido tomar (y no tuvo tiempo de hacerlo) en favor del campesino francés. Marx demuestra que la Comuna no sólo era la defensora natural del campesinado, sino también de la pequeña burguesía urbana, que era la verdadera representante de los intereses genuinos de la nación francesa. Termina su obra glorificando a la Comuna, como precursora de la sociedad futura.


La guerra civil en Francia fue una nueva y brillante prueba del carácter creador del marxismo, de su capacidad de desarrollarse y perfeccionarse a base de la experiencia de las masas, de su iniciativa histórica.


Publicada como llamamiento del Consejo General, fue un trascendental documento político de la Internacional, que pertrechó al proletariado de todo el mundo con la experiencia de la Comuna.


Después de la derrota de la Comuna, la Internacional pasó por un período muy duro. Los gobiernos reaccionarios de diversos países redoblaron las persecuciones contra las secciones de la Internacional y la campaña de calumnias contra Marx, su dirigente. Los reformistas se asustaron y se hizo más aguda la lucha en el seno de la Internacional. Odger y Lucraft, dirigentes de las tradeuniones inglesas, declararon en la reunión del Consejo General del 20 de junio de 1871 que retiraban sus firmas al pie del Manifiesto de la Internacional. Fue una traición a la causa del proletariado. En contraposición a los jefes reformistas de las tradeunionistas ingleses, Marx declaró en la prensa que él era el autor del Manifiesto y se hacía plenamente responsable de su contenido.


En aquel período, los más peligrosos enemigos del marxismo eran los bakuninistas, ideólogos de la pequeña burguesía que negaban la necesidad de la lucha política, del partido proletario y de la dictadura del proletariado. La ideología anarquista constituía entonces el mayor obstáculo para que el proletariado internacional asimilase la experiencia de la Comuna. Refiriéndose a esta experiencia, Marx y Engels demostraron en la Conferencia de Londres, celebrada en 1871, lo funesto que sería renunciar a la lucha política e hicieron ver la necesidad de formar un partido obrero revolucionario, cuya ausencia fue una de las causas de la derrota de la Comuna. La Conferencia aprobó una resolución, redactada por Marx y Engels sobre la lucha política de la clase obrera. Contrarrestando los esfuerzos que hacían los bakuninistas para minar la disciplina de la Internacional y convertir el Consejo General en un simple organismo de carácter informativo, la Conferencia dejó bien sentado en varias resoluciones que el Consejo General era, más que nunca, el centro ideológico, el Estado Mayor de la Internacional.


En respuesta a la campaña que los bakuninistas emprendieron contra el Consejo General después de la Conferencia de Londres, se publicó la circular Escisiones imaginarias en la Internacional. En este documento, Marx y Engels pusieron al desnudo las intrigas, el doble juego y las actividades escisionistas de los bakuninistas, que trataban de minar la Internacional desde dentro. Los fundadores del comunismo científico pusieron al desnudo la esencia traidora de las consignas bakuninistas y denunciaron su nocivo y peligroso carácter, ya que era un medio para dejar desarmados a los obreros frente a la burguesía, armada hasta los dientes.


La lucha contra el bakuninismo fue particularmente encarnizada en el Congreso de La Haya (1872). En uno de sus discursos ante el Congreso, Marx estigmatizó, como aliados de los bakuninistas, a los líderes oportunistas de las tradeuniones inglesas, politicastros sin principios, sobornados por su burguesía y su gobierno. El Congreso de La Haya incluyó la parte fundamental de la resolución de la Conferencia de Londres, relativa a la lucha política de la clase obrera, como artículo 7 de los Estatutos de la AIT. El punto sobre el papel del partido, que tenía importancia programática, decía: En su lucha contra el poder unido de las clases poseedoras, la clase obrera sólo puede actuar como clase organizando su propio partido político, contrapuesto a todos los viejos partidos creados por las clases poseedoras.


Esa organización de la clase obrera en partido político propio es necesaria para asegurar el triunfo de la revolución y la realización de su meta final: la supresión de las clases. Después de conocer el informe presentado por una comisión especial encargada de investigar las actividades escisionistas de los bakuninistas, el Congreso acordó, por una mayoría aplastante, expulsar de la Asociación Internacional de los Trabajadores a Bakunin y a Guillaume, cabecillas de la Alianza. También se acordó, a propuesta de Marx y Engels, que el Consejo General trasladara su sede a Nueva York.


Cuando el Congreso de La Haya hubo terminado sus labores, se celebró en Amsterdam un mitin, en el que Carlos Marx hizo uso de la palabra. El gran jefe del proletariado dijo: No, yo no abandono la Internacional y, como hasta ahora, dedicaré mi vida al triunfo de las ideas sociales que -de ello estamos profundamente convencidos- conducirán, tarde o temprano, a la dominación del proletariado en el mundo entero.


El Congreso de La Haya fue el último de la Internacional. En los ocho años que se prolongó su existencia, la Internacional, dirigida por Marx y Engels, recorrió un grande y glorioso camino. La lucha que los fundadores del comunismo científico sostuvieron contra las distintas sectas socialistas y semisocialistas terminó con la victoria ideológica del marxismo.


Después de la derrota de la Comuna se produjeron cambios radicales en toda la situación histórica, que Lenin caracterizó de la siguiente manera: La clase obrera de Inglaterra había sido maleada por las ganancias que los imperialistas obtenían, la Comuna había sido derrotada en París, el movimiento nacional burgués acababa de triunfar en Alemania (en 1871), la Rusia semisierva continuaba sumida en su letargo secular. Marx y Engels supieron apreciar el momento, comprendieron la situación internacional, comprendieron que la tarea era acercarse poco a poco al comienzo de la revolución social. Las persecuciones policíacas y la política escisionista de los partidarios de Bakunin crearon enormes dificultades a las actividades de la Internacional en Europa. Además, en las nuevas condiciones históricas, las viejas formas de la Internacional ya no correspondían a las exigencias que la historia presentaba a la clase obrera. Tomando en consideración el nuevo clima internacional, Marx y Engels plantearon al proletariado la tarea de llevar a cabo una larga preparación para la revolución socialista y, en primer término, de crear en cada país un partido proletario de masas. La experiencia de la Comuna demostró con fuerza particular lo importante e inaplazable que era esta tarea. La Internacional, dirigida por Marx, había ido preparando las condiciones para darle solución: La victoria ideológica del marxismo en la Internacional y la preparación en los distintos países de cuadros que podían ser el núcleo de los futuros partidos proletarios creaban las premisas necesarias para la formación de éstos. Dirigida por Marx, la Internacional cumplió su misión histórica, sentando los cimientos de la lucha proletaria internacional por el socialismo. La solidaridad internacional del proletariado continuó creciendo y reforzándose con formas nuevas, inherentes a la nueva etapa del movimiento obrero.


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