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El sujeto y el objeto de la historia

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Juan Manuel Olarieta

Las disquisiciones sobre el sujeto histórico o sujeto revolucionario, ampliamente difundidas por la verbena seudomarxista, son otro ejemplo de la presión intelectual -filosófica en este caso- que ejerce la burguesía sobre el proletariado y el idealismo sobre el materialismo. Como tantas otras entelequias de la burguesía, parece que tiene que ver con algo que no es ella misma y sus fantasmas.

Que nadie se confunda con estas filosofías. Como todo asunto filosófico, no es otra cosa que un asunto político transfigurado. De lo que hablamos es de política. Detrás de la filosofía cabalística de la burguesía está su ramplonería política, su mediocridad y su ineptitud. Seguimos de carnaval. En cuanto escarbas un poco, las fatigosas exégesis filosóficas dejan paso a la romería, los disfraces y chirigotas.

Más exactamente, de lo que hablamos es de la burguesía jugando al izquierdismo, o lo que es lo mismo, del izquierdismo pequeño burgués. Es, pues, más viejo que un catarro. Lenin lo explicó hace ya casi 100 años en su obra "El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo" porque en aquel momento, muy parecido al actual, la plaga estaba causando estragos. Hay que tener precaución porque el izquierdista es un sujeto contrarrevolucionario cuyas pretensiones no son otras que las de seguir vociferando dentro del propio capitalismo, al que sirve con absoluta fidelidad.

Entre otras, hay dos circunstancias que explican el auge del izquierdismo entonces y ahora. La primera es que se trataba de una reacción simétrica al derechismo de la II Internacional. La segunda es que el entusiasmo despertado por la Revolución de Octubre había llevado a las filas del comunismo a un aluvión de corrientes que traían sus propias concepciones ideológicas debajo del brazo. Eran consejistas, luxemburguistas, anarcosindicalistas y espontaneístas que representaban la quiebra ideológica de la pequeña burguesía.

Las teorías sobre el sujeto revolucionario surjen de aquella corriente izquierdista que Lenin denunció. Se trata de una entelequia del idealismo alemán, especialmente de Fichte, que el izquierdismo rescató a comienzos del siglo pasado para oponerse al revisionismo imperante en la II Internacional, en el que predominaba el mecanicismo, el determinismo económico, la omnipresencia de las fuerzas productivas y la sucesión inexorable de los modos de producción.

Si en 1900 el revisionismo se nutría exclusivamente de las famosas condiciones objetivas, un siglo antes el idealismo alemán había puesto en primer plano a las condiciones subjetivas. La historia era expresión de las aspiraciones humanas más sentidas, especialmente la libertad tal y como la entendía entonces la burguesía. Por consiguiente, la historia carece de entidad propia; es un predicado cuyo sujeto es el hombre, una abstracción (el hombre) que fabrica otra abstracción (la historia).

Se trataba, pues, de metafísica, de oponer lo activo a lo pasivo, lo natural a lo social (o artificial), la sociedad (lo privado) al Estado (lo público) o la libertad a la necesidad (el determinismo). Hay muchas dicotomías como esas -o parecidas- que desde hace un siglo los burgueses -grandes o pequeños- llevan intentando introducir en el materialismo histórico.

Los izquierdistas, como Lukacs, Korsch, Pannekoek y la Escuela de Frankfurt, llevaron al materialismo histórico las concepciones del idealismo alemán sobre el sujeto histórico, que intentaron colar bajo el nombre de sujeto revolucionario. Para ello tuvieron que falsificar también el concepto de práctica (praxis), que queda en un limbo. Para ellos la praxis es una chistera de la que te puedes esperar cualquier cosa. Lo único evidente es que ellos mantienen una concepción individualista y existencialista de la práctica, como una especie de esfuerzo o sacrificio personal (la militancia), e incluso una aventura. La praxis es siempre una praxis del sujeto. Unamuno la calificaría de "agonía" y Korsch de "lucha" pero ambos hablaban de lo mismo.

Las corrientes dominantes en la II Internacional creían que el capitalismo se hundiría fatalmente como consecuencia del estallido de sus propias contradicciones internas. Para el reformismo la historia es un engranaje ajeno a las clases sociales y a sus luchas y, por lo tanto, a los seres humanos. Es la tesis defendida también por Bujarin y después por Althusser sobre una historia sin sujetos. Para el reformismo los movimientos son puramente sociales (apolíticos) y las reivindicaciones fundamentalmente sindicales. Ante esto, los izquierdistas pusieron el acento en las cuestiones políticas, ideológicas y culturales, degenerando en una retórica vacía acerca de la conciencia, la ideología, la alienación y el fetichismo, cuyo mejor ejemplo es la denominada Escuela de Franckfurt (Adorno, Marcuse, Habermas).

Aquella polémica era por completo ajena al materialismo histórico, que ignora esa separación metafísica del objeto con el sujeto, concebidas como otras tantas abstracciones, que no cambian cuando en lugar del hombre o del sujeto ponen a las masas o a la sociedad de consumo. No salen de la filosofía de la historia típica del idealismo alemán de comienzos del siglo XIX.

La burguesía introduce una dicotomía entre el objeto y el sujeto para sostener que uno de los extremos siempre es pasivo, es decir, efecto o consecuencia del otro. Donde la II Internacional decía que la historia hace a los hombres, los izquierdistas dicen que los hombres hacen la historia. Nunca ambos interaccionan entre sí. Precisamente la práctica no es otra cosa que una interacción entre ambos o, en palabras de Sartre, "el hombre está mediado por las cosas en la misma medida en que las cosas están mediadas por el hombre". Marx criticó en Feuerbach su concepción de la filosofía como mera contemplación de la realidad:

"El defecto fundamental de todo el materialismo anterior -incluyendo el de Feuerbach- es que sólo concibe el objeto, la realidad, la sensoriedad, bajo la forma de objeto o de contemplación, pero no como actividad sensorial humana, como práctica, no de un modo subjetivo. De aquí que el lado activo fuese desarrollado por el idealismo, por oposición al materialismo, pero sólo de un modo abstracto, ya que el idealismo, naturalmente, no conoce la actividad real, sensorial, como tal".

Pero no se trataba sólo de Feuerbach sino de algo común entre los filósofos que, hasta Marx y Engels, no han hecho otra cosa que interpretar el mundo, una y otra vez. El trabajo es una forma de práctica, algo que los filósofos burgueses ignoran.

En el materialismo histórico la práctica reúne tres elementos fundamentales, sin los cuales no se puede entender:

a) la praxis es tan concreta como la historia y como los sujetos. Los sujetos pertenecen a clases sociales. Marx diría que son personas con ojos y orejas, tan concretas como los momentos en los que les ha tocado vivir, las ciudades en las que se han criado, las organizaciones con las que han combatido y las manifestaciones en las que han desfilado

b) más que activa la praxis es interactiva, es decir, el sujeto actuando sobre el objeto y el objeto sobre el sujeto, son las condiciones de trabajo (el salario, las horas, los descansos, la movilidad) tanto como el convenio colectivo (las negociaciones, las huelgas, las manifestaciones) que las modifica

a) la praxis es colectiva o social: el sujeto actúa en la historia formando parte de clases sociales, por lo que los sujetos interaccionan tanto con los que forman parte de la misma clase social como con los de la clase contraria, se agrupan con unos para enfrentarse a los otros

Decir que el hombre hace la historia es un obviedad. No hay historia sin hombres y mujeres. Pero el hombre no hace la historia igual que hace un botijo, es decir, algo de lo que no forma parte. En palabras de Marx, los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que exis­ten y les han sido legadas por el pasado.

Toda la demagogia filosófica sobre el sujeto revolucionario tiene en cuenta sólo la primera parte, "los hombres hacen su propia historia", pero se olvida de la segunda. Es la esencia del izquierdismo. La historia se hace en unas determinadas condiciones, a las que normalmente se califica de "objetivas". Esas condiciones hay que analizarlas minuciosamente porque de lo contrario eso que llaman "lucha" no es más que voluntarismo, una aventura puramente personal.

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