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El imperialismo alemán está llegando a la encrucijada

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Juan Manuel Olarieta

Lo que tiene que ver con Alemania le lava la cara al reformismo europeo, que se puede presentar con un marchamo progresista del que carece absolutamente. Los aspavientos reformistas esconden la lucha de clases, la presentan desde un punto de vista nacional que reproduce a escala europea esa dicotomía norte-sur que tanto juego le viene dando desde hace unos años: la culpa de los problemas del sur procede del norte.

Además, con las continuas alusiones a la crisis de Grecia el reformismo europeo trata torpemente de esconder la crisis interna de la Unión Europea.

Finalmente, los ataques que el reformismo dirige contra Alemania ponen de manifiesto la estrategia de Estados Unidos en Europa, de la que ellos, los reformistas, forman parte. Las nuevas organizaciones reformistas que han surgido en el sur de Europa, del tipo Syriza y Podemos, son el ariete que va a utilizar Estados Unidos para mantener sometida a Alemania.

La mayor parte de los planteamientos actuales sobre el imperialismo y sus rivalidades internas, incluidos los rusos, coinciden en meter en el mismo paquete a las “potencias occidentales”, un bloque del que forman parte Estados Unidos y Alemania que, como es habitual, “son iguales”, o “son lo mismo”, o “son parecidos”. Es la sempiterna simetría de los imperialistas, en donde las fisuras no aparecen por ningún lado.

Casi es ridículo empezar recordando que Alemania perdió la Segunda Guerra Mundial y que el país fue ocupado militarmente. La Fuerza Aérea de Estados Unidos se apoderó de las antiguas bases de la Luftwaffe, que se convirtieron en una prolongación del territorio de Estados Unidos.

Pero en una guerra no basta con vencer; luego hay que humillar al derrotado, hacerle sentir su inferioridad. Además de la ocupación, Alemania fue dividida en dos Estados, lo cual fue responsabilidad única y exclusivamente del imperialismo, que impuso sus planes a pesar de que la Unión Soviética se opuso a la partición.

A lo largo de toda la Guerra Fría el estatuto subordinado de Alemania dejó de estar justificado por la derrota en la Segunda Guerra Mundial y adquirió un carácter nuevo, para el cual se inventó una nueva excusa: el cerco a la Unión Soviética. No obstante, los hechos no cambiaron: Alemania seguía siendo un país ocupado y humillado.

Su subordinación estratégica se plasmó en el Estatuto de las Tropas de la OTAN de 1951 (SOFA), el Contrato de Establecimiento de 1954 y el acuerdo complementario al SOFA de 1959. Los acuerdos de la posguerra crearon privilegios exorbitantes para Estados Unidos y para sus tropas, que disfrutan de una libertad de movimiento sin límites y pueden utilizar calles, edificios públicos y áreas de entrenamiento. Los vuelos de los aviones de la Fuerza Aérea estadounidense sobre Alemania no están sujetos a control y no pueden ser registrados. Los aviones de Estados Unidos tienen permiso para aterrizar en cualquier lugar de Alemania y en cualquier momento, por ello pueden utilizar aeropuertos civiles como conexiones para los transportes militares a utilizar en cualquier crisis que se desencadene en cualquier lugar del mundo.

Alemania tuvo que renunciar, pues, a la soberanía y jurisdicción sobre su territorio, incluyendo los crímenes cometidos por las tropas de ocupación o sus miembros civiles. Incluso están exentos de cualquier responsabilidad por los daños causados por las maniobras militares.

En 1990 la excusa de la Guerra Fría también se agotó. Ya no existía la URSS. Tampoco existía la República Democrática Alemana. Sin embargo, la situación sigue siendo la misma: Alemania es un país militarmente ocupado.

El elemento definitorio y capital de aquel momento fue la firma por Gorbachov del Acuerdo dos-más-cuatro, que no sólo puso al desnudo -por si cabían dudas- la política soviética sino también la rusa actual, es decir, demuestra la continuidad de una política exterior seguida en Europa desde 1945 de una forma coherente. Aquel acuerdo estableció -entre otras cosas- que, a pesar de la reunificación alemana, en el territorio de la antigua República Democrática Alemana no se podría establecer ninguna fuerza armada extranjera, ni bases aéreas, ni armas nucleares.

En lo que concierne a la ocupación militar, Alemania no es, pues, un país reunificado y aquel estatuto militar de la antigua República Democrática Alemana fue el que la URSS logró en otros países, como Austria, y el que trató de obtener en todos los demás del este de Europa. El contraste no puede ser más claro con la política imperialista de constituir un “cordón sanitario” en torno a la URSS y luego a Rusia, hasta el punto de que durante una visita a las tropas acantonadas en la base de Ramstein en 2009 Obama dijo: “Alemania es un país ocupado y lo seguirá siendo”.

Hoy hay más soldados estadounidenses estacionados en Alemania que en cualquier otro país del mundo. Alemania tiene el 28 por ciento del total de las bases estadounidenses en el extranjero. Más de la mitad de las bases estadounidenses en Europa están en suelo alemán.

Pero en la actualidad ni la Segunda Guerra Mundial ni la Guerra Fría pueden servir de excusa al imperialismo estadounidense para mantener su despliegue militar en Alemania. La única excusa es la propia Alemania, mantenerla sometida a las órdenes de Washington.

Alemania no ha denunciado los tratados de posguerra. Tampoco parece que quiera salir de ese estado de postración. Es verdad que ha iniciado unas protestas muy tímidas y que el espionaje en internet (Prism en 2013 y el actual que ha salpicado a la propia Merkel) ha levantado la ola anti-estadounidense más importante desde 1945, lo cual favorece el distanciamiento.

La cuestión que se plantea es si en el futuro las contradicciones entre ambas potencias van a menguar o si, por el contrario, se van a intensificar. En mi opinión esto último es lo que va a ocurrir: un mayor alejamiento entre ambas potencias y la ruptura del “statuo quo” de la posguerra en Alemania. Su consecuencia será el acercamiento de Alemania a Rusia.

En ese proceso Berlín tendrá que afrontar una fortísima campaña de intoxicación propagandística procedente de Estados Unidos, que es la que ahora ha empezado. El núcleo de esa campaña anti-alemana tomará el camino más corto: equipararla al III Reich. Ahí es donde Estados Unidos les reserva a los reformistas del sur europeo, del estilo Syriza y Podemos, el papel estelar. Hoy en Europa no hay nada más “progresista” que arrojar todas las culpas sobre Alemania.

Por su parte, Alemania sabe que tiene un caballo de Troya en su interior y que no son sólo las bases militares de Estados Unidos, sino también los países como Grecia o España. No le bastará sólo con desembarazarse de los primeros. También tendrá que sacar fuera de la Unión Europea a Grecia y España. Eso es lo que significa el famoso Grexit.

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